Saturday, October 18, 2008

DOMINGO 23ro. DESPUÉS DE PENTECOSTES

Queridos hermanos:

Cuando Adán pecó, trajo consigo una doble muerte, podemos decirlo así, a este mundo. Tenemos la muerte del alma a través del pecado, y la muerte del cuerpo a consecuencia de la muerte de esta.

Tenemos la tendencia de enfocarnos en el menor de estos males, la muerte del cuerpo, en lugar del malo mucho mayor, la muerte del alma. Sufrimos mucho por la muerte física de nuestros seres queridos que han muerto, olvidando que la muerte de este no es el mayor de los males. Y que el cuerpo será resucitado.

El segundo Adán, Jesucristo, vino a este mundo a restaurar todo lo que fue perdido por el pecado. La primera consecuencia de la redención sacrificada de Jesucristo en la cruz por nuestros pecados es el liberarnos de una muerte mucho peor, la muerte de nuestra alma. A través del sacramento que Cristo ha instituido en Su Iglesia, tenemos un medio de la gracia, la vida restaurada de nuestra alma, nutrida y sanada. Sin embargo, sujetos aún a la primer muerte la de nuestro cuerpo.

Esto podemos decir, deja los méritos de la redención de Jesucristo, incompleta. Sin embargo, esto será rectificado al fin del mundo. Nuestros cuerpos, entonces, se levantaran de entre los muertos como lo ha hecho nuestra alma, que ha resurgido de la muerte a través del Bautismo y la Penitencia.

Vemos que la muerte de nuestro cuerpo, no es algo que debemos temer. Es como una extensión del sueño. Así como Cristo, nos dice el Evangelio de este día, trajo nuevamente a la vida a la pequeña que se menciona, así como El se levantó de la muerte, de la misma manera hará con nosotros.

El hombre fue creado con cuerpo y alma consecuentemente hasta que nuestro cuerpo resucite y se reúna con nuestra alma, hasta entonces estaremos completos. Aunque los santos del cielo se encuentran felices y disfrutan de la Visión Beatifica, mantienen aún el deseo de reunirse con sus cuerpos. No están completos sin este cuerpo que les permitió unir sus sacrificios con Cristo y merecer la recompensa (herencia) del Cielo. Todo esto será rectificado al final de los días, cuando todos los que han muerto resuciten.

Quienes son santos y han merecido los méritos del Cielo tendrán sus cuerpos resucitados de la muerte y en un estado glorificado. Tendrán los mismos cuerpos que tuvieron aquí en la tierra sólo que glorificados. Sus cuerpos dejarán de sufrir. Serán perfectos en su tipo. Serán restaurados a su condición original, sin embargo, ya no podrán sufrir ningún daño. No podrán ser heridos, quemados o fraccionados. Serán en un sentido espiritualizados. No tendrán restricciones de tiempo o espacio. Viajarán con la velocidad de nuestros pensamientos, no habrá muros ni cerraduras que nos limiten. Estos cuerpos vendrán e irán como lo hizo Jesucristo después de Su resurrección. No tendrán hambre, ni ninguna otra necesidad animal. Serán perfectos.

Por otro lado, los que han sufrido la segunda muerte, la muerte de su alma, tendrán una resurrección diferente. Resucitarán de entre los muertos como los justos, sin embargo, sus cuerpos estarán repletos de todo tipo de ignominias por sus pecados. Sus cuerpos sufrirán por siempre en unión de su alma los tormentos eternos del Infierno. Sus cuerpos sentirán un dolor y sufrimiento constante, sin alivio o mitigación de ningún tipo. Su cuerpo como su alma sufrirá la eterna pérdida de su unión con Dios, serán frustrados y detenidos como consecuencia de sus pecados.

El día de la resurrección será de gran alegría para los santos y un día de terror y desesperación para los condenados.

Meditemos en la muerte de nuestro cuerpo, sin ningún temor y aborrecimiento como los paganos y todos los que no conocen o confían en Dios. Los que no conocen a Dios hacen todo lo posible por preservar sus cuerpos con vida en este mundo, lo más que pueden, buscando la inmortalidad en su situación actual. Dios nos ha dado la promesa de la resurrección. Los que tenemos fe, sabemos que la muerte es el castigo por nuestros pecados, lo aceptamos, y esperamos la venida de Jesucristo, donde de manera gloriosa nos uniremos a Él.

Debemos tener temor y temblar ante esta realidad y hagamos todo lo posible por evitar la muerte de nuestra alma. Quienes desconocen a Dios nunca se detienen a pensar en esta muerte. Hacen ostentación de sus pecados, la podredumbre y la muerte de su alma ante la multitud que les rodea.

Si podemos evitar la muerte de nuestra alma en esta vida, no tenemos nada que temer en relación a la muerte de nuestro cuerpo, toda vez que es temporal. Podemos, mientras estemos en este mundo, restaurarle la vida, con sólo recibir los Sacramentos que Cristo nos ha dado, y cooperar con la gracia que nos ha merecido con el sacrificio de Su cuerpo en la cruz.

Así sea.