14 DICIEMBRE DE 2008
Queridos Hermanos:
La semana pasado pudimos ver a los discípulos de san Juan Bautista, preguntando a Cristo quien era El. Ahora vemos a las mismas personas preguntando a San Juan Bautista quien es El.
Sin embargo, lo que escuchamos a Jesucristo decir de san Juan Bautista, en el evangelio de la semana pasada: “Que él es más que un profeta”, consideremos lo que dice san Juan de sí mismo en el evangelio de hoy.
Después de negar que es Cristo, o Elías o el profeta. Dice que es la voz que clama en el desierto: “enderezar el camino del señor, como dijo el profeta Isaías” Al momento en que San Juan empieza a predicar y bautizar, la creencia (basada en los profetas) era general de entre los Israelitas, que el profeta prometido ya había hecho su aparición o su venida estaba ya próxima.
Esta misión de san Juan es la misma que la que la Iglesia Católica ha continuado predicando. La Iglesia es esa voz clamando en el desierto. Ha proclamado esta doctrina sobre toda la tierra, desde las grandes ciudades hasta los pueblos más pequeños, y aún más en el mundo de hoy por medio del internet. Pero su llamado cae frecuentemente, sobre oídos sordos. Existe un gran hueco y vacio en el mundo de hoy debido a la falta de la gracia divina y vida sobrenatural que causa llanto a la Iglesia como un eco en la nada.
La Iglesia anuncia no ya la venida del Redentor, sino al Redentor que ya ha venido y nos da la dirección y los medios para seguirlo. Predica la bondad y misericordia de Jesucristo que está disponible ahora y nos previene de la justicia y juicios que nos esperan cuando regrese.
La Iglesia previene al mundo, pero este rehúsa tomarla en serio. El mundo no desea ver al Cristo humilde como a su Dios. Es demasiado humillante tenerlo como Dios a quien ha nacido en un humilde establo, sufrir como un criminal, y ofrecerse a sí mismo en nuestro altar bajo las apariencias de pan y vino.
La Iglesia proclama la penitencia y seguir los caminos de Jesucristo. Pero una y otra vez el mundo rechaza hacer penitencia. El mundo rechaza aceptar y reconocer que han hecho algo mal y tiene necesidad de hacer penitencia. El mal que han hecho tratan de justificarlo y declarar que no son vicios sino más bien virtudes. O las juzgan como cosas inevitables debido a la debilidad de nuestra naturaleza humana, como si fuera Dios el culpable, por haberlos hechos de esa manera.
Todo tipo de perversión sexual se le atribuye a Dios. Cuántas veces hemos escuchado decir, es que Dios me hizo de esta manera. ¿Con cuanta frecuencia utilizan la naturaleza caída como justificación de sus hechos? Dicen que veamos en el mundo animal, como sucede lo mismo y nos piden que lo aceptemos como justificación para su vida pecaminosa. Dios nos ha instituido como cabeza de Su creación, para que la corrijamos y no para que imitemos a los animales de esta. El asesino, el fornicador, el mentiroso, el ladrón, el que practica el aborto, etc. Todos inventan excusas. Y el llamado de la Iglesia cae en oídos sordos.
Existen en nuestros días iglesias que promueven estos vicios y aún así se proclaman seguidoras de Dios y Jesucristo. En esta infernal cacofonía de pecados y vicios, la Iglesia es realmente la voz clamando en el desierto. Esta sobrepasada y su voz ahogada por los alaridos diabólicos del vicio y pecado. La Iglesia no deja de proclamar las verdades Divinas en todo tiempo: “enderecen los caminos del señor”.
Esta estación de adviento celebramos la anticipación del mundo por la venida del Redentor, sin embargo, se nos recuerda también la necesidad de la venida de Jesucristo nuevamente como Redentor. Sólo lo podemos encontrar en la Iglesia y en los sacramentos que Él ha establecido.
Escuchemos el llamado de la Iglesia y actuemos sobre este. Enderecemos nuestras vidas.
Renunciemos los caminos del pecado y el vicio.
Regresemos al humilde pesebre donde esta Jesucristo de corazón, alma y mente, sobre el altar y sobre la cruz. Llenos del amor de Dios renunciemos al mal que hayamos hecho, las tentaciones de nuestras pasiones, al mundo y al demonio. De esta manera el camino estará limpio para que
Nuestro Señor entre. De esta manera el llamado de la Iglesia no será en vano. Nuestra alma ya no se encontrará en el desierto o en la soledad, sino que se convertirá en el templo vivo de Dios.
Cuando hayamos escuchado a esta voz clamando en el desierto y limpiemos nuestra alma de toda inmundicia que previene a Nuestro Señor para habitar en ella. Jesucristo vendrá y podremos decir como san Pablo, en la epístola de hoy. “alegraos siempre en el Señor”.