Saturday, October 4, 2008

DOMINGO 21ro. DESPUES DE PENTECOSTES

5 DE OCTUBRE DE 2008

Queridos Hermanos:

La calidad de la misericordia no es forzada, cae como la suave lluvia, del cielo, sobre la tierra. Es doblemente bendecida, bendice a quien la da como a quien la recibe.

William Shakespeare

Justo antes de que nuestro Señor dijera la parábola en el evangelio de hoy, hay una pregunta de parte de San Pedro en relación a con qué frecuencia debe perdonar a su hermano. Nuestro Señor le dice que no sólo siete veces sino setenta veces siete. Esas son las ocasiones suficientes y necesarias.
Para ilustrar este perdón, la parábola de hoy nos señala que el reino del Cielo está gobernado por la misericordia.
Dios es todo misericordioso. El nos ha dado todo lo que tenemos y todo lo que somos. Nos perdona al mismo tiempo que estamos arrepentidos y acudimos con verdadera humildad al sacramento de la penitencia. Perdona de igual manera una gran cantidad de pecados, como la más mínima de estos. El único obstáculo para recibir y experimentar Su misericordia es nuestro orgullo y amor propio.
Una vez que hemos sido perdonados por Dios, somos real y verdaderamente perdonados.
No tomemos literalmente la parábola en donde el Amo perdona la deuda y lo manda a la tortura hasta que pague todo lo que debía. Dios no nos trata de esta manera. Debemos observar que en las parábolas muchas cosas son accidentales a la parábola misma y se debe tener cuidado y restricción al observarlas. Dios no revoca un perdón otorgado, ya que sería contrario a toda su misericordia, y Sus obras son sin arrepentimientos.
Esto significa que Dios no perdonará, o mejor dicho que castigará severamente la ingratitud e inhumanidad del hombre que, después de haber recibido de Dios el perdón más liberal de sus trasgresiones graves, no puede perdonar la más mínima transgresión en su contra cometida por su prójimo, quien además es hijo también de su Dios.
La ingratitud puede compararse con los 10,000 talentos, como toda ofensa grave, cometida contra Dios, excede en un grado infinito, cualquier ofensa contra el hombre. Este arrepentimiento debe ser real, no pretencioso, del corazón y no de palabra nada más; sacrificando todo deseo de venganza, todo odio y resentimiento, ante la cúpula de la caridad.
¿Cuántas veces hemos orado (en el Padre Nuestro) que nos perdone Dios como nosotros perdonamos a nuestros deudores? ¿Hemos, en alguna ocasión, detenido a pensar que es lo que estamos diciendo? Pedimos a Dios que nos muestre su misericordia como nosotros la mostramos a nuestro prójimo. Para ser misericordiosos al mismo grado, y en la misma medida que nosotros somos. Esta es una petición tonta para la mayoría de los hombres, porque son muy pocos los que practican verdaderamente esta petición o tienen verdadera caridad. No existe nada erróneo con la oración porque nuestro Señor mismo nos la ha dado. El problema está en nuestro rechazo a la caridad y a la misericordia para nuestro prójimo. Cuando Dios nos muestra Su misericordia vemos que no se queda ni retiene nada. Su gracia fluye gentil y plenamente. Y quienes de manera correcta reciben Su gracia son eternamente agradecidos. El hombre se salva y Dios recibe los honores. Realmente la misericordia es doblemente bendecida. Sin embargo esta misericordia divina debe ser más que, bendecida doble, porque Dios espera que volteemos y manifestemos esta misma misericordia a nuestro prójimo y este a los que le rodean. Estos actos de amor y misericordia deben en teoría, reproducirse como fuego descontrolado sobre todo el mundo, sin embargo, no es así. Lo que vemos, por el contrario, es una vida salvaje llena de sospechas, odio y venganzas.
Vivimos en un mundo que aterroriza a la gente en el intento por librar una batalla y terminar con el terrorismo por siempre. Tal vez alguien pueda pelear fuego contra fuego y detener el fuego (cuando no hay nada mas a quemar), sin embargo, la mejor arma contra el fuego es todo lo contrario, el agua. La mejor arma contra el odio es el amor, no, más odio. La mejor arma contra la sospecha es la confianza. Contra la venganza el perdón, la mejor arma en contra de la miseria y el sufrimiento es la misericordia.
Para poner un poco de orden en la sociedad y en el mundo, debemos todos de manera seria considerar las lecciones dadas en la parábola del evangelio de hoy. Si realmente somos lo que decimos ser, cristianos que aman y siguen a Jesucristo, debemos entonces empezar a tener una actitud diferente del mundo a nuestro alrededor. Debemos amar a Dios sobre todas las cosas para poder amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Luego entonces debemos ser misericordiosos con nuestro prójimo como deseamos que Dios lo sean con nosotros.

ASI SEA.