30 DE SEPTIEMBRE DE 2012
Queridos hermanos:
Consideremos el día de hoy, al paralitico que yace recostado sobre su lecho. Bajo estas condiciones se encuentra restringido y limitado al tamaño de su cama, y luego entonces depende en gran medida de sus amigos.
Este hombre realmente era bienaventurado al contar con tales amigos que mostraban su fe al llevarlo con Jesucristo. Fue en gran parte gracias a la fe de los amigos de este hombre enfermo que Jesucristo le perdona sus pecados. Dependía este hombre de sus amigos, no sólo para los beneficios materiales sino que dependía, de la misma manera, de ellos para los bienes espirituales, luego entonces, podemos decir que los pecadores que reciben la gracia del arrepentimiento, y aceptación de la penitencia, en gran parte depende de la fe y méritos de algún otro.
Las enfermedades, muchas veces, son una manifestación o tienen alguna relación con el pecado, por lo que debemos en nuestras propias enfermedades, buscar el perdón de nuestros para después buscar la salud de nuestro cuerpo.
La enfermedad física,también se basa, frecuentemente en el deterioro de nuestro cuerpo, olvidándonos, muchas de las veces, de nuestra alma. La enfermedad, decirnos, es sólo corporal. Por lo tanto debemos replantear nuestras actitudes y prioridades. Debemos buscar la salud de nuestra alma, antes que cualquier otra cosa. Jesucristo nuestro Señor, sanó primero el alma de este hombre antes de sanar su cuerpo.
Como ya lo dijimos, este pobre hombre era incapaz de valerse por sí mismo, dependiendo de la caridad de los demás. Quien está en pecado mortal, se encuentra en esta misma situación, ya que no puede hacer nada para sí mismo, para recuperar la gracia de Dios, que ha perdido. Esta gracia, del arrepentimiento es un don de Dios, que se la da gracias a la fe de algún otro.
El hombre en pecado, ha perdido todo control, es arrastrado por sus transgresiones y lo llevan a donde estas quieren en lugar de donde él mismo quiere llegar. Como sucede con el paralitico que es tal vez llevado a donde quieren los demás.
La cama, en que se encuentra postrado, es de igual forma, símbolo de pecado, por la cantidad de pecados que se comenten en esta. Así estamos unidos con nuestros pecados. Es en muchas ocasiones, que con nuestras propias fuerzas podemos recostarnos, mas no con las mismas para poder ponernos de píe y requerimos de la ayuda de alguien más.
Es, de esta misma manera que libre y voluntariamente caemos en el pecado, y no somos capaces de salir de estos, requerimos de la ayuda de algún otro.
Sería bueno, que todos y cada uno de nosotros reflexionáramos, al momento de ir a recostarnos sobre nuestra cama, la posibilidad de que no logremos levantarnos jamás de ella y que nos coloquemos en la situación de estar limitados al espacio de esta, para cualquier movimiento que pensemos hacer. Si esta ha sido lugar de pecado, sería una situación de mucho temor y tormento a la hora de la muerte.
Debemos por lo tanto hacer de este lugar de descanso, un lugar santo, con la oración antes y después de recostarnos, bendiciéndola con agua bendita, proponiéndonos no volverla a manchar con el pecado.
Debería ser como el trono de David que día y noche lo mojaba con las lágrimas de arrepentimiento de sus pecados (salmo 6,7). De esta manera podremos sanar nuestra alma de las ataduras del pecado y levantarnos de nuestros pecados como lo hacemos por las mañas al levantarnos de nuestras camas.
En lugar de estar sujetos al pecado y nuestra cama, como el paralitico, debemos con la ayuda de Dios, ponernos de píe y recibir el perdón de nuestros pecados, hacerla a un lado, en lugar de regresar sobre esta y se convierta, como lo ha sido, ocasión o motivo de pecado, por nuestra enfermedad espiritual, castigo y cruz, que debemos llevar con espíritu de penitencia.
Al tomar nuestra cruz todos los días, se nos recuerdan nuestros pecados, se nos recuerda la magnitud de estos y al mismo tiempo, la misericordia de Dios. Ya que recibimos la oportunidad de seguir a Cristo: “Toma tu cruz diariamente y sígueme” (San Lucas 9,23).
Así como nuestro lecho de pecado ha sido amargo y pecaminoso, al tomar nuestra cruz todos los días con el verdadero arrepentimiento, se convierte esta cruz en motivo de alegría y gran bendición. Todo lo que era amargo e impertinente se convierte en liviano y dulce (san Mateo 11:30).
No olvidemos nunca las lecciones y observaciones que se nos presenta este día, en la sanación de este hombre tanto de su cuerpo como de su alma. Recordando que Cristo sana primeramente el alma y después el cuerpo. Es decir que debemos buscar primero y ante todo el Reino de Dios y los bienes de este mundo se nos darán por añadidura (san Mateo 6,33).
Al mismo tiempo debemos ver que el lecho de pecado, está lleno de sufrimiento y miseria y que una vez que nos levantamos se convierte en nuestra cruz de penitencia y aunque es motivo de muchas lagrimas de arrepentimiento y penitencia, se convierte en una cruz, de dulzura y alegría, al cargarla diariamente a imitación de Cristo.
Debemos de igual manera, siempre mostrar gran gratitud por quienes sabemos o desconocemos, y que gracias a su fe han hecho posible se apliquen a nosotros las palabras de Dios que nos dice: “Tus pecados te son perdonados” gracias a la constante y fiel oración de los demás, y a sus sacrificios, que nos han merecido esta gracia.
Asi sea.