28 DE AGOSTO DE 2011
Queridos Hermanos:
Somos testigos, en el Evangelio de hoy, como un hombre después de que es sanado por Jesucristo Nuestro Señor, ya puede hablar y “hablar bien”; esto es algo que además de necesario debemos tomarlo en consideración.
Hablar bien, implica algo más que la simple vocalización de sonidos inteligentes.
De igual manera debemos entender que debemos hablar, sólo la verdad y expresar lo bueno.
El lenguaje es un gran don de Dios, de toda su creación somos nosotros los únicos que hemos recibido esta bendición. Los animales no tienen forma de comunicar por medio de la voz sus deseos internos y pensamientos. Los ángeles se comunican únicamente por medio del pensamiento. El hombre ha sido comisionado por Dios para hablar acerca de Él, al resto de la creación y ser la voz de todas las demás creaturas que no pueden pronunciar palabra para honrarlo y glorificarlo.
En esta sublime posición de, cabeza de las creaturas de este mundo y comisionados por Dios, para honrarlo en su nombre, debemos considerar como usar bien, este don y encargo.
Como ya lo mencionamos, El lenguaje es un precioso don que no debemos desperdiciarlo en la vulgaridad, la mentira y en todas las demás maneras perversas que existen, por insignificantes que parezcan. La nobleza de este don, demanda mayor recuento delante de Dios.
La lengua es como una espada de doble filo. La mayoría de la gente se hace más daño a sí misma que el que hace a los demás. En sus mentiras, calumnias y difamaciones etc. Nos damos cuenta que, el mal que proyectan hacia los demás cae de manera abundante sobre ellos mismos. Nuestro Señor nos dice que, no es lo que entra a la boca que lo contamina sino lo que sale de esta. Es la maldad que tiene en su corazón que, se extiende con la lengua, que crea el mayor daño.
Podemos ver de manera inmediata el mal que ocasiona la calumnia y la difamación, en la sociedad, lo que raramente podemos ver es, la destrucción del alma del individuo que la propaga.
Al azotar con intensiones malvadas y dañando verbalmente a los demás, somos nosotros mismos los que nos dañamos, antes que los objetivos de este mal. El daño que podemos hacer en este mundo es mínimo comparado con el daño eterno. Mientras que nuestra lengua puede ocasionar un gran daño en esta vida, puede sólo ocasionar un insignificante mal a las almas eternas de quienes hemos atacado.
El daño que recae en el alma y los efectos de este, recae sobre quien lo expresa y no sobre quién es el objeto de estos ataques. En el deseo de destruir aquí y ahora, en este mundo, terminamos destruyendo sólo nuestra felicidad eterna.
Este gran don que Dios nos ha dado para Su honor y gloria es, con frecuencia usado para nuestra deshonra y desgracia y destrucción de lo que Dios ama y busca salvar.
Es suficientemente malo guardar y entretener pensamientos o sugerencias malignos en nuestra mente, sin embargo esta actitud se convierte progresivamente más perjudicial una vez que empezamos a expresarla verbalmente.
Una vez que una palabra ha salido de nuestra boca jamás puede ser retenida.
Nuestras palabras pueden ser para la edificación y salvación de nosotros y nuestro prójimo o pueden ser motivo de escándalo y destrucción de la vida, en este mundo, y consecuentemente de nuestra vida en la eternidad.
El ejemplo maligno que nuestras palabras ofrecen a los demás pueden seducirlos a realizar males similares o mayores a los nuestros. También debe rendir cuentas el que se escandaliza de los escándalos de estos.
Podemos dar ejemplos de virtud y bondad con nuestras palabras o hacer todo lo contrario. La decisión está en nuestras manos. Busquemos de manera consciente, ser un ejemplo de bondad y santidad, para los demás, para de esta manera ser participes de la bondad y santidad que estos nos manifiestan a nosotros.
Es necesario que existan los escándalos en este mundo para que la verdad salga a flote, sin embargo es una gran calamidad lo que caerá sobre el instigador de estos. Nos dice nuestro Señor que hubiera sido mucho mejor que esta persona no hubiera nacido.
Aprendamos del HOMBRE "mudo" de que nos habla el Evangelio, a guardar nuestras palabras, para que cada vez que abramos nuestra boca sea sólo para alabar, dar honor y gloria a Dios. De esta manera no tendremos ningún temor de ser juzgados por nuestras propias palabras, el día de nuestro juicio final.
Así sea
Saturday, August 27, 2011
Saturday, August 20, 2011
DOMINGO DÉCIMO DESPUÉS DE PENTECOSTES
21 DE AGOSTO DE 2011
Queridos hermanos:
La pregunta que se nos hace, el día de hoy es ¿Cómo oramos?
Frecuentemente nos estamos comparando con nuestro prójimo. Vemos sus pecados y secretamente nos consideramos mejores, por no haber sido tentados con los mismos pecados que ellos o vemos sus virtudes y consideramos mejores las nuestras. En cualquiera de los dos casos cometemos un grave error.
San Agustín nos recuerda que, no existe ningún pecado cometido por el hombre, que nosotros también hubiéramos cometido si no fuera por la gracia de Dios. (Sermón 49).
Sin la gracia de Dios podemos caer en todos y cada uno de los pecados posibles. Si nos damos cuenta que no hemos caído, realmente es porque Dios nos ha protegido, en esta área. Sería tonto pensar que nosotros hemos evitado tal o cual pecado por nuestra propia fuerza o poder. No hemos hecho nada, de nuestra parte, que merezca ser reconocido. Si hay algo que a ser reconocido, depende y pertenece únicamente a Dios, quien ha obrado Su gracia en nosotros.
En lugar de menospreciar a quien ha caído y considerarnos nosotros superiores, debemos considerar que tal vez, somos tan débiles que Dios ha considerado ni siquiera permitir que seamos tentados en este tipo de cosas. Tal vez, en toda verdad, quien ha pecado sea más complaciente a Dios por haber sido tentado en la batalla que nosotros que no se nos ha dado fuerza para resistir. El peor de los pecados parece ser el que, permanezcamos complacientemente en el, en lugar de arrepentirnos y luchar el buen combate. Dios nos ha dicho que, existe mucha más alegría por un pecador que se arrepiente que por los noventa y nueve que no tienen necesidad de arrepentimiento.
San Pablo nos amonesta al otro extremo del espectro que no nos desanimemos cuando vemos que otros han recibido mejores gracias, o que consideremos que las que hemos recibido nos hacen mejores que los demás.
Es el mismo Espíritu Santo que da la gracia a uno y al otro. La da conforme a Su voluntad y no en base al mérito o demérito de la persona en cuestión. Con frecuencia observamos que Dios escoge al menos merecedor, de Sus Hijos, para exhibir las mayores gracias y dones. Con frecuencia usa a los tontos de este mundo para confundir a los sabios (1 Corintios 1:27).
De tal manera Dios se asegura de ser honrado por Sus dones y es más obvio que el instrumento tan débil que ha utilizado, no es el origen de tan magnificas o cosas maravillosas.
Vemos esto manifiesto con más énfasis en la vida de los santos, quienes al realizar los milagros siempre daban el honor a Dios y se consideraban a sí mismos a sí mismos no merecedores de tales prodigios.
De igual manera debemos nosotros aprender de los santos. También nosotros debemos evitar considerarnos superiores a los demás. Si por casualidad observamos algo, mejor en nosotros que en nuestro prójimo, en lugar de inflarnos de orgullo, debemos recordarnos constantemente que es Dios quien ha hecho esto y no nosotros.
Aún si hemos permanecido libres de un pecado u otro, hemos caído en muchos otros y hubiéramos caído también en este, si no nos hubiera preservado Dios.
La comparación que debemos hacer, no es con nuestro prójimo sino que, debemos compararnos con Jesucristo, Él es nuestro modelo: A Él nos debemos comparar. Cada uno de nosotros debemos considerarnos severamente carentes en esta comparación y debemos todos hacer como el Publicano y no como el Fariseo.
Si por alguna razón sucede que queramos compararnos con nuestro prójimo, veamos lo bueno que Dios ha puesto en ellos, y en nosotros la gracia que hemos abusado y desperdiciado. De esta manera nuestras oraciones serán complacientes y aceptables a Dios.
Así sea.
Queridos hermanos:
La pregunta que se nos hace, el día de hoy es ¿Cómo oramos?
Frecuentemente nos estamos comparando con nuestro prójimo. Vemos sus pecados y secretamente nos consideramos mejores, por no haber sido tentados con los mismos pecados que ellos o vemos sus virtudes y consideramos mejores las nuestras. En cualquiera de los dos casos cometemos un grave error.
San Agustín nos recuerda que, no existe ningún pecado cometido por el hombre, que nosotros también hubiéramos cometido si no fuera por la gracia de Dios. (Sermón 49).
Sin la gracia de Dios podemos caer en todos y cada uno de los pecados posibles. Si nos damos cuenta que no hemos caído, realmente es porque Dios nos ha protegido, en esta área. Sería tonto pensar que nosotros hemos evitado tal o cual pecado por nuestra propia fuerza o poder. No hemos hecho nada, de nuestra parte, que merezca ser reconocido. Si hay algo que a ser reconocido, depende y pertenece únicamente a Dios, quien ha obrado Su gracia en nosotros.
En lugar de menospreciar a quien ha caído y considerarnos nosotros superiores, debemos considerar que tal vez, somos tan débiles que Dios ha considerado ni siquiera permitir que seamos tentados en este tipo de cosas. Tal vez, en toda verdad, quien ha pecado sea más complaciente a Dios por haber sido tentado en la batalla que nosotros que no se nos ha dado fuerza para resistir. El peor de los pecados parece ser el que, permanezcamos complacientemente en el, en lugar de arrepentirnos y luchar el buen combate. Dios nos ha dicho que, existe mucha más alegría por un pecador que se arrepiente que por los noventa y nueve que no tienen necesidad de arrepentimiento.
San Pablo nos amonesta al otro extremo del espectro que no nos desanimemos cuando vemos que otros han recibido mejores gracias, o que consideremos que las que hemos recibido nos hacen mejores que los demás.
Es el mismo Espíritu Santo que da la gracia a uno y al otro. La da conforme a Su voluntad y no en base al mérito o demérito de la persona en cuestión. Con frecuencia observamos que Dios escoge al menos merecedor, de Sus Hijos, para exhibir las mayores gracias y dones. Con frecuencia usa a los tontos de este mundo para confundir a los sabios (1 Corintios 1:27).
De tal manera Dios se asegura de ser honrado por Sus dones y es más obvio que el instrumento tan débil que ha utilizado, no es el origen de tan magnificas o cosas maravillosas.
Vemos esto manifiesto con más énfasis en la vida de los santos, quienes al realizar los milagros siempre daban el honor a Dios y se consideraban a sí mismos a sí mismos no merecedores de tales prodigios.
De igual manera debemos nosotros aprender de los santos. También nosotros debemos evitar considerarnos superiores a los demás. Si por casualidad observamos algo, mejor en nosotros que en nuestro prójimo, en lugar de inflarnos de orgullo, debemos recordarnos constantemente que es Dios quien ha hecho esto y no nosotros.
Aún si hemos permanecido libres de un pecado u otro, hemos caído en muchos otros y hubiéramos caído también en este, si no nos hubiera preservado Dios.
La comparación que debemos hacer, no es con nuestro prójimo sino que, debemos compararnos con Jesucristo, Él es nuestro modelo: A Él nos debemos comparar. Cada uno de nosotros debemos considerarnos severamente carentes en esta comparación y debemos todos hacer como el Publicano y no como el Fariseo.
Si por alguna razón sucede que queramos compararnos con nuestro prójimo, veamos lo bueno que Dios ha puesto en ellos, y en nosotros la gracia que hemos abusado y desperdiciado. De esta manera nuestras oraciones serán complacientes y aceptables a Dios.
Así sea.
Saturday, August 13, 2011
DOMINGO NOVENO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
14 DE AGOSTO DE 2011
Queridos Hermanos:
En el Evangelio de hoy vemos como, la tristeza y el enojo, de nuestro Señor Jesucristo está manifiesto, el uno al lado del otro. Jesucristo en una actitud tierna y compasiva, contemplando Jerusalén, ve la ciudad y la gente a la que, Dios le ha concedido tanto, en Su Divinidad ve toda la maldad que carcome la ciudad y su gente. Puede ver, cómo será destruida en un futuro, por su maldad.
El deseo de Jesús es unir a toda esta gente, victimas del pecado y, llevarlas a la tranquilidad y felicidad eterna, sin embargo estas personas no lo permiten. No escuchan, no lo siguen, no se le unen. Habiéndoseles dado el libre albedrio, tiene que respetarlo. Por lo tanto lo último que le queda hacer, es llorar sobre estos.
Lo amargo y doloroso de estas lágrimas sólo puede medirse por el amor que Dios nos tiene. Me atrevo a decir que sólo los que han reamente amado y perdido a alguien, puede entender en una pequeñísima cantidad el dolor que sufrió nuestro Señor en esta ocasión.
Después de esta conmovedora y sentimental escena, se nos muestra a Jesús en el templo donde, tomando un látigo en sus manos expulsa, a los agiotistas y vendedores.
Cuando esas almas no pudieron ser ganadas por amor, la siguiente opción es, ser detenidos de sus caminos pecaminosos, por la fuerza. Lo que para muchos parece ser un acto de ira y violencia es en verdad un acto de amor y misericordia.
Al expulsar a los profanadores del templo, Jesucristo los previene de acumular más pecados en su ya sobrecargada conciencia. Fueron prevenidos de no ofender más a Dios y ganarse el peor lugar del infierno. Podemos ver que aún en esta ira no hay odio sino amor y compasión.
San Pablo, en la epístola de hoy, nos da un ejemplo similar sobre los Israelitas, el mal que han cometido y el castigo que caerá sobre ellos. Para prevenirnos y ponernos alerta de lo que puede sucedernos también nosotros.
No han visto ni recibido a Jesús, nosotros Si. Han experimentado el amor de Dios pero parece haber sido ignorado o tan ciegos que parece no haberlo visto. Fue necesario que Dios les diera un castigo para detenerlos en sus caminos de pecado.
Con nosotros, Dios espera mayor entendimiento y amor, por lo tanto mayor cooperación con Su gracia y amor. Esas cosas han sucedido para nuestra formación y ejemplo. Por lo tanto, estamos llamados a aprender de los errores de los demás.
Si el amor no es suficientemente fuerte para motivarnos, entonces Dios nos ofrece el temor al castigo; ya lo ha hecho sobre nuestros antepasados y quienes lo han ofendido con el pecado.
En ambos casos es un acto de misericordia y amor de parte de Dios hacia nosotros que, de alguna manera u otra nos lleva a Él con amor y bondad y nos detiene en nuestros caminos pecaminosos, con el dolor y el sufrimiento. Se nos han dado ambos ejemplos de esto en la Misa de este día.
Si nuestro corazón es tan frio y calloso que el ver las lágrimas de Jesucristo no nos mueven a abandonar el vicio y procurar la virtud, por lo menos el temor de Su ira y castigo deberían al menos mitigar el castigo eterno que estamos preparando sobre nosotros.
Busquemos ablandar nuestro corazón y espiritualmente arrodillarnos, a un lado de nuestro Señor, al llorar por Sus hijos. Contemplemos Su amor por nosotros y su ardiente deseo por unirnos a Él, para nutrirnos y protegernos como la gallina protege sus pollitos.
Meditemos, como este amor de Jesucristo, lo ha llevado a dar su vida misma en la muerte sobre la cruz, para que nosotros logremos vivir. Con esta actitud debemos ser capaces de realizar los actos más perfectos de caridad y contrición, porque la vista de tan grande amor por nosotros no puede tener otro efecto más que forzarnos a de manera reciproca imitar tal amor. En este estado, procuraremos amar como hemos sido amados.
Al aceptar Su sacrificio y amor por nosotros, seamos motivados a ofrecerle nuestro amor y sacrificio por Él.
Así sea
Queridos Hermanos:
En el Evangelio de hoy vemos como, la tristeza y el enojo, de nuestro Señor Jesucristo está manifiesto, el uno al lado del otro. Jesucristo en una actitud tierna y compasiva, contemplando Jerusalén, ve la ciudad y la gente a la que, Dios le ha concedido tanto, en Su Divinidad ve toda la maldad que carcome la ciudad y su gente. Puede ver, cómo será destruida en un futuro, por su maldad.
El deseo de Jesús es unir a toda esta gente, victimas del pecado y, llevarlas a la tranquilidad y felicidad eterna, sin embargo estas personas no lo permiten. No escuchan, no lo siguen, no se le unen. Habiéndoseles dado el libre albedrio, tiene que respetarlo. Por lo tanto lo último que le queda hacer, es llorar sobre estos.
Lo amargo y doloroso de estas lágrimas sólo puede medirse por el amor que Dios nos tiene. Me atrevo a decir que sólo los que han reamente amado y perdido a alguien, puede entender en una pequeñísima cantidad el dolor que sufrió nuestro Señor en esta ocasión.
Después de esta conmovedora y sentimental escena, se nos muestra a Jesús en el templo donde, tomando un látigo en sus manos expulsa, a los agiotistas y vendedores.
Cuando esas almas no pudieron ser ganadas por amor, la siguiente opción es, ser detenidos de sus caminos pecaminosos, por la fuerza. Lo que para muchos parece ser un acto de ira y violencia es en verdad un acto de amor y misericordia.
Al expulsar a los profanadores del templo, Jesucristo los previene de acumular más pecados en su ya sobrecargada conciencia. Fueron prevenidos de no ofender más a Dios y ganarse el peor lugar del infierno. Podemos ver que aún en esta ira no hay odio sino amor y compasión.
San Pablo, en la epístola de hoy, nos da un ejemplo similar sobre los Israelitas, el mal que han cometido y el castigo que caerá sobre ellos. Para prevenirnos y ponernos alerta de lo que puede sucedernos también nosotros.
No han visto ni recibido a Jesús, nosotros Si. Han experimentado el amor de Dios pero parece haber sido ignorado o tan ciegos que parece no haberlo visto. Fue necesario que Dios les diera un castigo para detenerlos en sus caminos de pecado.
Con nosotros, Dios espera mayor entendimiento y amor, por lo tanto mayor cooperación con Su gracia y amor. Esas cosas han sucedido para nuestra formación y ejemplo. Por lo tanto, estamos llamados a aprender de los errores de los demás.
Si el amor no es suficientemente fuerte para motivarnos, entonces Dios nos ofrece el temor al castigo; ya lo ha hecho sobre nuestros antepasados y quienes lo han ofendido con el pecado.
En ambos casos es un acto de misericordia y amor de parte de Dios hacia nosotros que, de alguna manera u otra nos lleva a Él con amor y bondad y nos detiene en nuestros caminos pecaminosos, con el dolor y el sufrimiento. Se nos han dado ambos ejemplos de esto en la Misa de este día.
Si nuestro corazón es tan frio y calloso que el ver las lágrimas de Jesucristo no nos mueven a abandonar el vicio y procurar la virtud, por lo menos el temor de Su ira y castigo deberían al menos mitigar el castigo eterno que estamos preparando sobre nosotros.
Busquemos ablandar nuestro corazón y espiritualmente arrodillarnos, a un lado de nuestro Señor, al llorar por Sus hijos. Contemplemos Su amor por nosotros y su ardiente deseo por unirnos a Él, para nutrirnos y protegernos como la gallina protege sus pollitos.
Meditemos, como este amor de Jesucristo, lo ha llevado a dar su vida misma en la muerte sobre la cruz, para que nosotros logremos vivir. Con esta actitud debemos ser capaces de realizar los actos más perfectos de caridad y contrición, porque la vista de tan grande amor por nosotros no puede tener otro efecto más que forzarnos a de manera reciproca imitar tal amor. En este estado, procuraremos amar como hemos sido amados.
Al aceptar Su sacrificio y amor por nosotros, seamos motivados a ofrecerle nuestro amor y sacrificio por Él.
Así sea
Saturday, August 6, 2011
DOMINGO OCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
7 DE AGOSTO DE 2011
Queridos Hermanos:
Tenemos la tendencia a ser más prácticos a las cuestiones mundanas que a las espirituales. Casi todos se ocupan en preparar su futuro, en esta vida. Acudiendo a la escuela y dedicando gran cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo para, estar mejor colocados socialmente y ocupar una mejor posición en un futuro.
Una vez que obtenemos un empleo nos preocupamos por nuestra jubilación o por la educación de nuestros hijos. Compramos seguros que nos protejan en contra de gastos inesperados.
Invertimos dinero esperando los mejores resultados de estas inversiones, les pagamos, incluso, a otros para asegurarnos que obtendremos mejores resultados, de lo que nosotros esperamos.
Sin embargo, cuando se refiere a nuestra alma y vida espiritual, parecería que tenemos o muy poco o no interés en nuestro futuro. Cada esfuerzo de o para nuestra alma, es pedir demasiado. El tiempo requerido para nuestro desarrollo espiritual, nos parece excesivo. La disciplina y el sacrificio que se requiere para entrenar y cultivar nuestra vida espiritual, siempre nos parece demasiado, difícil o pérdida de tiempo, es ocasiones nos parece que no es necesario pedir ayuda profesional.
Muchos han caído y sucumbido a la tentación de los protestantes de creer que ellos solos y únicamente ellos pueden encargarse de su alma y no necesitar ayuda. Creen poder leer e interpretar la Biblia ellos solos. Piensan en el tiempo que se están ahorrando. No parece haber ningún interés en detenerse y ver si la están leyendo o interpretando correctamente y menos si entienden lo que leen de alguna manera no superficial.
Les aseguro que nadie tendría la osadía de leer un libro sobre cirugías de corazón y practicarlas en sí mismo o algún ser querido, creyendo que puede leer y entender sin la necesidad de un maestro o guía. Sin embargo, esto es lo que precisamente hace mucha gente con su vida espiritual y salud de su alma eterna. Después de haber arribado a situaciones espirituales verdaderamente delicadas y peligrosas, pretenden guiar a otros hacia los errores en los que ellos mismos han caído.
La prudencia que practicamos en los menesteres de este mundo, por los bienes materiales y bienestar corporal, es extremo; mientras que por los espirituales parece no haber ningún interés. En algunas ocasiones es definitivamente nula.
Mostramos más atención y cuidado por las cosas temporales.
Todo lo de este mundo dura sólo un instante, todo es pasajero; sin embargo, es en estas cosas que enfocamos toda nuestra atención y energía. Todo lo eterno debería exigir toda nuestra atención (por ser eterno) pero sabemos que recibe nada o muy poca de nuestra consideración.
Ya es tiempo de que despertemos verdaderamente de esta modorra espiritual en la que muchos nos encontramos. Todas las cosas de este mundo son vacías y superficiales, “vanidad de vanidades y todo es vanidad” nos dice el Libro de Eclesiastés 1:2. Lo único con verdadero valor, real y substancial es lo espiritual que tiene relación con Dios.
Debemos llenar de este tesoro nuestra vida espiritual como decía Santo Domingo Sabio. "Prefiero morir antes que pecar". Debemos estar preparados para sacrificar todo l de este mundo – aún nuestra propia vida – por el beneficio de nuestra alma, para no ofender a Dios ni de la más mínima forma, ya que sería mejor, sufrir la pérdida de todo lo de este mundo. Es el sacrificio de cosas pasajeras y temporales, por las duraderas y eternas.
Hemos sido liberados de la vida de esclavitud de este mundo, por la gracia de Dios.
No regresemos a esta esclavitud sólo por querer agradar o ser como el resto de los hombres. Dios nos ha hecho hijos Suyos, somos ahora Hijos de Dios
Ahora que somos libres, debemos fijar nuestra atención en las cosas sublimes y elevadas que ofrece a Sus hijos en lugar de los desechos y cosas menores que el espíritu maligno envía para esclavizarnos.
Debemos buscar a toda costa, no sólo igualar, sino superar a los mundanos y esclavos en la prudencia que ponen en las cosas de este mundo, con una mejor prudencia y solicitud por los bienes del espíritu
Así sea
Queridos Hermanos:
Tenemos la tendencia a ser más prácticos a las cuestiones mundanas que a las espirituales. Casi todos se ocupan en preparar su futuro, en esta vida. Acudiendo a la escuela y dedicando gran cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo para, estar mejor colocados socialmente y ocupar una mejor posición en un futuro.
Una vez que obtenemos un empleo nos preocupamos por nuestra jubilación o por la educación de nuestros hijos. Compramos seguros que nos protejan en contra de gastos inesperados.
Invertimos dinero esperando los mejores resultados de estas inversiones, les pagamos, incluso, a otros para asegurarnos que obtendremos mejores resultados, de lo que nosotros esperamos.
Sin embargo, cuando se refiere a nuestra alma y vida espiritual, parecería que tenemos o muy poco o no interés en nuestro futuro. Cada esfuerzo de o para nuestra alma, es pedir demasiado. El tiempo requerido para nuestro desarrollo espiritual, nos parece excesivo. La disciplina y el sacrificio que se requiere para entrenar y cultivar nuestra vida espiritual, siempre nos parece demasiado, difícil o pérdida de tiempo, es ocasiones nos parece que no es necesario pedir ayuda profesional.
Muchos han caído y sucumbido a la tentación de los protestantes de creer que ellos solos y únicamente ellos pueden encargarse de su alma y no necesitar ayuda. Creen poder leer e interpretar la Biblia ellos solos. Piensan en el tiempo que se están ahorrando. No parece haber ningún interés en detenerse y ver si la están leyendo o interpretando correctamente y menos si entienden lo que leen de alguna manera no superficial.
Les aseguro que nadie tendría la osadía de leer un libro sobre cirugías de corazón y practicarlas en sí mismo o algún ser querido, creyendo que puede leer y entender sin la necesidad de un maestro o guía. Sin embargo, esto es lo que precisamente hace mucha gente con su vida espiritual y salud de su alma eterna. Después de haber arribado a situaciones espirituales verdaderamente delicadas y peligrosas, pretenden guiar a otros hacia los errores en los que ellos mismos han caído.
La prudencia que practicamos en los menesteres de este mundo, por los bienes materiales y bienestar corporal, es extremo; mientras que por los espirituales parece no haber ningún interés. En algunas ocasiones es definitivamente nula.
Mostramos más atención y cuidado por las cosas temporales.
Todo lo de este mundo dura sólo un instante, todo es pasajero; sin embargo, es en estas cosas que enfocamos toda nuestra atención y energía. Todo lo eterno debería exigir toda nuestra atención (por ser eterno) pero sabemos que recibe nada o muy poca de nuestra consideración.
Ya es tiempo de que despertemos verdaderamente de esta modorra espiritual en la que muchos nos encontramos. Todas las cosas de este mundo son vacías y superficiales, “vanidad de vanidades y todo es vanidad” nos dice el Libro de Eclesiastés 1:2. Lo único con verdadero valor, real y substancial es lo espiritual que tiene relación con Dios.
Debemos llenar de este tesoro nuestra vida espiritual como decía Santo Domingo Sabio. "Prefiero morir antes que pecar". Debemos estar preparados para sacrificar todo l de este mundo – aún nuestra propia vida – por el beneficio de nuestra alma, para no ofender a Dios ni de la más mínima forma, ya que sería mejor, sufrir la pérdida de todo lo de este mundo. Es el sacrificio de cosas pasajeras y temporales, por las duraderas y eternas.
Hemos sido liberados de la vida de esclavitud de este mundo, por la gracia de Dios.
No regresemos a esta esclavitud sólo por querer agradar o ser como el resto de los hombres. Dios nos ha hecho hijos Suyos, somos ahora Hijos de Dios
Ahora que somos libres, debemos fijar nuestra atención en las cosas sublimes y elevadas que ofrece a Sus hijos en lugar de los desechos y cosas menores que el espíritu maligno envía para esclavizarnos.
Debemos buscar a toda costa, no sólo igualar, sino superar a los mundanos y esclavos en la prudencia que ponen en las cosas de este mundo, con una mejor prudencia y solicitud por los bienes del espíritu
Así sea
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