27 DE FEBRERO DE 2011
Queridos Hermanos:
Consideremos el día de hoy, el problema eterno que contamina la Iglesia: Los falsos maestros
San Pablo nos habla de estos, en la epístola de hoy. Al parecer los fieles de Corinto fueron influenciados por la elocuencia y maravillas que proclamaban los falsos maestros, lo que ocasiona que san Pablo hable sobre ellos. Hace esto, aún a pesar de decir que, es una cosa tonta a hacer.
Esta forzado a hacer esto para recordarnos que la Iglesia tiene todo lo que los falsos maestros o herejes tienen, pero mucho más. San Pablo sobrepaso todo lo que los falsos maestros propusieron tener. Por lo que si estamos impresionados por lo que tienen los herejes, lo debemos estar más por lo que tiene la Iglesia. Los herejes sólo pueden imitar y simular lo que la Iglesia tiene. Por lo que toda su presunción es en vano. La iglesia católica no necesita impresionar a nadie ya que conoce lo que Dios le ha dado, y porque no es necesario exageraciones banales. Razón por la que san Pablo nos dice que habla como tonto porque nos dice por lo que ha pasado y sufrido.
En el evangelio de hoy, Nuestro Señor Jesucristo nos presenta una parábola en la que nos explica como la gracia de Dios es recibida de diferente manera en el alma de las personas. La semilla que cae in tierra diferente es la misma. La diferencia es cómo reacciona a esta semilla o como responde cada alma a la gracia de Dios.
Muchos falsos maestros se presentan como verdaderos en apariencia y simulan tener lo que la Iglesia posee porque han recibido la misma gracia inicial. La semilla que florece sobre la roca es igual a la que crece en tierra fértil. La fase inicial o primera parece la misma o muy similar. Lo mismo se puede decir de la que crece entre espinas. Esta de igual forma cuando aparece es muy similar, en su fase primera, a la de la tierra fértil.
Los herejes usan esta técnica para engañar a los incautos. Usan las mismas biblia, propagan las mismas citas de las Sagradas Escrituras. Los vemos y vemos la Iglesia, a primera vista es difícil distinguir los unos de los otros. Es hasta que nos acercamos más para poder examinar con detenimiento, cuando podemos descubrir la verdad de estos.
Muchos herejes hacen alarde de las gracias que han recibido, olvidando que estas son dones de Dios y que nada tiene que ver con mérito propio. Cuando observamos con mayor cuidado nos damos cuenta que estas gracias nunca han hecho raíz en estos falsos maestros. La raíz superficial de estos individuos se seca con el primer calor de las tribulaciones o tentaciones. Estos falsos maestros son frecuentemente ayudados por los demonios. Harán todo lo posible para darles el éxito y ayuda en su “ministerio”. Los demonios los protegerán hasta alimentar su vanidad y de esta manera engañar a muchos más. Éxito mundano y cantidad de seguidores está más sobre la lista de los falsos maestros y la maldad que en la verdadera Iglesia. La Iglesia Católica se preocupa por la solides y profundidad. Desea llenar nuestro corazón con un amor solido, profundo y verdadero por Dios, no un sentimiento ligero y pasajero.
Este amor por Dios nos ayuda a sobre llevar las tribulaciones para sufrir de manera voluntaria haciéndonos más fuertes cada vez.
Existen otros falsos maestros que tal vez tengan la raíz más profunda que los anteriores, sin embargo rápidamente se hace evidente que el crecimiento de estos no se debe a la cooperación con la gracia de Dios, sino más bien a las semillas entre espinas, su crecimiento es aparente, ya que es delgado y frágil. No cuenta con sustancia fuerte esta plantita. Vemos algo de verdad y bondad en esta, sin embargo está mesclada con maldad y error. La poca verdad o bondad en esta, es superficial.
Al observarla cuidadosamente se puede notar que es demasiado débil para producir algún fruto.
Los verdaderos maestros están fortalecidos al cooperar con la gracia de Dios. Han hecho todo lo que proclaman los falsos maestros y un poco más. No hacen tanto alarde porque saben que es superficial y falso hacerlo.
No seamos engañados por los honores y glorias superficiales de los falsos maestros a nuestro alrededor. Tengamos mucho cuidado y poniendo atención veamos que son vacios y triviales, busquemos la doctrina solida y profundamente enraizada que se puede encontrar sólo en la Iglesia de Jesucristo, la católica.
Al aceptar a los maestros que Dios ha enviado, nos encontraremos mejor disponibles para recibir la gracia de Dios en nuestra alma para que haga raíz y crezca en nosotros. Para que el día de la cosecha alcáncenos ver claramente el fruto que en este se estuvo desarrollando. Veremos el vacio de los falsos maestros y el fruto y plenitud de la doctrina de la Iglesia. Si hemos sido fieles a esta Iglesia, fundada por Jesucristo nuestro Señor, veremos nuestro propio fruto al prepararnos para la recompensa eterna en el Cielo.
Que así sea.
Saturday, February 26, 2011
Saturday, February 19, 2011
DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA
20 DE FEBRERO DE 2011
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor nos invita a todos a laborar en Su viñedo. Aunque nos llama a todos, hay ciertos individuos que no escuchan este primer llamado, por lo que permanecen inactivos hasta que quieren o se encuentren disponibles a acudir al llamado de Dios y creen que, posiblemente los llame a otra hora. Muchos son los llamados pero pocos los elegidos porque pocos acuden, al llamado.
Aún entre los que acuden a este llamado de Dios, existen diferentes grados y posiciones. No son todos iguales, aunque todos reciben la misma recompensa, la salvación. Algunos acuden primero, otros después. Algunos deben ser santificados durante un tiempo prolongado, mientras que otros en un tiempo reducido y muchos entre estos dos. Aunque todos reciben el mismo denario de salvación su riqueza en el Cielo no es la misma.
Existen muchas mansiones en el Cielo. Quienes fueron fieles sobre las pequeñas cosas se les ha dado mayor recompensa en el Reino de los Cielos. Los que no fueron fieles, lo poco que tenían se les ha quitado. (San Mateo 25:23).
El menor será el mayor, mientras que los orgullosos serán los últimos: “Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos ese será el más grande en el reino de los Cielos” (San Mateo 18:4). Dios mismo se hizo el más insignificante de los hombres para enseñarnos a complacer a Dios y ganar la gracia de la salvación. Los grandes se convierten en los ciervos de los insignificantes.
Nuestro Señor nos demuestra que lo que es importante y justo ante nuestros ojos no lo es para Dios. Desde nuestra perspectiva imperfecta parece injusto recompensar a todos por igual si han sido diferentes las horas laboradas. Lo que no podemos ver es la intención del trabajador ni el esfuerzo que cada uno pone en su labor. Dios si ve esto y sus juicios son correctos, los nuestros no. Otro punto de vista que debe ser considerado es, desde la perspectiva de la eternidad. ¿Sería el Cielo menos Cielo si alguien entra en este antes o después? En la eternidad no se considera el tiempo porque todo es presente. Lo que nosotros consideramos como primero o después es algo irrelevante.
En el Cielo, no existe la envidia. Todos son completamente felices. Lo que debemos buscan mientras estamos en este mundo es un incremente en nuestra caridad. No debemos pensar en qué es lo menos que podemos hacer para recibir mayor recompensa, por el contrario, debemos considerar como podemos lograr lo máximo por medio de la caridad y aún así considerarnos merecedores del lugar menos importante del Cielo.
El pensar y actuar del trabajador católico es muy diferente al del trabajador mundano. Este busca hacer lo menos posible y recibir la mayor recompensa. Los escuchamos decir que quieren trabajar cuando en realidad lo que quieren es menos trabajo, mayores ingresos y mejor posición. Con la prevalencia de esta forma de pensar tenemos como resultado mayor egoísmo, frio y calculador. La falta de respeto los unos por los otros en nuestras acciones diarias muestran esta lamentable situación.
El ideal del católico es constantemente estar laborando por el amor de Dios.
Purifica y santifica su trabajo de esta manera. Al hacer esto destruye muchos vicios detestables como la avaricia, la envidia, los celos etc. Esta ética, motivante del trabajo, es sólo una muestra insignificante de la ética espiritual que lo mueve a hacer pensar y hablar de esta manera.
Estos son los obreros que son llamados a laborar en la viña del Señor. Algunos son llamados primero porque así han recibido esta gracia. Muchos ni siquiera escuchan la invitación porque en realidad no están buscando colaborar. Muchos escucharán esta parábola y empezaran con un plan frio y calculador para ver cómo se puede estar entre los elegidos y laborar sólo una hora. No tienen amor real por Dios, ni por Su trabajo ni viñedo. Este egoísmo sin caridad más bien les impedirá su entrada al Reino de los Cielos.
No enfoquemos nuestro esfuerzo en la recompensa que habremos de recibir, ya que en toda honestidad no somos merecedores de esta, por la insignificante actividad que hacemos, por el contrario, merecemos castigo por ser obradores no productivos.
En lo que si debemos enfocarnos es en servir y amar a Dios con todo nuestro ser, cada instante de nuestra vida. De esta manera se vuelve un placer servir a Dios en todas circunstancias placenteras y dolorosas. Encontramos gozo en la bondad de Dios ya sea manifiesta directamente sobre nosotros o los demás. El ciervo bueno y fiel encuentra placer al ver que Dios es complacido, independientemente de su interés personal. El amor lo ha hecho olvidarse de sí mismo.
De esta manera seremos amados por Dios y no sólo se nos ofrecerá laborar en Su Viñedo, sino que encontraremos la recompensa eterna con Él, en el Cielo.
Así sea
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor nos invita a todos a laborar en Su viñedo. Aunque nos llama a todos, hay ciertos individuos que no escuchan este primer llamado, por lo que permanecen inactivos hasta que quieren o se encuentren disponibles a acudir al llamado de Dios y creen que, posiblemente los llame a otra hora. Muchos son los llamados pero pocos los elegidos porque pocos acuden, al llamado.
Aún entre los que acuden a este llamado de Dios, existen diferentes grados y posiciones. No son todos iguales, aunque todos reciben la misma recompensa, la salvación. Algunos acuden primero, otros después. Algunos deben ser santificados durante un tiempo prolongado, mientras que otros en un tiempo reducido y muchos entre estos dos. Aunque todos reciben el mismo denario de salvación su riqueza en el Cielo no es la misma.
Existen muchas mansiones en el Cielo. Quienes fueron fieles sobre las pequeñas cosas se les ha dado mayor recompensa en el Reino de los Cielos. Los que no fueron fieles, lo poco que tenían se les ha quitado. (San Mateo 25:23).
El menor será el mayor, mientras que los orgullosos serán los últimos: “Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos ese será el más grande en el reino de los Cielos” (San Mateo 18:4). Dios mismo se hizo el más insignificante de los hombres para enseñarnos a complacer a Dios y ganar la gracia de la salvación. Los grandes se convierten en los ciervos de los insignificantes.
Nuestro Señor nos demuestra que lo que es importante y justo ante nuestros ojos no lo es para Dios. Desde nuestra perspectiva imperfecta parece injusto recompensar a todos por igual si han sido diferentes las horas laboradas. Lo que no podemos ver es la intención del trabajador ni el esfuerzo que cada uno pone en su labor. Dios si ve esto y sus juicios son correctos, los nuestros no. Otro punto de vista que debe ser considerado es, desde la perspectiva de la eternidad. ¿Sería el Cielo menos Cielo si alguien entra en este antes o después? En la eternidad no se considera el tiempo porque todo es presente. Lo que nosotros consideramos como primero o después es algo irrelevante.
En el Cielo, no existe la envidia. Todos son completamente felices. Lo que debemos buscan mientras estamos en este mundo es un incremente en nuestra caridad. No debemos pensar en qué es lo menos que podemos hacer para recibir mayor recompensa, por el contrario, debemos considerar como podemos lograr lo máximo por medio de la caridad y aún así considerarnos merecedores del lugar menos importante del Cielo.
El pensar y actuar del trabajador católico es muy diferente al del trabajador mundano. Este busca hacer lo menos posible y recibir la mayor recompensa. Los escuchamos decir que quieren trabajar cuando en realidad lo que quieren es menos trabajo, mayores ingresos y mejor posición. Con la prevalencia de esta forma de pensar tenemos como resultado mayor egoísmo, frio y calculador. La falta de respeto los unos por los otros en nuestras acciones diarias muestran esta lamentable situación.
El ideal del católico es constantemente estar laborando por el amor de Dios.
Purifica y santifica su trabajo de esta manera. Al hacer esto destruye muchos vicios detestables como la avaricia, la envidia, los celos etc. Esta ética, motivante del trabajo, es sólo una muestra insignificante de la ética espiritual que lo mueve a hacer pensar y hablar de esta manera.
Estos son los obreros que son llamados a laborar en la viña del Señor. Algunos son llamados primero porque así han recibido esta gracia. Muchos ni siquiera escuchan la invitación porque en realidad no están buscando colaborar. Muchos escucharán esta parábola y empezaran con un plan frio y calculador para ver cómo se puede estar entre los elegidos y laborar sólo una hora. No tienen amor real por Dios, ni por Su trabajo ni viñedo. Este egoísmo sin caridad más bien les impedirá su entrada al Reino de los Cielos.
No enfoquemos nuestro esfuerzo en la recompensa que habremos de recibir, ya que en toda honestidad no somos merecedores de esta, por la insignificante actividad que hacemos, por el contrario, merecemos castigo por ser obradores no productivos.
En lo que si debemos enfocarnos es en servir y amar a Dios con todo nuestro ser, cada instante de nuestra vida. De esta manera se vuelve un placer servir a Dios en todas circunstancias placenteras y dolorosas. Encontramos gozo en la bondad de Dios ya sea manifiesta directamente sobre nosotros o los demás. El ciervo bueno y fiel encuentra placer al ver que Dios es complacido, independientemente de su interés personal. El amor lo ha hecho olvidarse de sí mismo.
De esta manera seremos amados por Dios y no sólo se nos ofrecerá laborar en Su Viñedo, sino que encontraremos la recompensa eterna con Él, en el Cielo.
Así sea
Saturday, February 12, 2011
DOMINGO 6to DESPUÉS DE EPIFANÍA
13 DE FEBRERO DE 2011
Queridos Hermanos:
“Semejante es El reino de los cielos a la levadura, que cogió una mujer, y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que fermentó toda la masa.” (San Mateo 13:33)
La levadura tiene la propiedad de convertir la harina en sí misma. Lo mismo sucede con las virtudes. Si guardamos la virtud de la caridad en nuestro corazón, actuara como levadura sobre la harina. Nuestro corazón se llenará completamente de esta virtud.
Menciono la caridad porque es esta la principal de todas las virtudes.
“Ahora permanecen estas tres cosas: fe, esperanza y caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad.” (1 Cor. 13:13) no importa que otra virtud tengamos si nos falta la caridad. Sin esta todas las demás son vacías y sin ningún valor. Cuando todas las demás virtudes están envueltas de caridad brillan y sobresalen por su esplendor.
Hay muchas personas que practican las demás virtudes sin la caridad. Esta es la levadura de los Fariseos de la que nos previene Cristo, de estar alerta y evitar.
“ Ante todo guardaos del fermento de los Fariseos, que es la hipocresía” (san Lucas 12:1) todas las virtudes de los fariseos es hipocresía porque les falta la caridad.
Es la falta de esta caridad que da origen al pecado en este mundo. Para evitar cualquier pecado es necesario que tengamos caridad. Todas las mortificaciones y penitencias son sin valor alguno si están vacías de la caridad.
Si queremos conquistar a los demonios la llave es la caridad. Es una cosa muy buena expulsar los demonios lo cual les molesta demasiado, como dice san Juan Crisóstomo, los demonios se enojan mucho más cuando el alma está libre de pecados.
El mayor poder de los demonios es inspirar pecar: “si destruyes el pecado quebrantas los nervios de los demonios, has dañado su cabeza, has destruido su poder, has destruido a su ejército, has formado una señal mucho mayor que todos los milagros”
La caridad es la raíz de toda buena obra y la base de las demás virtudes. Sin esta virtud los mismos milagros serian incapaces de ayudarnos. Para vencer a los demonios, debemos evitar el pecado, y para lograr esto debemos tener caridad.
“La caridad cubre una gran multitud de pecados” (San Pedro 4,8)
Esta es la manera que debemos sepultar la caridad en nosotros mismos como lo hizo la mujer con la levadura. La caridad plantada en nuestro corazón se multiplicara en nosotros completamente expresándose en nuestras palabras, pensamientos y acciones. Llenos de caridad no tenemos espacio para el pecado. De esta manera vencemos a los enemigos de nuestra alma.
Nuestra alma es como el Reino de los Cielos, es miembro de este Reino y en nosotros el reflejo de este Reino, siempre y cuando no hayamos expulsado la caridad.
En San Mateo leemos: “Dos mujeres molerán en la muela, una será tomada y otra será dejada” (San Mateo 24,41) San Máximo dice que la Santa Iglesia es la mujer guarda la levadura en la harina, lo hace por medio de sus leyes, apóstoles, profetas, doctrina etc. Ella es la mujer que muele en el molino, la otra es la sinagoga. Esta otra mujer hace lo mismo pero le falta caridad, esta falta de la doctrina de Cristo, así que mientras que la mujer (la Iglesia) será llevada al Cielo la otra (la sinagoga) será ignorada y abandonada.
Lo que hemos dicho sobre estas dos mujeres y por la tanto de los dos Reinos, se puede aplicar directamente a nuestra alma. ¿Cuál levadura usaremos nosotros en nuestra alma, para que pueda multiplicarse? ¿Será la caridad y la Iglesia, o será la de hipocresía del demonio y el mundo?
Busquemos cosas mejores en que ocupar nuestra atención, enfoquemos todo nuestro ser en la simple virtud de la caridad, que es tan vital para nuestra felicidad eterna y que frecuentemente es ignorada. Todas las grandes obras que hagamos son nada si no tenemos caridad. Si tan sólo plantáramos esta pequeña virtud en nuestro corazón y alma en todo lo que hacemos (aún los actos más insignificantes) haremos actos merecedores y de gran valor al estar repletos de caridad.
Que así sea.
Queridos Hermanos:
“Semejante es El reino de los cielos a la levadura, que cogió una mujer, y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que fermentó toda la masa.” (San Mateo 13:33)
La levadura tiene la propiedad de convertir la harina en sí misma. Lo mismo sucede con las virtudes. Si guardamos la virtud de la caridad en nuestro corazón, actuara como levadura sobre la harina. Nuestro corazón se llenará completamente de esta virtud.
Menciono la caridad porque es esta la principal de todas las virtudes.
“Ahora permanecen estas tres cosas: fe, esperanza y caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad.” (1 Cor. 13:13) no importa que otra virtud tengamos si nos falta la caridad. Sin esta todas las demás son vacías y sin ningún valor. Cuando todas las demás virtudes están envueltas de caridad brillan y sobresalen por su esplendor.
Hay muchas personas que practican las demás virtudes sin la caridad. Esta es la levadura de los Fariseos de la que nos previene Cristo, de estar alerta y evitar.
“ Ante todo guardaos del fermento de los Fariseos, que es la hipocresía” (san Lucas 12:1) todas las virtudes de los fariseos es hipocresía porque les falta la caridad.
Es la falta de esta caridad que da origen al pecado en este mundo. Para evitar cualquier pecado es necesario que tengamos caridad. Todas las mortificaciones y penitencias son sin valor alguno si están vacías de la caridad.
Si queremos conquistar a los demonios la llave es la caridad. Es una cosa muy buena expulsar los demonios lo cual les molesta demasiado, como dice san Juan Crisóstomo, los demonios se enojan mucho más cuando el alma está libre de pecados.
El mayor poder de los demonios es inspirar pecar: “si destruyes el pecado quebrantas los nervios de los demonios, has dañado su cabeza, has destruido su poder, has destruido a su ejército, has formado una señal mucho mayor que todos los milagros”
La caridad es la raíz de toda buena obra y la base de las demás virtudes. Sin esta virtud los mismos milagros serian incapaces de ayudarnos. Para vencer a los demonios, debemos evitar el pecado, y para lograr esto debemos tener caridad.
“La caridad cubre una gran multitud de pecados” (San Pedro 4,8)
Esta es la manera que debemos sepultar la caridad en nosotros mismos como lo hizo la mujer con la levadura. La caridad plantada en nuestro corazón se multiplicara en nosotros completamente expresándose en nuestras palabras, pensamientos y acciones. Llenos de caridad no tenemos espacio para el pecado. De esta manera vencemos a los enemigos de nuestra alma.
Nuestra alma es como el Reino de los Cielos, es miembro de este Reino y en nosotros el reflejo de este Reino, siempre y cuando no hayamos expulsado la caridad.
En San Mateo leemos: “Dos mujeres molerán en la muela, una será tomada y otra será dejada” (San Mateo 24,41) San Máximo dice que la Santa Iglesia es la mujer guarda la levadura en la harina, lo hace por medio de sus leyes, apóstoles, profetas, doctrina etc. Ella es la mujer que muele en el molino, la otra es la sinagoga. Esta otra mujer hace lo mismo pero le falta caridad, esta falta de la doctrina de Cristo, así que mientras que la mujer (la Iglesia) será llevada al Cielo la otra (la sinagoga) será ignorada y abandonada.
Lo que hemos dicho sobre estas dos mujeres y por la tanto de los dos Reinos, se puede aplicar directamente a nuestra alma. ¿Cuál levadura usaremos nosotros en nuestra alma, para que pueda multiplicarse? ¿Será la caridad y la Iglesia, o será la de hipocresía del demonio y el mundo?
Busquemos cosas mejores en que ocupar nuestra atención, enfoquemos todo nuestro ser en la simple virtud de la caridad, que es tan vital para nuestra felicidad eterna y que frecuentemente es ignorada. Todas las grandes obras que hagamos son nada si no tenemos caridad. Si tan sólo plantáramos esta pequeña virtud en nuestro corazón y alma en todo lo que hacemos (aún los actos más insignificantes) haremos actos merecedores y de gran valor al estar repletos de caridad.
Que así sea.
Saturday, February 5, 2011
DOMINGO 5to. DESPUÉS DE EPIFANÍA
6 DE FEBRERO DE 2011
Queridos Hermanos:
Las almas buenas, deben sufrir un poco entre los malos. Nuestro celo y amor por Dios, frecuentemente abre el camino a los demonios y a muchas de sus tentaciones.
La maldad de los demonios no termina con la siembra del molusco sino que continúa intentando corromper a los buenos. Sugiere a estos que deben cortar y destruir lo malo de inmediato. De esta manera puede destruir al mismo tiempo ambos, al bueno y al malo. El malo es prevenido de cambiar y convertirse en bueno y el bueno es corrompido al usurpar el juicio que le pertenece sólo a Dios, cayendo en la vanidad y el orgullo.
Cuando los demonios no logran expulsar la gracia de Dios en las almas, su siguiente paso es la corrupción. Este es el atentado que, leemos, sucede en la parábola de hoy. Los demonios se encuentran en una segunda etapa de sus ataques. Ven la gracia que Dios ha sembrado por medio de Sus ministros y buscan su destrucción sembrando maldad en medio de todo lo bueno. “Siempre habrá quienes están con nosotros pero no son de nosotros” (1 Juan 2,19) los demonios se asegurarán de esto. Su deseo es tentarnos a seguir el mal ejemplo de los demás y volvernos orgullosos y mirar con menosprecio a las pobres almas que han caído. En cualquiera de las dos situaciones logran su cometido y misión, robar a Dios las almas que El mismo ha creado para Sí.
Somos por lo tanto prevenidos, por Jesucristo, con la parábola del este día.
Debemos estar enterados de que el enemigo hace esto mientras dormíamos. Mientras que es verdad que ningún mortal puede permanecer constantemente en guardia físicamente, si podemos estar vigilantes de manera espiritual. Muchos pastores en el pasado fallaron en mantener alejadas estas obras malas de entre sus fieles, por lo que nos toca a nosotros enfrentar esta situación, como Nuestro Señor lo señala en la parábola de hoy. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia alma a la que debemos cuidar. Debemos estar vigilantes todo el tiempo, para que el enemigo no venga a sembrar malos pensamientos y deseos en nuestra alma. Mucho menos debemos permitir que haga raíz. Debemos luchar en contra de estos con todo nuestro ser. Ya que no puede permitírseles crecer junto con la gracia, por no poder crecer juntos en la misma alma, como conviven los hombres buenos con los malos.
Al estar viviendo en este mundo estamos forzados a vivir con y al lado de hombres que viven en la maldad, vidas pecaminosas y escándalos. No podemos eliminarlos porque en el proceso podríamos eliminar en el futuro algún pecador arrepentido que puede causar más alegría en el cielo que por todos aquellos que no necesitan arrepentirse. (San Lucas 15,7). Eso nos haría mucho mas culpables que quien estamos tratando de corregir.
¿Qué debemos hacer, entonces? La parábola nos dice que debemos ser pacientes hasta el tiempo de la cosecha (el fin del mundo o nuestra existencia), mientras esperamos con paciencia debemos estar siempre vigilantes. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para no hacer la misma maldad y mal ejemplo a nuestro alrededor y convertirnos en uno sólo con la hierba. Al mismo tiempo con gran valor, debemos dar buen ejemplo para que la “hierba” a nuestro alrededor pueda recibir y cooperar con la gracia de Dios se convierta. De esta manera Dios será doblemente honrado y mereceremos gracias mayores y recompensas para nosotros y nuestro prójimo.
Somos creaturas sociales y es usualmente el efecto de quienes nos rodean que nos llevan a hacer y ser lo mejor o peor de nosotros mismos. San Agustín dice que no podemos ser tan buenos, ni malos como podemos serlo si estamos solos. Se requiere de los demás para que resurja lo mejor o peor en nosotros. Mientras tengamos que vivir en este mundo frecuentemente repleto de maldad que está constantemente buscando sacar lo peor en nosotros, debemos en la manera de lo posible aislarnos de esa influencia y acercarnos a quienes nos ayudarán a sacar lo bueno. Como todo lo bueno parece ser muy reducido y algo retirado de nosotros debemos aprender asociarnos no tanto en la proximidad física y por medios físicos sino en la proximidad sobrenatural y por medios de esta misma naturaleza. Contamos con muchos santos y ángeles dispuestos a ayudarnos y acompañarnos en nuestra necesidad de sacar lo mejor de nosotros y acercarnos más a Dios. Nuestro ángel guardián esta siempre a nuestro lado. Podemos siempre y en todo momento levantar nuestro corazón y mente a Dios, María Santísima, los ángeles y Santos del Cielo incluso las mismas almas del purgatorio. Siempre estamos en la posibilidad de hacer actos de Fe, Esperanza, Caridad y Contrición. Podemos hacer comuniones espirituales todos los días y permanecer de esta manera siempre en presencia de Jesucristo Nuestro Señor.
De esta manera podemos sacar lo mejor de nosotros, alejarnos de la influencia de la maldad a nuestro alrededor y acercar a los demás a Dios. Con la ayuda de la gracia de Dios podemos cambiar la maldad que los demonios han sembrado en algo bueno para Dios y las almas.
Que así sea.
Queridos Hermanos:
Las almas buenas, deben sufrir un poco entre los malos. Nuestro celo y amor por Dios, frecuentemente abre el camino a los demonios y a muchas de sus tentaciones.
La maldad de los demonios no termina con la siembra del molusco sino que continúa intentando corromper a los buenos. Sugiere a estos que deben cortar y destruir lo malo de inmediato. De esta manera puede destruir al mismo tiempo ambos, al bueno y al malo. El malo es prevenido de cambiar y convertirse en bueno y el bueno es corrompido al usurpar el juicio que le pertenece sólo a Dios, cayendo en la vanidad y el orgullo.
Cuando los demonios no logran expulsar la gracia de Dios en las almas, su siguiente paso es la corrupción. Este es el atentado que, leemos, sucede en la parábola de hoy. Los demonios se encuentran en una segunda etapa de sus ataques. Ven la gracia que Dios ha sembrado por medio de Sus ministros y buscan su destrucción sembrando maldad en medio de todo lo bueno. “Siempre habrá quienes están con nosotros pero no son de nosotros” (1 Juan 2,19) los demonios se asegurarán de esto. Su deseo es tentarnos a seguir el mal ejemplo de los demás y volvernos orgullosos y mirar con menosprecio a las pobres almas que han caído. En cualquiera de las dos situaciones logran su cometido y misión, robar a Dios las almas que El mismo ha creado para Sí.
Somos por lo tanto prevenidos, por Jesucristo, con la parábola del este día.
Debemos estar enterados de que el enemigo hace esto mientras dormíamos. Mientras que es verdad que ningún mortal puede permanecer constantemente en guardia físicamente, si podemos estar vigilantes de manera espiritual. Muchos pastores en el pasado fallaron en mantener alejadas estas obras malas de entre sus fieles, por lo que nos toca a nosotros enfrentar esta situación, como Nuestro Señor lo señala en la parábola de hoy. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia alma a la que debemos cuidar. Debemos estar vigilantes todo el tiempo, para que el enemigo no venga a sembrar malos pensamientos y deseos en nuestra alma. Mucho menos debemos permitir que haga raíz. Debemos luchar en contra de estos con todo nuestro ser. Ya que no puede permitírseles crecer junto con la gracia, por no poder crecer juntos en la misma alma, como conviven los hombres buenos con los malos.
Al estar viviendo en este mundo estamos forzados a vivir con y al lado de hombres que viven en la maldad, vidas pecaminosas y escándalos. No podemos eliminarlos porque en el proceso podríamos eliminar en el futuro algún pecador arrepentido que puede causar más alegría en el cielo que por todos aquellos que no necesitan arrepentirse. (San Lucas 15,7). Eso nos haría mucho mas culpables que quien estamos tratando de corregir.
¿Qué debemos hacer, entonces? La parábola nos dice que debemos ser pacientes hasta el tiempo de la cosecha (el fin del mundo o nuestra existencia), mientras esperamos con paciencia debemos estar siempre vigilantes. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para no hacer la misma maldad y mal ejemplo a nuestro alrededor y convertirnos en uno sólo con la hierba. Al mismo tiempo con gran valor, debemos dar buen ejemplo para que la “hierba” a nuestro alrededor pueda recibir y cooperar con la gracia de Dios se convierta. De esta manera Dios será doblemente honrado y mereceremos gracias mayores y recompensas para nosotros y nuestro prójimo.
Somos creaturas sociales y es usualmente el efecto de quienes nos rodean que nos llevan a hacer y ser lo mejor o peor de nosotros mismos. San Agustín dice que no podemos ser tan buenos, ni malos como podemos serlo si estamos solos. Se requiere de los demás para que resurja lo mejor o peor en nosotros. Mientras tengamos que vivir en este mundo frecuentemente repleto de maldad que está constantemente buscando sacar lo peor en nosotros, debemos en la manera de lo posible aislarnos de esa influencia y acercarnos a quienes nos ayudarán a sacar lo bueno. Como todo lo bueno parece ser muy reducido y algo retirado de nosotros debemos aprender asociarnos no tanto en la proximidad física y por medios físicos sino en la proximidad sobrenatural y por medios de esta misma naturaleza. Contamos con muchos santos y ángeles dispuestos a ayudarnos y acompañarnos en nuestra necesidad de sacar lo mejor de nosotros y acercarnos más a Dios. Nuestro ángel guardián esta siempre a nuestro lado. Podemos siempre y en todo momento levantar nuestro corazón y mente a Dios, María Santísima, los ángeles y Santos del Cielo incluso las mismas almas del purgatorio. Siempre estamos en la posibilidad de hacer actos de Fe, Esperanza, Caridad y Contrición. Podemos hacer comuniones espirituales todos los días y permanecer de esta manera siempre en presencia de Jesucristo Nuestro Señor.
De esta manera podemos sacar lo mejor de nosotros, alejarnos de la influencia de la maldad a nuestro alrededor y acercar a los demás a Dios. Con la ayuda de la gracia de Dios podemos cambiar la maldad que los demonios han sembrado en algo bueno para Dios y las almas.
Que así sea.
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