7 DICIEMBRE DE 2008
Queridos Hermanos:
En el evangelio de hoy, encontramos que san Juan Bautista ha sido enviado a prisión por predicar la verdad. Su delito fue predicar la verdad, incluyendo a la clase alta. Y por decir a Herodes que, no le era permitido llevar una unión de adulterio y de incesto con la esposa de su hermano, se encontraba ahora en prisión y condenado a la muerte.
Sin embargo, san Juan, no se preocupa de su bienestar físico, está más interesado en el alma de sus discípulos, esta es la razón por la cual los manda a Jesucristo para que conozcan de primera mano quien es El y lo sigan.
Esta es también, una pregunta muy importante para nosotros, porque tenemos que creer y encontrar la respuesta, toda vez que si cometemos un error en esto, nuestra salvación estará en riesgo. Existen muchos que no creen que Jesucristo es Dios y nuestro Redentor, así como existen quienes tratan a Jesucristo como algún tipo de una creación mitológica, y por lo tanto sujeta a interpretación y modificación, para adaptarla a “las personas” o a la “época”
La pregunta que los discípulos de san Juan se hicieron es también importante para nosotros. ¿Es Jesús el Cristo o debemos buscarlo en otro? La religión que sigamos y la vida que habremos de llevar en la eternidad dependen totalmente en el entendimiento de la respuesta verdadera a esta interrogante.
La vida, obras y palabra de Jesucristo nos dan información amplia de quien es El. Existen muchas profecías que señalan las cualidades que debe tener el Redentor y Jesucristo ha cumplido todas estas de manera perfecta. Si consideramos una de ellas dirigida a nuestro Señor Jesucristo, señalada en el evangelio de hoy, veremos esta plenitud: “el mismo Dios vendrá, y os salvará.
Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos; y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo; y alabará la lengua del mudo (Isaías, 35: 4-6).
Jesucristo nos dice ahora a nosotros, de igual forma como les dijo a los discípulos de San Juan, que El realiza las mismas maravillas, que de acuerdo con el profeta, Dios mismo, cuando viniera a Redimir al hombre habría de realizar, luego entonces El debe ser Dios y el Redentor del mundo.
Estos milagros fueron pruebas incontrovertibles de la divinidad de Jesucristo, por medio de Él, Dios Padre, da testimonio de que Jesucristo decía la verdad, cuando se declaraba a si mismo ser Su Hijo y el Redentor del mundo. Y cuando Jesucristo realizaba milagros de suyos propios, probaba también de una manera palpable que poseía poderes divinos, y que consecuentemente, El era Dios.
Una vez que la verdadera fe ha abierto nuestros corazones y mentes a esta verdad, vemos ante nuestros ojos un maravilloso tesoro de las más hermosas verdades divinas. Creemos y aceptamos todo lo que Él ha dicho y hecho como las verdades más absolutas y perfectas. Vemos la Iglesia que ha fundado y la vemos como lo más hermoso y perfecto, porque El la ha fundado. Vemos la autoridad que ha establecido como la más sabia y perfecta de su género. Vemos los sacramentos que le ha dado a esta, como los medios más hermosos, perfectos y poderosos para obtener todo lo que necesitamos en esta vida, tanto espiritual como temporal y lo que es más importante hacernos merecedores de una vida eternamente feliz con El en el cielo. La lista de tesoros es inagotable, una vez que vemos y entendemos que Jesucristo es el Redentor del mundo.
Desgraciadamente esta verdad no ha sido reconocida ni aceptada por muchos, o tal vez, la mayoría rehúsa ver y creer esta verdad por algún prejuicio diabólico.
Los judíos que siguieron a sus líderes espirituales en el rechazo de Jesucristo no tienen ninguna excusa ante Dios por su incredulidad. Lo mismo se debe decir de los incrédulos de nuestros días.
Su incredulidad procede de un corazón diabólico, por lo tanto condenable. No nos dejemos influenciar por tales personas y pongamos nuestra fe en una tambaleante broma.
Debemos también ser más precavidos de quienes usan el nombre de Jesucristo pero no creen en El. Creen más bien en un Cristo que ellos han creado para sí mismos. No están dispuestos a aceptar todo lo que Jesucristo ha dicho, sino, sólo lo que ellos quieren. Convenientemente escogen lo que les agrada y rechazan lo que les desagrada (una religión tipo buffet).
Debemos aceptar y creer todo lo que Jesucristo nos ha dado para creer, especialmente lo que encontramos difícil, a consecuencia de nuestra naturaleza caída por la vanidad y el orgullo.
Debemos humildemente aceptar a Dios, quien ha venido a nosotros en la forma más humilde y solitaria por nosotros conocida. Viene a nosotros como un infante indefenso en un establo; como criminal al ser condenado a la muerte en la cruz; como victima de sacrificio en las apariencias de Pan y Vino, sobre nuestros altares. Debemos hacer a un lado nuestro orgullo y vanidad y creer lo que Ha dicho y enseñado y ordenado, simplemente porque es Dios.
Luchemos por amarlo y abramos nuestra mente y corazón para poder creer en Él y amarlo con un amor y una fe mucho mayor.
Así sea.