Saturday, November 29, 2008

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

30 DE NOVIEMBRE DE 2008

Queridos Hermanos:

En la epístola de este día, san Pablo nos amonesta a que nos revistamos de Cristo. Estas fueron las palabras que lo llevaron a su conversión.

Quienes han hecho esto y viven en la verdadera fe y caridad no tienen nada que temer con la venida de Jesucristo al final de los tiempos. Cuando Cristo regrese, el mundo va a estar temeroso y temblando, pero quienes están llenos del amor de Cristo lo verán con gran alegría y júbilo, al unirse con el que han estado esperando por tanto tiempo para verlo y amarlo de una manera más perfecta.

No hay ninguna duda del regreso de Jesucristo. No necesitamos buscarlo en los rincones o desiertos, aquí o allá. Aparecerá a todos en todo el mundo. Quienes han vivido ofendiendo al Juez estarán con gran temor. Desearan ser sepultados por las montañas. Sin embargo, serán forzados a presentarse ante el Juez y ser justamente juzgados. No sólo veremos nuestro juicio personal sino el de todo el mundo.

Lo que será obvio, es la obra de Dios a través de toda la historia de la humanidad.

Frecuentemente nos preguntamos, por qué Dios hace o permite tal o cual cosa. Con este juicio todo se aclarará y no habrá lugar a las dudas. Veremos la belleza, sabiduría y justicia de Dios en todas sus acciones.

En este domingo primero de Adviento es, cuando vemos y esperamos con gran deseo la venida de Jesucristo Nuestro Señor. Ya se ha presentado como hombre y pagado el precio de nuestra Redención en el sacrificio de la Cruz. Vendrá al final de los tiempos como nos lo ha dicho en el evangelio de hoy, sin embargo, existe por así decirlo una tercera venida, con cada uno de nosotros en el aquí y ahora. Este tiempo de Adviento, es para que nos preparemos para recibirlo y hacernos merecedores de Su venida.

Debemos revestirnos de Cristo y permitirle que transforme nuestras vidas y habite en nosotros. Debemos permitirle que lave y borre nuestros pecados a través de Sus Sacramentos. Debemos permitirle que alimente nuestra alma con Su gracia. Debemos permitirle que alimente nuestra mente y corazón. Debemos estar preparados para decir con San Pablo que no somos nosotros sino Cristo viviendo en nosotros.

Esta unión intima con Cristo nos hace uno sólo con El y nos da la oportunidad de levantar nuestra mirada a Su Segunda venida, para poseerlo en toda su belleza y gloria. Veremos al verdadero Dios cara a cara más que su mera imagen como lo hemos venido haciendo, hasta ahora, reflejado en nosotros por Su gracia.

Esto es lo que cada alma que está enamorada de Dios anhela con gran deseo y anticipación. Por lo tanto esta venida no debe ocasionar temor en quienes ya tienen a Cristo viviendo en ellos. Para quienes se han revestido de Cristo, será un tiempo de regocijo porque serán eternamente unidos al ser amado. Y sus deseos y esperanzas serán satisfechos.

En este tiempo de adviento conmemoramos los cuatro mil años que el género humano ha esperado al Redentor. Consideramos las prolongadas penitencias y fervientes oraciones de la gente de esos días y buscamos entrar en sus sentimientos. Esto debería despertar en nosotros el entendimiento y apreciación por lo que ya hemos recibido.

Adviento es mucho más que esto, es tiempo no sólo para pensar en lo que sufrió el hombre antes de la venida de Jesucristo, sino que es tiempo para hacer esos mismos sentimientos los nuestros. Debemos usar este tiempo para preparar un lugar en nuestras propias vidas para que Cristo venga y habite en nosotros. Debemos prepararnos para que Cristo encuentre un lugar digno y adecuado para quedarse con nosotros. Para lograr esto debemos sacrificarnos un poco, en cosas que aparezcan insignificantes o ignoradas por los demás pero conocidas por Dios. Hagamos penitencia y expulsemos todo lo que es ofensivo a Dios. Limpiemos nuestros corazones y mentes, para que encuentre un saludable lugar de estancia. Hagamos todo lo posible para convertirnos en un verdadero reflejo de Jesucristo. Que vea en nosotros un ardiente deseo de ser, no sólo, en apariencia como El, ni sólo en nuestra vestimenta como él en la virtud y bondad, sino ardiendo en el deseo de ser uno con El: vivir en El y El en nosotros.

No importa que tan humilde morada seamos. De hecho, El prefiere el humilde establo, en lugar del soberbio castillo. Aún, si no tenemos mucho que ofrecerle, démosle lo que tenemos con un corazón humilde y confiable. Con Su nacimiento, suplirá todo lo que nos hace falta. Él transformará el humilde establo, en una gran morada en el Cielo.

Así sea.