Saturday, January 26, 2013

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA


27 DE ENERO DE 2013


Queridos hermanos:

Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos.

A simple vista, esta enseñanza de Cristo, tomada del evangelio de hoy; parece ser una injusticia. Evidentemente como lo vemos posteriormente, no es injusto, es más bien nuestra naturaleza caída que así lo aprecia, al ser lenta y no ver los caminos de Dios.

El obrero que estuvo trabajando todo el día, recibió exactamente lo que habían acordado. No existe ninguna injusticia. Esperaban recibir más, gracias a su avaricia y por su orgullo creían merecer más y luchaban en contra de la idea de que los demás deberían ser colocados en la misma condición que ellos. No faltaron los celos.

Los otros no habían trabajado ni sufrido tanto como los primeros, por lo que no les parecía incorrecto que, habiendo trabajado y sufrido menos, recibieran la misma recompensa. Desearían haber iniciado sus labores a la última hora de la jornada, en lugar de las primeras. Se lamentaban haber trabajado todo el día.

Nuestra vida está representada por un día. Algunos entra al servicio de y amor de Dios, a temprana edad, dedicando así, todo el su vida (día) en este servicio. Otros lo hacen en diferentes etapas de sus vidas, algunos lo hacen, incluso a las once horas, en el último minuto. Todos reciben la misma recompensa, la salvación.

La mayoría de las personas jamás ingresan, o renuncian abandonando todo antes de terminar su vida (día), por lo que nunca reciben el pago, su salvación.

No es tan importante en que etapa de nuestra vida ingresamos a la Iglesia (viña), como lo es perseverar hasta el final. Nuestra naturaleza caída busca el camino más fácil o el que nos exige menos. Mostrando con esto la maldad de nuestra naturaleza caída por el pecado.

El servir a Dios debe ser un servicio de amor y debe engendrar gozo y alegría. Debemos estas ansiosos por ingresar lo más pronto posible y buscar servir a Dios, por mucho tiempo y mejor cada vez. Es un gran honor ingresar a la Iglesia para servir a Dios, igualando el privilegio de servirlo con nuestra gratitud.

San Agustín se lamentaba amargamente de haber ingresado a la Iglesia ya avanzada su edad. Estas fueron sus palabras, según nos lo relata en sus Confesiones: “Te he amado tarde Dios mío, pero te amo ahora, y busco amarte cada vez más, día con día”. EL amor nunca busca ser menos, siempre quiere ser lo mejor. El verdadero amor no se preocupa por reconocimiento ni recompensa. Nunca se preocupa por lo que cuesta amar.

Sin embargo, nuestra naturaleza caída por el pecado, nos ha dado un concepto equivocado del amor, que busca sólo nuestro bienestar y recompensa personal, menos sacrificio.

Cuando trabajamos y nos sacrificamos por amor, nuestras acciones se vuelven una alegría en sí mismas. Quienes actúan por amor son ellos su misma recompensa. Cristo nos ha dicho que si tomamos nuestra cruz por amor a ÉL, convertirá estas en suaves y ligeras (San Mateo 11:30). Este amor desea que los demás también tomen parte en esto, mas no se compara con nadie.

El verdadero amor sólo se compara con el objeto de su amor – Dios. Al ver la forma en que Cristo nos ama, sólo debemos sentir vergüenza al no corresponderle de la misma manera. Somos humillados, vemos que no lo merecemos, y qué bondadoso es Dios con nosotros.

No importa desde cuándo, ni la cantidad ni el tiempo que amemos a Dios, siempre será nada, comparado al Amor de Dios por nosotros. La gracia de la salvación siempre será un gran pago que debemos hacer y que no merecemos. Si el verdadero amante, da un vistazo a sus compañeros de labor, verá lo mucho que trabajan su salvación, en el amor y la bondad. No se fija en sus debilidades, sino más bien, en su fuerza y se siente humilde al ver el bien y lo mucho que han avanzado los demás y que él no ha podido lograr.

De esta manera, no siente envidia ni celos de lo que reciben los demás, sino más bien aprecia los sacrificios y obras que han realizado. De esta manera buscamos siempre hacer más (nunca menos) por Dios. Jamás intentaremos quitar ni destruir lo que han hecho los demás, para que simulemos ser mejores, más bien, envueltos en el verdadero amor buscaremos que Dios sea amado en grado máximo, buscando inspirar a los demás a lograr más de lo que hemos nosotros logrado, uniéndonos mutuamente en sacrificios por el amor de Dios.

Busquemos todos, este amor verdadero, sin preocuparnos si los demás entran al cielo habiendo laborado menos que nosotros, más bien procuremos hacer más y amar más. Teniendo siempre en mente que nuestra salvación es y será siempre un don de Dios y algo mucho más allá de lo que realmente merecemos.

Así sea

Saturday, January 19, 2013

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

19 DE ENERO DE 2013

Queridos hermanos:

Constantemente pedimos por el “pan nuestro de cada día” en la oración del Padre Nuestro. Al hacer esto recordamos que, no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Necesitamos, no sólo alimento para nuestro cuerpo sino aún algo más importante, necesitamos la alimentación de nuestra alma, el alimento espiritual que nos ha de nutrir y transformar.

Los vasos de piedra son considerados fríos e insípidos; como lo es considerada nuestra instrucción espiritual que es duradera. Estos contienen las verdades sobrenaturales que a primera vista parecen ordinarias.

La Iglesia es el símbolo de estos vasos de piedra, es duradera, guarda y distribuye verdades sobrenaturales que da a beber a todos los asistentes a la boda del Cielo. Esta bebida, aparece en primer término como simple agua, por lo que, es vista como insignificante y simple. Sin embargo, si observamos con cuidados nos daremos cuenta que las verdades simples y humildes son las más importantes y profundas; el agua es entonces convertida en vino.

En todos los niveles de nuestra vida espiritual nos daremos cuenta que encontraremos todo lo necesario en estos vasos de piedra, La Iglesia. Para quienes están fuera de esta, los vasos aparecen de manera insignificante y vacios, nada para sostener su alma.
Para los principiantes en la fe, los encuentran refrescantes, pero conteniendo simple agua. Conforme vamos madurando en la fe y la vida espiritual, descubrimos la belleza y gozo, del vino que alimenta el alma.

La Iglesia tiene siempre algo para todos y estamos obligados a buscar en ella “el pan nuestro de cada día”

Muchos entran a la Iglesia y la encuentran vacía porque sus almas así lo están. Con frecuencia nos preguntamos si tales personas tienen algún tipo verdadero de fe, o por qué se molestan a acercarse a la Iglesia. El hueco de los vasos de piedra se puede encontrar en todas las Iglesias falsas, donde en su multitud de seguidores se encuentra esta gran vanidad y vacio. Tienen edificios impresionantes pero vacios de cualquier nutriente verdaderamente espiritual. Hay incluso quienes no ven mucha diferencia entre la verdadera Iglesia y las falsas, por estar buscando solamente en lo superficial y vacio de los edificios.

Algunos entran a la Iglesia y sólo pueden saborear agua. El desarrollo espiritual ha pasado por la etapa vanidosa, y encuentran verdadero refrigerio en la doctrina, como lo hacen con el agua; pero el gozo y alegría que acompaña al vino, nunca lo alcanzan.
Hay muchos que tienen un “conocimiento” superficial de la doctrina de la iglesia y con frecuencia dicen tales cosas como “ yo conozco mi fe” y no ven la necesidad de estudiar y prepararse más allá de este conocimiento, lo que aprendieron en sus catecismo, cuando niños, les parece suficiente.

Este “conocimiento” no es amado y cuando piensan estar saboreando el vino de la verdadera doctrina, lo único que los alimenta es simple agua, que sólo humedece su necesidad por una bebida mucho mayor, pero lamentablemente no desean seguir avanzando.
Estos son los “niños” de la Iglesia, que no están preparados para cosas mayores, son fácilmente engañados y arrastrados por las falsas doctrinas y tentaciones, de los anzuelos de vanidad y vacio que enseñan los herejes.

El mejor vino está reservado para lo último, para los adultos, maduros en su fe. Para alcanzar este nivel debemos pasar primero por la vanidad vacía de las falsas religiones, encontrando la verdadera doctrina de la Iglesia.

Al recibir la verdadera fe, buscamos la frescura de sus aguas, somos materialistas y mundanos, ansiosos por bendiciones materiales. Pensamos que esto es suficiente. Este conocimiento no es suficiente, debemos amar. Al aumentar nuestra fe en nosotros, debemos amar cada vez más. El joven adulto, por así decirlo, busca saborear el vino del amor verdadero en la fe. Es aquí donde Cristo transforma el agua en vino. Mientras mayor es el amor, más placentero se vuelve este vino.

En el transcurso de nuestra vida espiritual nos damos cuenta que el vino se agota, muchas veces se termina sin que nos demos cuenta, alcanzamos una llanura, un estancamiento. Caemos en un conformismo al ver las cosas desde un punto de vista mundano. El vino se ha agotado para todos los que se encuentran en esta situación. La cual se vuelve, muy peligrosa toda vez que, cuando la fe ha perdido su sabor y valor tenemos el peligro latente de perderla. La Palabra de Dios deja de alimentar nuestra alma.

Los demonios se encuentran ansiosos por eliminar y callar este amor, logrando en ocasiones que este vino se termine y nos regrese a la fe que no es otra cosa que el total abandono y vacio.

En la vida espiritual nos encontramos en muchas ocasiones con una resequedad y obscuridad. Muchas veces nos toma de sorpresa, olvidándonos de pedir y suplicar a Dios nos la regrese. Es aquí donde entra la Madre de Dios. Si María santísima es invocada, amada y honrada por nosotros, y compañera de nuestra vida, ella se encargará de ver que el vino nunca nos falte. Ella está al pendiente de nosotros mucho antes de que el vino empiece a terminarse, ella conoce nuestro corazón y sabe cuando se está secando, será Ella la que acuda a Su Hijo para decirle. “ya no tienen vino”.

Así sea.

Saturday, January 12, 2013

FESTIVIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA

13 DE ENERO DE 2013

Queridos Hermanos:

Al considerar la belleza y magnificencia de la Sagrada Familia, debemos ser inspirados a unirnos en la manera de lo posible, a este gran ideal de la vida familiar, en nuestra propia vida. Esta festividad además de acercarnos a la vida familiar de igual manera ilumina la vida individual.

No sólo el padre, la madre y el hijo, sino de igual manera el vecino, el amigo, el empleado, el patrón, maestro, estudiante, todos son instruidos por esta Sagrada Familia. Todos podemos encontrar inspiración de una u otra manera y para cada situación.

En pocas palabras, cada situación de esta vida, es una extensión de la familia.
San Pablo, en la epístola de este día, nos declara las virtudes necesarias en nuestra vida para cumplir cabalmente el ideal expresado por la Sagrada Familia. No duda en colocar la virtud de la caridad por encima de todas las demás. Humildad, mansedumbre etc. Son hermosamente expresadas en la Sagrada Familia para inspirarnos a practicarlas e imitar la caridad como corona de las demás.

El amor sobrepasa a todas las demás y resplandece sobre estas virtudes dándoles parte de su brillo. Es la caridad que anima a san José como Jefe de familia. Tiene no sólo el derecho, sino que trae consigo la obligación de liderar y mandar. Mandar es una obligación y derecho, no sólo un honor.

Quienes están en posición de autoridad toman parte de la autoridad de Dios y deben hacer lo más humanamente posible en el cumplimiento de esta posición viendo además sobre todas las cosas, con la caridad de Dios.

Quienes fallan en mandar y cumplir esta obligación como autoridades, son tan culpables como quienes sin ninguna autoridad pretender hacerlo. Con frecuencia vemos como la gente ignora la manera adecuada de ejercer esa posición de autoridad. Hay muchos que roban la autoridad que no les pertenece. Esto es algo repulsivo, especialmente para los sujetos de estos, que de manera voluntaria o forzados por las circunstancias, al faltarles a estos “lideres” la gracia necesaria para poder mandar.

Existen otros que aunque Dios los ha llamado a esta vocación, fallan en usar la gracia de Dios, actuando como verdaderos tiranos, o ladrones ineptos. Lo que les falta es sin duda la virtud de la caridad, así es, necesitan de igual manera las otras virtudes, tales como la humildad, la fe y el valor de sus convicciones etc. Pero sobre todas estas si sólo se amaran los unos a los otros, cada uno encontraría su propia vocación, como una verdadera razón de alegría al haberla encontrado.

San José, podemos decir que, es menor en dignidad que Jesús y María, pero es a Él quien Dios le da la autoridad. La gracia de la habilidad para mandar y dirigir tiene mucho más que ver con la gracia de esta vocación que con el intelecto o posición social.

En cierta ocasión san Francisco exclamó que estaría dispuesto, con gran humildad fielmente obedecer a un novicio de un día, que fuera puesto como su superior, de la misma manera que obedecería al fraile más sabio y experimentado que le fuera, de igual forma, puesto como su superior. No es la persona del superior, lo que es importante. Es la posición y la dignidad de esta, lo que vale.

Las formas y caminos de este mundo se alejan cada vez más, de este ideal. Lo que el mundo ve como necesario para mandar y dirigir es completamente opuesto a lo que Dios quiere.

Los superiores deben buscan ante todo, que tienen la gracia de su vocación y no haber usurpado la posición de autoridad que sustentan para después alimentar y mantener el verdadero amor por todos los a él sujetos. Una vez que la caridad ha sido establecida en ellos, no existirá la tiranía ni serán pisoteados. La caridad aleja, el orgullo, la arrogancia y todas las demás manifestaciones del abuzo de poder.

Sigue, en este poder y autoridad, en la Sagrada Familia, María santísima, esposa y madre. Es el ejemplo a seguir de todas las mujeres. No existe vergüenza ni debilidad en estar sujeta a un otro, (aún cuando parece inferior). María brilla en todo esplendor en su santidad, humildad, paciencia. Sacrificando su voluntad a la de san José, no pierde nada, gana mucho más.

Cuando san José, o cualquier otro esposo decente, autoridad verdadera, ven que su autoridad no es desafiada sino que es más bien, como la esposa que amorosamente sacrifica su voluntad por la de él, de seguro que no le pedirá nada que le pueda negar. No puede hacer otra cosa que de manera reciproca dar el amor que de ella recibe. Forman un solo cuerpo como cabeza y corazón trabajando ambos por uno mismo. Ella obedece con amor y de forma voluntaria, por lo que él es inspirado a mandar con suave amor y generosidad.

Todo es evidentemente fácil cuando esto sucede. Luego entonces, nuestro verdadero progreso espiritual brilla, sólo cuando es puesto bajo esta prueba. Dentro del fuego de la tentación y las tribulaciones; cuando parece o realmente sucede, que la cabeza está equivocada, injusta o imparcial, es cuando sujetos a esta debemos humildemente someternos por el amor de Dios y la autoridad (en todo lo que no sea ocasión de pecado).

Es esta humildad que inspira a los que ejercen la autoridad, la gran necesidad de mandar con gentileza y amor. El daño que ocasionen a los a ellos encomendados, será, si cooperan con la gracia, lo que más mueva sus conciencias, porque ante sus propios sufrimientos o tribulaciones sólo obedecieron, lo que les ha sido encomendado hacer. Por lo tanto podemos decir que las esposas pueden inspirar y dirigir a su esposo hacia Dios y Su gracia.

Todo esto es aún más perfecto en la obediencia de Jesucristo. Jesús estovo sujeto tanto a José como a María, Su obediencia fue inmediata, voluntaria y llena de amor, (el ejemplo perfecto para todos nosotros) y de esta manera acercó y unió cada vez más a Sus padres a Dios para amarlo sin límite. Obedeció con gran amor, para que le fuera ordenado, de la misma manera.

Si lo que buscamos es checar o corregir a quienes nos mandan obedecer, primero debemos revisar si estamos obedeciendo, como lo hizo Jesucristo. Si lo estamos haciendo de esta manera debemos entonces orar y esperar que Dios cambie a los que ha puesto como autoridad sobre nosotros.

No existe mayor honor que sufrir injusticias por el amor de Dios, de la misma manera no hay otra forma de cambiar o convertir a los demás.

Así sea