16 DE NOVIEMBRE 2008
Queridos Hermanos:
La Iglesia inició como una semilla de mostaza. De igual manera nuestro crecimiento en la vida espiritual se inicia de esta manera, si la alimentamos y nutrimos su crecimiento, pronto crecerá en proporciones mayores – así como la semilla de mostaza crece en medio de toda la maleza.
Generalmente, todas las cosas se inicias de esta manera. Es sólo con el tiempo y esfuerzo que se van fortaleciendo. En el mundo en el que vivimos, de “gratificaciones instantáneas”, esta manera de pensar se nos hace, en ocasiones, una gran pesadez. Las evidencias a nuestro alrededor muestran que las cosas que crecen demasiado rápido son, en la mayoría de las veces, débiles. El árbol más fuerte es el que crece lentamente y por un espacio considerado de tiempo. Lo contrario sucede en los crecimientos rápidos. “un melón crece en una temporada; sin embargo el roble, requiere muchos años”.
Esto es, frecuentemente, verdadero en la vida espiritual. Quienes aparecen, como haber realizado grandes pasos rápidamente, son frecuentemente muy débiles por dentro y; prueban ser mas pecadores y menos santos de lo que mostraban a primera vista. Existen algunos santos que se levantaron y convirtieron inesperadamente rápido, sin embargo, la mayoría debemos, de manera cuidadosa y lenta, abrirnos camino hacia nuestra salvación en el Cielo.
Los gigantes de la fe, son fuertes y resisten las tentaciones con relativa facilidad, porque han sido fortalecidos por muchos y constantes ataques. Las caídas de estos son frecuentemente menores y con gran rapidez y fortaleza se levantan de estas.
Los débiles pueden y frecuentemente caen terriblemente y tienen un tiempo muy difícil para levantarse y continuar. En algunas ocasiones aparecen algunos como grandes y fuertes en la fe y caen lamentablemente de manera repentina y terrible. Es en muchas ocasiones sorprendente, para algunas personas, el enterarse de tales caídas. Y nos preguntamos ¿Cómo pudo haber pasado esto? Es como si el gran roble desde su lugar en el bosque ha caído repentinamente y sin razón aparente. Sin embargo, si lo examinamos cuidadosamente, notaremos que era débil y corroído por insectos; concluyendo que “la grandeza” de este “magnifico roble” era sólo aparente y vacía. Esto sucede frecuentemente con muchos que aparecen como buenas personas, incluso como santos. Y es sólo después de su caída que se demuestra de lo que estaban hechos. Hablan mucho sobre religión, sin embargo su alma y corazón se encontraban en otro lugar.
Tales pobres almas, pudieron haber sido en un tiempo solidas y verdaderas en lo más profundo de su alma, sin embargo, permitieron que la corrupción envolviera su corazón. Y así de la misma manera como lo bueno crece lentamente y paso por paso, asegurándose que cada paso nuevo sea seguro, de igual manera la destrucción empieza poco a poco y crece gradualmente, pero de manera segura.
En primer lugar, permitimos a los pecados del corazón entrar, y pensamos que no son notorios ante el mundo y pretendemos olvidarlos.
Quien se muestra a si mismo objetos contra la castidad, y encuentra placer en la contemplación de estos, peca de pensamiento. (Los pensamientos pueden también ser de envidia, venganza, vanidad, avaricia etc.) Quien no sólo se muestra a si mismo algo malo, sino que además desea ver, escuchar o realizarlo, peca de deseo indebido.
Estos pecados insidiosos son como pequeños insectos destruyendo el alma del gran roble. Al principio aparecen como insignificantes y pequeños que no detiene nuestra atención, pero una vez que toman posesión, se multiplican y se reproducen al grado de no dejar nada firme y sólido de su nueva morada, la cual fácilmente es derribada y destruida completamente.
No existe nada insignificante y de poca importancia, cuando de nuestra alma se trata.
Lo más insignificante tiene un gran potencial tanto para lo bueno como para lo malo.
Debemos eliminar todo el mal que a nuestro alrededor y en nuestro interior crece, sin importar lo insignificante o pequeño que nos parezca. Recordemos que, nada que esté manchado, entrará en el Reino de los Cielos. Cada pecado es una ofensa en contra de la infinita bondad de Dios y consecuentemente un crimen terrible.
Empecemos por corresponder a la gracia que hemos recibido, aunque sea del tamaño de un grano de mostaza. Crecerá grande y fuerte si la nutrimos y cuidamos. No importa que tan vacios de bondad nos encontremos en este momento, existe por lo menos una partícula pequeña de gracia que Dios nos ha dado. Hay que buscarla y nutrirla. Cooperando con las gracias que tenemos nos hacemos merecedores de mas y mayores gracias. Cada gracia reconocida y aceptada amerita más beneficios para nosotros y poco a poco nos ayudarán a crecer más fuertes en la vida espiritual.
No existe ningún santo sin su pasado y pecador sin futuro, siempre y cuando cooperen con la gracia de Dios.