Saturday, September 25, 2010

FESTIVIDAD DE LOS SANTOS ISAAC JOGUES, JOHN DEBREBEUF Y COMPAÑEROS

26 de septiembre de 2010

Queridos Hermanos:

El día de hoy celebramos la belleza y alegrías espirituales, de estos Mártires Jesuitas Franceses:

Isaac Jogues, John de Brebeuf, Charles Garnier, Anthony Daniel, Gabriel Lallemant, Noel Chabanel, John de Lalande, and Rene Goupil.

Estos fueron algunos de los misioneros que predicaron el evangelio a los Indios Hurones e iroqueses de los Estados Unidos y Canadá. Fueron martirizados por los iroqueses en los años 1642, 1648 y 1649. El Papa Pío XI los beatifico el 21 de Junio de 1925 y en 1930 fueron canonizados por el mismo Papa.

Frecuentemente olvidamos, el precio que se ha pagado para que nosotros tuviéramos la Fe; de igual manera fallamos en apreciar y mostrar nuestra apreciación por lo que hemos recibido. Muchos católicos nacidos en esta fe y algunos conversos se han vuelto indiferentes a los grandes sacrificios hechos en el pasado para preservar y trasmitirnos la Fe que ahora tenemos.

Tal vez no nos beneficiamos directamente como lo hicieron los Indios Nativos Norteamericanos, por los sacrificios realizados por estos santos; sin embargo, si hubo muchos otros que, han hecho sacrificios por nosotros de manera directa o indirecta, a través de nuestros ancestros.

Somos todos nosotros, miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo, por lo tanto, lo que beneficia a uno de sus miembros nos beneficia a todos. Es decir que de una manera u otra hemos todos recibido los beneficios del sacrificio y martirio de estos santos.

Estos hombres se presentaron de la misma manera que San Pablo a los Corintios. No como una carga o para colocar una carga a los demás, sino para ofrecerles un gran tesoro. Existen muchos, hoy día, que consideran a la Iglesia Católica como una carga pesada impuesto sobre ellos así como existen muchos otros que se han sacudido fuertemente para quitársela de encima y poder llevar en todo lo posible, una vida hedonista.

La fe Católica es una carga para los malvados, y un gran tesoro a los buenos, que los llena de paz y alegría. Quienes llevaron la fe a los demás, les llevaron reglas y reglamentos, es verdad; los enseñaron a no matar, no mentir, no robar, no engañar, etc. Para quienes aman tales males, la Fe es una verdadera carga, que oprime sus pasiones y amor desordenado. Para quienes están por encima de estas cosas, no es una carga sino una llave que libera su alma. Sin las pesadas cargas del pecado, estas almas, llenas de amor se elevan por las alturas místicas del cielo.

Todos los buenos misioneros de todas las épocas, vivieron, materialmente hablando, una vida minimalista, sin exigir mucho sobre quienes habrían de convertir. Eran los pobres de espíritu, quienes pasaban hambres y lloraban amargamente, quienes eran odiados y rechazados. Quienes voluntariamente hacían sacrificios para no cargar de mayores sacrificios a sus conversos. Vinieron a dar, no a recibir.

Estos grandes hombres a través de sus sacrificios, merecieron para muchos, la gracia de la Fe y la Salvación. En algunos casos como recompensa a sus sacrificios algunos de sus conversos se hicieron de la misma manera misioneros. Siguiendo sus pasos, con el mismo amor y fervor de quienes les precedieron y fueron su inspiración, pasaron de una generación a otra la práctica del sacrificio y mortificación, el don de la fe y el Amor.

Estos sacrificios y mortificaciones; esta fe y amor han sido libre y voluntariamente entregado a todos nosotros. Debemos estar consientes del valor en que debe colocarse y dar a estos dones. A qué precio, nuestros ancestros recibieron, preservaron y trasmitieron esta Fe. Sin embargo, sabemos que muchos modernistas, recogen algunos de los beneficios materiales de estos sacrificios sólo para deshacerse de ellos, sin mencionar los beneficios espirituales que son ignorados y pisoteados.

Agradezcamos a Dios y a todos los santos del cielo y la gran cantidad de almas del Purgatorio, por todo lo que han hecho por nosotros; mostremos nuestro agradecimiento no sólo honrando a los que están en el cielo y orando por lo que están en el purgatorio, sino que de igual manera atesorando estos dones que nos ha dejado.

Preservemos estos tesoros de toda corrupción y tal vez agreguemos más a su gloria, al trasmitirla a la próxima generación.

Que malo para nosotros y para quienes vienen después de nosotros, si fallamos en la obligación que tenemos de recibir, proteger y trasmitir a los demás, este gran tesoro de la Fe.

Así sea

Saturday, September 18, 2010

DOMINGO 17 DESPUÉS DE PENTECOSTES

19 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Queridos Hermanos:

El mayor de los Mandamientos es amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con toda nuestra alma, es decir, con todo nuestro ser.

Todo lo que tenemos y somos, todas nuestras facultades de cuerpo y alma, han sido creadas para un propósito supremo, amar a Dios. Todo lo demás ocupa un segundo lugar, todo lo demás se nos ha dado para ayudarnos a lograr esta obligación.

Jesucristo Nuestro Señor vino y exigió este amor por El. “Si amas al Padre debes amarme a Mí” y la razón para este amor nos lo demuestra en la pregunta que les hace a los Fariseos. ¿Quién es Cristo y quien es El, el Hijo de David y de igual manera el Señor de David? Los fariseos no pudieron responder a estas preguntas, pero nosotros sí podemos.

Sabemos que Cristo es Dios y hombre. Es verdaderamente el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; verdaderamente hombre de la descendencia de David y nacido de la Santísima Virgen María. En esta capacidad nos enseña como Dios y, nos invita a amarlo como Dios. Para llegar al Padre debemos hacerlo por medio del Hijo. Amar al Padre es amar al Hijo.

Por lo tanto somos todos invitados, a amar a Cristo con todo nuestro ser. Debemos seguir a Jesucristo sin importarnos lo demás, si El así nos lo pidiera. No nos pide siempre este sacrificio supremo, porque nos ha enseñado como podemos cumplir todo lo que nos ha enseñado, sin negarle a Él, nuestro amor.

San Pablo nos dice claramente que no importa que es lo que hacemos, si comemos, ayunamos, si dormimos o estamos alerta, si trabajamos o jugamos etc. Siempre y cuando todo lo que hagamos lo hagamos por el amor de Dios. De esta manera podemos poseer y disfrutar todo lo que Dios ha creado siempre y cuando todo lo hagamos por amor a Él.

Dios al ser infinitamente bueno es, por lo tanto, infinitamente fácil de ser amado, sin embargo, nosotros como creaturas limitadas, somos incapaces de amarlo infinitamente. Por lo tanto, es imperativo que lo amemos con toda nuestra capacidad posible. Debemos amarlo completamente, con un amor preferencial. Debemos amarlo mucho más que a nuestros padres, esposa, hijos, amigos y más que a nosotros mismos.

Concluyamos erróneamente que no podemos amar a nadie más porque sólo podemos amar a Dios. Cristo nos señala que el Segundo Mandamiento es como el primero, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Dios nos dice que nos amemos primero a nosotros y luego amemos a los demás de la misma manera. Debemos amar todo lo que Él ama de la misma manera que Él lo hace. Dios, de acuerdo a las Sagradas Escrituras, no odia nada de lo que ha creado. Sólo odia el pecado, y este, no es Su creación.

Todo lo que Dios ama tiene una referencia a sí mismo y más precisamente es El a quien El ama, en todo lo que ama. Los seres creados al no ser nada en sí mismo, no tienen nada para ser amado, excepto lo que Dios ha puesto en ellos. Dios ha establecido en el hombre, que está hecho a Su imagen y semejanza, los mismos deseos que reinan en Si mismo. Es precisamente en esto, en que debemos asemejarnos a Dios.

Esto es lo que constituye nuestra bondad moral. San Agustín nos dice que nuestro amor ya sea bien o mal regulado forma lo bueno o malo de nuestra moral. Y la regla de nuestro amor debe estar tomada, únicamente de Dios.

Vemos el Segundo Mandamiento, de amar a los demás, como nos amamos a nosotros mismos, reforzado en la epístola de san Pablo para este día.

“Os ruego yo, que procedáis dignamente en la vocación a que habéis sido llamado, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos a guardar la unidad del espíritu con el vinculo de la paz. Ser un solo cuerpo y un solo espíritu.”

Dios se ama a Si mismo, de tal manera que, sólo ama por Si mismo, cualquier cosa que ama fuera de Si mismo. Nuestro amor debe ser de la misma naturaleza, no en lo infinito, porque eso es imposible, es decir que debe ser soberano; es decir, el principio y el fin de todos nuestros deseos, el amor de Dios, por lo tanto, debe extenderse a todo lo que amamos fuera de Dios, debe ser el motivo, la regla, y el fin de todo nuestro amor.

Para empezar con nosotros mismos, el amor a nuestro cuerpo y todas las cosas relativas a este, debe ser en referencia al amor de nuestra alma, y el amor a esta debe ser en relación al amor que tenemos a Dios, luego entonces, sólo amaremos nuestra alma en la manera que amamos a Dios, con el amor que Dios la ama, con el mismo punto de vista y por el mismo fin que Dios la ama. Cuando el amor a nosotros mismos está bien regulado, el amor a nuestro prójimo será de la misma manera regulado.

De la misma manera que deseamos complacer a Dios y regresarle su amor al unir nuestra alma con El, así es como deseamos complacer a Dios ayudando al alma de los demás a que hagan lo mismo. El amor a los demás que no tiene relación con su salvación eterna no puede ser considerado como amor. Muy por el contrario, tal “amor” que sólo busca un placer o comodidad personal, permaneciendo indiferente a la salvación eterna de quien decimos amar, no es otra cosa más que lujuria.

Vemos, luego entonces que, Cristo no ordena dos amores diferentes, sino uno sólo que cubre los dos primeros mandamientos. El amor a nuestro prójimo debe ser el mismo amor que tenemos por Dios (no que debemos amarlos como dioses), debemos amar todo lo que Dios ama en la manera que El lo hace. Es decir que el amor a nuestro prójimo inicia y termina en el amor a Dios. Porque Dios tanto los ama que los ha creado y mantiene en esta existencia y además que, ha muerto en la Cruz por ellos, como lo ha hecho con todos nosotros, esto nos muestra que tan valiosos somos para El. Luego entonces debemos nosotros de esta misma manera amar a nuestro prójimo.

Con este amor tan singular que iniciamos en Dios y lo reflejamos en toda Su creación nos encontramos centrados con todo nuestro ser en Él mismo.

Así sea.

Saturday, September 11, 2010

DOMINGO 16 DESPUÉS DE PENTECÓSTES

12 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Queridos Hermanos:

Debemos, constantemente buscar y, recordar que debemos practicar la humildad.

Nuestra naturaleza, caída por el pecado incesantemente nos está cacareando y haciéndonos creer más importantes, de lo que verdaderamente somos. La humildad es la verdad, por lo tanto sólo la posición humilde y el correcto valor de nosotros mismos es lo que debemos siempre buscar.

Todo lo que tenemos y somos nos ha sido dado, podemos decir con San Pablo: “Soy lo que soy por la gracia de Dios”.

Lo único que podemos reclamar como nuestro son nuestros pecados. Así como la oscuridad es la ausencia de luz, de la misma manera, el pecado es la ausencia de alguna virtud o bien, en nosotros. Y en toda verdad, lo único que podemos darle a Dios es regresarle los dones que nos ha dado y que son de Él.

La naturaleza caída por el pecado está constantemente atribuyéndose las cualidades a sí misma. En esto podemos decir que es una mentirosa y una ladrona. Es robar el honor y gloria que le pertenecen sólo a Dios, por hacer el bien en nosotros y, es una mentirosa, nuestra naturaleza caída, porque no somos nosotros los autores o propietarios de nosotros mismos, mucho menos de lo bueno que tengamos.

Pertenecemos completamente a Dios. Esto es lo que nuestra naturaleza caída se rehúsa aceptar. Es aquí donde se inicia nuestra constante lucha en aceptar ser humildes y vivir en la verdad.

Entendiendco correctamento esto, sobre nosotros mismos, somos forzados a ocupar los puestos más insignificantes. Nos humillamos delante de Dios y de nuestro prójimo.

Jesucristo Nuestro Señor nos da el ejemplo perfecto de esto y de lo que debemos hacer. Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tomó nuestra condición humana, el Creador se convirtió en creatura. Cristo no sólo se convirtió en uno como nosotros, sino que se hizo el más humilde de todos.

Decidió ser hijo de un carpintero, tan pobre que nació en un establo, escogió la muerte más humillante posible. Es decir que siendo El mayor de todos, se convirtió en el más humilde.

Al considerar la vida de Cristo escuchamos Su voz que nos dice:

“Toma tu cruz diariamente y ven sígueme”.

Todo aquel que ama a Dios es seguidor de Jesucristo.

Nadie llega al Padre excepto a través de Su Hijo.

Luego entonces el único camino seguro de obtener el cielo es haciéndonos humildes.

El dolor, sufrimiento y las humillaciones son la herencia que recibe todo mortal.

Tanto ricos como pobres, del mayor al menor, todos habrán de sufrir y morir. No hay forma de escapar a la cruz. Cristo y los santos nos han dado muestra de cómo podemos amar y encontrar el placer y la dulzura de esta, mientras estamos en este mundo y hacer méritos para la gloria eterna en el cielo. Las personas que obran con gran maldad y las que ya están en esta vida condenadas, nos muestran que, independientemente de lo que hagan para evitar el sufrimiento y alejarse de las cruces de esta vida, no encuentran escapatoria. Hagan lo que hagan siempre las tienen acariciándoles el rostro. Y lo que es más terrible, mientras más repudian y tratan escapar de la cruz, más pesada y dolorosa se convierte y en lugar de dejarla por completo, como lo están buscando, se dan cuenta trágicamente que, no solo los ha seguido hasta la eternidad, sino que es muchas veces peor a como era cuando estaban aquí en la tierra y que lamentablemente no podrán beneficiarse con ella al final.

Debemos constantemente luchar en contra de nuestra vanidad y orgullo y para tener éxito debemos voluntariamente y con verdadero amor buscar nuestra cruz. San Pablo les pide a los fieles de Efesios que no se preocupen demasiado sobre sus tribulaciones.

Los sufrimientos y pruebas son para su gloria. San Pablo imitando a nuestro señor Jesucristo estaba lleno de tanto amor que, voluntariamente abrazaba el sufrimiento por la salvación de los demás. Debemos nosotros hacer lo mismo, amar la cruz. El camino seguro para lograr esto es a través de la verdadera humildad. Una vez que entendemos que hemos caído antes de lograr nuestro objetivo, que no hemos vivido como debemos hacerlo, necesariamente debemos encontrar refugio en el único lugar que nos pertenece, el último, la humildad.

No somos mejor que el resto de las personas. Por el contario debemos ser capaces de encontrar las muchas razones, por las que somos peor que ellos.

San Francisco de Asís en cierta ocasión se consideró peor que un criminal que era conducido a su ejecución. No fue una exagerada piedad o falsa humildad, sino la verdad y, podemos entender esto cuando entremos en su manera de pensar y sentir. Si aquel hombre conducido a su justa ejecución, hubiera recibido las gracias que nosotros hemos recibido, probablemente hubiera sido mucho mejor que nosotros, y si nos encontráramos en la posición en que se encontraba este, tal vez, hubiéramos muy probablemente, actuado peor que el. O por el contario tal vez lo que este hombre hizo, sería mucho menos malo que, lo que nosotros hemos deseado o pensado hacer.

Al conocernos a nosotros mismos de esta manera, será más fácil poder ser humildes y buscar los lugares más insignificantes. De esta manera encontramos poca o no dificultad en preferir a los demás antes que a nosotros mismos. Al igual que al Publicano, sabemos que no merecemos nada, pero a la distancia (porque sabemos, sin pecar de ignorancia que, no podemos acercarnos más) elevamos nuestro corazón en oración humilde a Dios suplicando misericordia. “señor ten misericordia de mi, pobre pecador” no tenemos la osadía de pedir más porque en toda justicia sólo merecemos la condenación.

Es en esta humildad voluntariamente aceptada, abrazada de la cruz, que complacemos a Dios. Porque esto es la verdad. Y para tal alma, como esta, no importa que tan grave sean sus pecados o que tan negra se haya convertido su alma, Dios otorga Su misericordia. Limpia su alma, los levanta y los llama amigos. “Amigo, sube un escalón más”.

Es así como el último se convierte en el primero, el más insignificante se convierte en el más importante. El humilde es glorificado.

Así sea.

Saturday, September 4, 2010

DOMINGO 15to. DESPUÉS DE PENTECOSTES

5 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Queridos Hermanos:

No nos fastidiemos ni fatiguemos de hacer el bien. Nuestra vida aquí en la tierra consiste en sembrar para posteriormente cosechar en el Cielo.

Jesucristo en el Evangelio de hoy, nos pone una vez más el ejemplo de, cómo debemos ayudarnos unos a otros. La pobre viuda que acaba de perder a su único hijo nos inspira y llena nuestro corazón de piedad y compasión, lo mismo sucedió con Cristo, por lo que regresa a la vida al joven y se lo entrega nuevamente a su madre.

Todos y cada uno de los días de nuestra vida tenemos la gran oportunidad de hacer obras buenas. No debemos permitir que estas ocasiones de hacer el bien se nos escapen de las manos. Cada una de estas oportunidades es un don de Dios y consecuentemente se nos pedirán cuentas de ellas. Recordemos las palabras de Jesucristo cuando nos dice que cualquier cosa que hagamos por el más insignificante de Sus hermanos, lo hacemos con Él, luego entonces lo que dejemos de hacer por nuestro prójimo, también dejamos de hacerlo por Jesucristo Nuestro Señor. En esto radica nuestra eterna felicidad.

Las obras corporales de misericordia son todas muy importantes en este punto. Sin embargo, debemos recordar que son secundarias en relación a las obras espirituales.

Las grandes sumas de dinero que son donados por los ricos de este mundo, con intereses publicitarios, ostentosos o para fines de la reducción del pago de impuestos, no es el espíritu de caridad que estamos buscando.

Debemos deshacernos de todo tipo de amor propio y egoísmo, como lo ha hecho Jesucristo al sacrificarse por nosotros. Debemos purificar los deseos de nuestro corazón, eliminar todo lo que es mundano y egoísta, o mejor dicho debemos eliminar todo lo que no es de Dios. Dios nos pide todo nuestro amor, no se contenta con una parte de nuestro corazón. Dios quiere que le entreguemos todo lo que somos y tenemos. Esta es nuestra meta espiritual de por vida, mientras más logramos esto, encontraremos muchas más oportunidades de ayudar a los más necesitados, toda vez que tendremos menos necesidades o deseos personales.

Estamos llamados a morir a nosotros mismos para vivir por Jesucristo.

Mientras mayor y más puro sea nuestro amor por Dios de igual manera lo será y se verá reflejado entre nosotros mismos. Debemos hacer nuestra la meta de amar a todos, incluyendo a nuestros enemigos, por el amor de Dios. Esto no disminuye nuestro amor por Dios sino que lo incrementa. Dios es el centro de nuestro amor, y así como radia alrededor Suyo, abarca todo lo que Dios ama.

Es decir que amamos a Dios sobre todas las cosas y todas las cosas por y en el amor de Dios. Por lo tanto el amor a nuestro prójimo debe ser un amor en Jesucristo. Al hacer el bien a nuestro prójimo, lo hacemos a Jesucristo ya que es el Amor de Jesucristo que nos mueve amar a los demás.

Cualquier otro tipo de “amor” a nuestro prójimo, no es verdadero sino “lujurioso”.

El amor egoísta e interesado no es verdadero amor. Esto es a lo que la mayoría de personas mundanas llama erróneamente amor. Por lo tanto las personas casadas, o que viven en concubinato sólo buscan placer personal o gratificación para sus propias pasiones y deseos. No tienen verdadero concepto del amor porque no han aprendido a negarse a si mismos y buscar a Dios con todo su corazón, mente y alma.

Esta es la razón por la cual vemos tanta miseria en una gran cantidad de familias, el odio entre el esposo y la esposa, el gran número de divorcios, abortos etc.

Debemos buscar de manera habitual dar sepultura a todos los deseos mundanos y egoístas, este es uno de los grandes obstáculos en nuestro crecimiento espiritual.

No es tan importante lo que hacemos o dejamos de hacer, ante los ojos de Dios, sino lo que deseamos hacer. ¿Cuál es lo que amamos o deseamos en nuestro corazón? Esto es lo que mueve y motiva todas nuestras acciones, esto es por lo que seremos juzgados.

Esto es lo que separa el hombre honesto del hipócrita.

Jesucristo Nuestro Señor nos dice que quien esté lleno de odio, es culpable de homicidio por haberlo de antemano deseado y quien ve a una mujer deseándola es culpable de adulterio por ya haber pecado en su corazón.

La Iglesia nos enseña que cuando se nos impide recibir algún bien como el sacramento del Bautismo, la confesión, y santa comunión, debemos formar en nosotros un gran deseo por recibirlos y Dios aceptara el deseo por el hecho.

Lo que está en nuestro corazón es lo que es importante para Dios. Debemos buscar la forma de sacar de nosotros todos los deseos desordenados para poder llenarnos del amor y deseo de Dios. De esta manera seremos capaces de amarnos los unos a los otros como debemos hacerlo y ayudarnos mutuamente sin ningún compromiso ni ataduras, sin ninguna razón egoísta sino en amor genuino y verdadero.

En este estado de nuestra alma, sembraremos méritos saludables aquí en la tierra para ser cosechados en el Cielo.

Así sea