30 DE OCTUBRE DE 2011
Queridos Hermanos:
Jesucristo Nuestro Señor es ambos, nuestro Rey y nuestro Dios. Vemos hoy día, a los gobernantes como meros mortales, a comparación como los veían algunas otras culturas, en tiempos que se les daban estatus de divinidad. Por lo que podemos decir que, en cierta manera, es algo difícil, para nosotros, apreciar el título de Rey, cuando hablamos de Jesucristo.
En el Evangelio de este día escuchamos a nuestro Señor decir que Su Reino no es de este mundo. Su Reino es del Cielo. Ha venido a este mundo a invitarnos a todos a Su reino. Nos ha hablado mucho sobre este Reino a través de las parábolas y ejemplos. Se nos ha dicho en muchas ocasiones qué se espera de nosotros, para que se nos permita entrar por las angostas puertas del Cielo. Para compendiar todo esto, podremos decir que debemos amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Con frecuencia vemos a quienes Dios ha puesto como autoridad, por ser quienes no se preocupan por nosotros, distantes, fríos, por lo que nuestra obediencia tiende más a ser una sumisión y obediencia servil. Es frecuentemente cierto que, la autoridad de este mundo, es así, distante, fría y sin preocupación por los demás y tenemos la tendencia a etiquetar a todas las autoridades por igual. Formándonos una falsa idea de que Dios también así lo es.
La falta de amor, cuidado y cumplimiento de las funciones de su posición, autoridad, dada por y, como Dios quiere, es frecuentemente causa de escándalo para el resto de los hombres.
Debemos estar por encima de estos escándalos. Tal vez no se comportan como deberían, sin embargo debemos obedecerlos y respetarlos (en todo lo que no es pecaminoso) porque han sido puesto sobre nosotros, por Dios. Al obedecer a nuestros superiores validos, estamos de esta manera obedeciendo a Dios. Jesucristo Rey es su modelo como lo es para nosotros. Si fallan en imitarlo como deberían hacerlo, es una razón, mucho más fuerte para que, nosotros si Lo imitemos, con mayor solicitud.
Jesucristo nos ha enseñado en la oración del Padre Nuestro, que debemos pedir para que venga Su reino a este mundo como lo es en el Cielo. Por lo tanto debemos esperar con mucha ansia y perseverancia que Su reino venga a nosotros.
Dios espera mucho más de nosotros que el sólo esperar y orar. También debemos hacer nuestra parte para que esto suceda. Debemos empezar cambiando nuestras vidas y conformarlas con la exigencia de este Reino del Cielo. De lo contrario jamás podremos entrar y mucho menos lograr nuestra parte en la realización de este reinado en la tierra, sino empezamos de verdad, corrigiendo nuestra vida.
Debemos buscar amar a Dios cada día más y más. Conforme se incrementa este amor se manifestará cada vez más y más en nuestras acciones.
Estas acciones nos ayudarán a incrementar este amor por Dios, pero de igual manera hablara volúmenes a los demás, sobre nuestro amor por Dios y Su Reino. De esta manera nos convertimos en embajadores, ayudando a nuestras oraciones a que florezca: el reino de Dios aquí en la tierra. Dios no forzara Su reino sobre nosotros, sino que nos lo ofrece por medio de la invitación. Debemos ver que sea deseable y bueno (más deseable que cualquier otra cosa) para después cooperar con Su gracia. Para poder entrar a este –ahora en nuestra vida diaria y eventualmente en la eternidad.
Así como honramos a nuestro Rey este día, propongámonos honrarlo cada vez más, todos los días de nuestra vida. Veamos en Jesucristo a un hermano amoroso y a un Rey.
Hagamos la resolución de obedecer a quien ha puesto sobre nosotros, por Su amor.
Hagamos oración para que nuestros superiores puedas llevar la carga tan pesada que
Dios ha puesto sobre sus hombros. Si nos encontramos en la posición de ser nosotros los que llevamos esa autoridad que Dios nos ha dado, pidámosle siempre Su ayuda y humildemente buscar gobernar y guiarnos como El quiere que lo hagamos.
Con esto cada uno de nosotros haremos nuestra parte para asegurar la oración del Padre Nuestro “Venga a nosotros Tu reino hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”
Así sea.
Saturday, October 29, 2011
Saturday, October 22, 2011
DOMINGO 19° DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
23 DE OCTUBRE DE 2011
Queridos Hermanos:
El día de hoy se nos recuerda, una vez más, que son pocos los que entran al reino de los cielos. “Muchos son los llamados pero, pocos los elegidos”.
Esta es una realidad que debemos temer y al mismo tiempo, es una reflexión que debemos considerar siempre.
No hay duda que Dios desea que todos se salven, sin embargo, ha puesto esa decisión final, en nuestras propias manos. Cuando Jesucristo Nuestro Señor envió a Sus apóstoles les encomendó predicar a todos. Quienes creyeren y fueran bautizados se salvarán, quienes no creyeran y no fueren bautizados no se salvarán. Por lo que la salvación está limitada a quienes son miembros de la Verdadera Iglesia. Fuera de la cual no hay salvación.
Sin embargo, sabemos que aún dentro de las filas de la Verdadera Iglesia, son pocos los que se salvarán. Vemos esto, explicado en el evangelio de hoy.
La invitación a la boda, fue hecha en primer término para los israelitas y posteriormente para las demás personas. Quienes no acudieron al llamado fueron excluidos de la fiesta. De la misma manera quienes rechazan creer y ser bautizados son excluidos para siempre del Cielo. Existen muchos que ingresan a la Iglesia y tienen fe, pero les falta caridad. Sin esta caridad, su fe no les servirá de nada y serán expulsados como el hombre que llegó a la fiesta sin la vestimenta adecuada.
Muchos tienen la fe pero rechazan hacer penitencia, corregir sus vidas y recibir los sacramentos. Estos son faltos de caridad. El amor ha muerto en ellos. La fe nos enseña que nada manchado puede entrar en el reino de los cielos y que todo aquel que comete pecado mortal se hace acreedor al fuego eterno.
San Gregorio el Grande, san Gerónimo, San Agustín y muchos otros Padres de la Iglesia nos dicen que dentro de la Iglesia son más los que van a condenarse que los que se han de salvar. Nuestro señor nos dice que debemos procurar entrar por la puerta angosta.
San Pablo nos dice que debemos correr hacia la meta para recibir nuestra recompensa. Una gran cantidad de almas correr hacia la meta pero son muy pocos los que perseveran hasta el final y recibir la recompensa.
Debemos examinarnos y ver si esta caridad que, es necesaria, se encuentra presente en nuestras vidas.
¿Cómo podemos saber si amamos a Dios?
El mismo nos dice: “si me amas, cuidaras mi palabra”
¿Somos puros y sin mancha? Si consideramos los siete pecados capitales, debemos confesar que permanecen estos, en muchas congregaciones de católicos.
¿Cuántos son orgullosos, envidiosos, vengativos, adictos a la glotonería, a la embriagues, a la impureza, a la flojera, y feminidad?
Los Mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia son constantemente transgredidos. Muchos son católicos sólo de nombre.
Muchos blasfeman, juran, maldicen a Dios y Sus Sacramentos, dan falso testimonios y
cometen perjurio, mienten, engañan, roban y cometen todo tipo de injusticias, profanan los domingos y días de guardar, son negligentes en asistir a Misa.
Muchos padres son negligentes en la educación de sus hijos, muchos hijos no obedecen y escuchan sumisamente a sus padres. Viviendo una vida disoluta y sin freno.
El vicio de la impureza reina casi en todos lados. Luego entonces es verdad que una gran parte del los seres humanos y aún, católicos pasan sus vidas en el vicio y el pecado, consecuentemente se condenarán.
El pecador puede hacer penitencia y enmendar su vida, pero ¿Cuántos lo hacen?
Es frecuente que el joven piense que puede hacer a un lado la penitencia hasta llegar a la edad madura. Buscan vivir libremente y en pecado por ahora. El de edad madura quiere empezar en la vejez. Y el viejo la pasa a la hora de su muerte.
Olvidando que frecuentemente somos llamados a cuentas sin ningún aviso previo y sin estar preparados.
Y que debemos pensar sobre las “conversiones” en el lecho de muerte, ¿Son
verdaderos arrepentimientos? ¿Si no estuvieran al punto de la muerte serian igualmente serias? Es frecuente que nos arrepintamos aparentemente, sólo cuando ya no nos es físicamente posible continuar en pecado.
Cuando ya no podemos físicamente continuar en el pecado ¿es un verdadero arrepentimiento?
Si nos fuera permitido regresar a nuestra salud y juventud ¿continuaríamos como antes o nos arrepentiríamos?
El arrepentimiento debe ser verdadero y de corazón, debe ser de tal naturaleza que nuestras palabras y pensamientos deben concordar con los sentimientos de nuestro corazón.
Pidamos siempre a Dios que nos libre de una muerte repentina y sin estar preparados. Y tomemos este preciso momento para arrepentirnos verdaderamente y de todo corazón con un sincero y verdadero propósito de enmienda. Debemos formar y hacer un verdadero acto de contrición, es decir que lamentamos mucho haber ofendido a Dios.
Este amor por Dios es el vestido de bodas que necesitamos para ser merecedores de entrar a la fiesta en el Cielo.
Así sea
Queridos Hermanos:
El día de hoy se nos recuerda, una vez más, que son pocos los que entran al reino de los cielos. “Muchos son los llamados pero, pocos los elegidos”.
Esta es una realidad que debemos temer y al mismo tiempo, es una reflexión que debemos considerar siempre.
No hay duda que Dios desea que todos se salven, sin embargo, ha puesto esa decisión final, en nuestras propias manos. Cuando Jesucristo Nuestro Señor envió a Sus apóstoles les encomendó predicar a todos. Quienes creyeren y fueran bautizados se salvarán, quienes no creyeran y no fueren bautizados no se salvarán. Por lo que la salvación está limitada a quienes son miembros de la Verdadera Iglesia. Fuera de la cual no hay salvación.
Sin embargo, sabemos que aún dentro de las filas de la Verdadera Iglesia, son pocos los que se salvarán. Vemos esto, explicado en el evangelio de hoy.
La invitación a la boda, fue hecha en primer término para los israelitas y posteriormente para las demás personas. Quienes no acudieron al llamado fueron excluidos de la fiesta. De la misma manera quienes rechazan creer y ser bautizados son excluidos para siempre del Cielo. Existen muchos que ingresan a la Iglesia y tienen fe, pero les falta caridad. Sin esta caridad, su fe no les servirá de nada y serán expulsados como el hombre que llegó a la fiesta sin la vestimenta adecuada.
Muchos tienen la fe pero rechazan hacer penitencia, corregir sus vidas y recibir los sacramentos. Estos son faltos de caridad. El amor ha muerto en ellos. La fe nos enseña que nada manchado puede entrar en el reino de los cielos y que todo aquel que comete pecado mortal se hace acreedor al fuego eterno.
San Gregorio el Grande, san Gerónimo, San Agustín y muchos otros Padres de la Iglesia nos dicen que dentro de la Iglesia son más los que van a condenarse que los que se han de salvar. Nuestro señor nos dice que debemos procurar entrar por la puerta angosta.
San Pablo nos dice que debemos correr hacia la meta para recibir nuestra recompensa. Una gran cantidad de almas correr hacia la meta pero son muy pocos los que perseveran hasta el final y recibir la recompensa.
Debemos examinarnos y ver si esta caridad que, es necesaria, se encuentra presente en nuestras vidas.
¿Cómo podemos saber si amamos a Dios?
El mismo nos dice: “si me amas, cuidaras mi palabra”
¿Somos puros y sin mancha? Si consideramos los siete pecados capitales, debemos confesar que permanecen estos, en muchas congregaciones de católicos.
¿Cuántos son orgullosos, envidiosos, vengativos, adictos a la glotonería, a la embriagues, a la impureza, a la flojera, y feminidad?
Los Mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia son constantemente transgredidos. Muchos son católicos sólo de nombre.
Muchos blasfeman, juran, maldicen a Dios y Sus Sacramentos, dan falso testimonios y
cometen perjurio, mienten, engañan, roban y cometen todo tipo de injusticias, profanan los domingos y días de guardar, son negligentes en asistir a Misa.
Muchos padres son negligentes en la educación de sus hijos, muchos hijos no obedecen y escuchan sumisamente a sus padres. Viviendo una vida disoluta y sin freno.
El vicio de la impureza reina casi en todos lados. Luego entonces es verdad que una gran parte del los seres humanos y aún, católicos pasan sus vidas en el vicio y el pecado, consecuentemente se condenarán.
El pecador puede hacer penitencia y enmendar su vida, pero ¿Cuántos lo hacen?
Es frecuente que el joven piense que puede hacer a un lado la penitencia hasta llegar a la edad madura. Buscan vivir libremente y en pecado por ahora. El de edad madura quiere empezar en la vejez. Y el viejo la pasa a la hora de su muerte.
Olvidando que frecuentemente somos llamados a cuentas sin ningún aviso previo y sin estar preparados.
Y que debemos pensar sobre las “conversiones” en el lecho de muerte, ¿Son
verdaderos arrepentimientos? ¿Si no estuvieran al punto de la muerte serian igualmente serias? Es frecuente que nos arrepintamos aparentemente, sólo cuando ya no nos es físicamente posible continuar en pecado.
Cuando ya no podemos físicamente continuar en el pecado ¿es un verdadero arrepentimiento?
Si nos fuera permitido regresar a nuestra salud y juventud ¿continuaríamos como antes o nos arrepentiríamos?
El arrepentimiento debe ser verdadero y de corazón, debe ser de tal naturaleza que nuestras palabras y pensamientos deben concordar con los sentimientos de nuestro corazón.
Pidamos siempre a Dios que nos libre de una muerte repentina y sin estar preparados. Y tomemos este preciso momento para arrepentirnos verdaderamente y de todo corazón con un sincero y verdadero propósito de enmienda. Debemos formar y hacer un verdadero acto de contrición, es decir que lamentamos mucho haber ofendido a Dios.
Este amor por Dios es el vestido de bodas que necesitamos para ser merecedores de entrar a la fiesta en el Cielo.
Así sea
Saturday, October 15, 2011
DOMINGO 18° DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
16 DE OCTUBRE DE 2011
Queridos Hermanos:
Una vez más, nuestro Señor Jesucristo nos muestra que la salud del alma es mucho más importante que la salud del cuerpo.
En el Evangelio de hoy vemos que el paralitico recibe el perdón de Dios.
“Confía hijo, tus pecados te son perdonados “.
¿Quién sino Dios, puede perdonar los pecados?
En lugar de entender y aceptar que Cristo es Dios muchos deciden condenarlo como blasfemo. Por lo tanto, para dar pruebas físicas de Su divinidad, Jesucristo les ofrece un milagro menor, para abrirles los ojos, al curar el cuerpo del paralítico.
Frecuentemente nosotros tampoco entendemos ni apreciamos las bendiciones espirituales que recibimos, porque también nosotros estamos más interesados en las cosas materiales. Un cuerpo vivo, sano, no es tan importante como el alma que goza de gran salud.
Si estamos espiritualmente enfermos o muertos, el tener un cuerpo sano no es de importancia para nosotros.
Nuestros cuerpos han sido creados para nuestra alma, por lo que sin alma el cuerpo no tiene ningún propósito real de ser.
Quienes dedican toda su vida al pecado mortal, tienen el alma muerta, y aunque aparentemente estén vivos y hagan cosas buenas, no tienen ningún mérito para ellos mismos. Probablemente continúan existiendo en este mundo, porque Dios les está dando una oportunidad para arrepentirse o por ser de beneficio para algún otro.
Se han convertido en el peor enemigo de ellos mismos. Mientas más tiempo permanezcan en este estado más difícil se les hará abandonarlo.
No hay ninguna razón para que permanezcamos en pecado ahora que Jesucristo ha hecho posible y más fácil librarnos de este mal. Jesucristo ha de igual forma dado poder a Sus sacerdotes para que perdonen los pecados en Su Nombre.
La simple confesión de los pecados, acompañados del verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, nos abre las puertas de la gracia y misericordia de Dios.
Cuando las circunstancias hacen imposible que confesemos nuestros pecados a un verdadero sacerdote, se nos indica que hagamos un acto de contrición buscando una contrición perfecta y tengamos la resolución de confesarnos lo más pronto posible, cuando tengamos la oportunidad.
No hay ninguna razón para permanecer en el pecado cuando podemos arrepentirnos inmediatamente, una vez que hemos descubierto nuestro error al sucumbir ante el pecado. Si verdaderamente nos arrepentimos seremos verdaderamente perdonados.
Frecuentemente descubriremos que después de confesar nuestros pecados y recibida la absolución, nuestra vida física mejorará de igual forma. Lo que vemos en el paralitico, aplica también a nosotros. Una vez que la carga de nuestra alma ha sido levantada, puede ser curado nuestro cuerpo.
Todos, con frecuencia, buscamos el auxilio de un médico al saber que estamos enfermos de alguna parte de nuestro cuerpo y no así, por nuestra alma. El doctor del cuerpo puede disminuir el sufrimiento de nuestras dificultades y dolor, pero no puede detener la inevitable muerte que gradualmente toma posesión de nosotros, día a día.
Aún más, podemos decir que, el que se encarga de la salud de nuestro cuerpo nada puede hacer por nuestra alma. La conciencia culpable hará disminuir la capacidad de nuestro cuerpo y lo enfermará sin importar que tan bueno y eficiente sea el tratamiento médico.
Por otro lado, el doctor del alma en ocasiones cura ambos, al cuerpo y al alma. Con frecuencia cuando la carga del pecado es eliminada, nuestro cuerpo mejora mucho.
Sin embargo y de manera extraña, buscamos primeramente al doctor de nuestro cuerpo y no el auxilio del sacerdote de Dios. Nuestros pensamientos están en, ignorar al alma y los pecados que la debilitan y destruyen, mientas que enfocamos toda nuestra atención sobre las cosas que debilitan y destruyen nuestro cuerpo.
Olvidamos que es el alma la que mantiene al cuerpo con vida y es en la salud de esta que debemos poner toda nuestra atención.
Dios puede curar tanto el alma como el cuerpo, pero quiere que pongamos como prioridad y nos demos cuenta que el alma, es antes que el cuerpo, aún, al precio del mismo sacrificio. Lamentablemente, con frecuencia sacrificamos nuestra alma con el afán de salvar nuestro cuerpo fallando siempre en este propósito ya que eventualmente nuestro cuerpo ha de morir, inventemos o hagamos lo que hagamos.
Si sólo buscáramos la salud de nuestra alma inmortal, nos daremos cuenta que, frecuentemente le seguirá la salud de nuestro cuerpo, como sucedió en el relato que hace del paralitico, el evangelio de hoy.
Queridos Hermanos:
Una vez más, nuestro Señor Jesucristo nos muestra que la salud del alma es mucho más importante que la salud del cuerpo.
En el Evangelio de hoy vemos que el paralitico recibe el perdón de Dios.
“Confía hijo, tus pecados te son perdonados “.
¿Quién sino Dios, puede perdonar los pecados?
En lugar de entender y aceptar que Cristo es Dios muchos deciden condenarlo como blasfemo. Por lo tanto, para dar pruebas físicas de Su divinidad, Jesucristo les ofrece un milagro menor, para abrirles los ojos, al curar el cuerpo del paralítico.
Frecuentemente nosotros tampoco entendemos ni apreciamos las bendiciones espirituales que recibimos, porque también nosotros estamos más interesados en las cosas materiales. Un cuerpo vivo, sano, no es tan importante como el alma que goza de gran salud.
Si estamos espiritualmente enfermos o muertos, el tener un cuerpo sano no es de importancia para nosotros.
Nuestros cuerpos han sido creados para nuestra alma, por lo que sin alma el cuerpo no tiene ningún propósito real de ser.
Quienes dedican toda su vida al pecado mortal, tienen el alma muerta, y aunque aparentemente estén vivos y hagan cosas buenas, no tienen ningún mérito para ellos mismos. Probablemente continúan existiendo en este mundo, porque Dios les está dando una oportunidad para arrepentirse o por ser de beneficio para algún otro.
Se han convertido en el peor enemigo de ellos mismos. Mientas más tiempo permanezcan en este estado más difícil se les hará abandonarlo.
No hay ninguna razón para que permanezcamos en pecado ahora que Jesucristo ha hecho posible y más fácil librarnos de este mal. Jesucristo ha de igual forma dado poder a Sus sacerdotes para que perdonen los pecados en Su Nombre.
La simple confesión de los pecados, acompañados del verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, nos abre las puertas de la gracia y misericordia de Dios.
Cuando las circunstancias hacen imposible que confesemos nuestros pecados a un verdadero sacerdote, se nos indica que hagamos un acto de contrición buscando una contrición perfecta y tengamos la resolución de confesarnos lo más pronto posible, cuando tengamos la oportunidad.
No hay ninguna razón para permanecer en el pecado cuando podemos arrepentirnos inmediatamente, una vez que hemos descubierto nuestro error al sucumbir ante el pecado. Si verdaderamente nos arrepentimos seremos verdaderamente perdonados.
Frecuentemente descubriremos que después de confesar nuestros pecados y recibida la absolución, nuestra vida física mejorará de igual forma. Lo que vemos en el paralitico, aplica también a nosotros. Una vez que la carga de nuestra alma ha sido levantada, puede ser curado nuestro cuerpo.
Todos, con frecuencia, buscamos el auxilio de un médico al saber que estamos enfermos de alguna parte de nuestro cuerpo y no así, por nuestra alma. El doctor del cuerpo puede disminuir el sufrimiento de nuestras dificultades y dolor, pero no puede detener la inevitable muerte que gradualmente toma posesión de nosotros, día a día.
Aún más, podemos decir que, el que se encarga de la salud de nuestro cuerpo nada puede hacer por nuestra alma. La conciencia culpable hará disminuir la capacidad de nuestro cuerpo y lo enfermará sin importar que tan bueno y eficiente sea el tratamiento médico.
Por otro lado, el doctor del alma en ocasiones cura ambos, al cuerpo y al alma. Con frecuencia cuando la carga del pecado es eliminada, nuestro cuerpo mejora mucho.
Sin embargo y de manera extraña, buscamos primeramente al doctor de nuestro cuerpo y no el auxilio del sacerdote de Dios. Nuestros pensamientos están en, ignorar al alma y los pecados que la debilitan y destruyen, mientas que enfocamos toda nuestra atención sobre las cosas que debilitan y destruyen nuestro cuerpo.
Olvidamos que es el alma la que mantiene al cuerpo con vida y es en la salud de esta que debemos poner toda nuestra atención.
Dios puede curar tanto el alma como el cuerpo, pero quiere que pongamos como prioridad y nos demos cuenta que el alma, es antes que el cuerpo, aún, al precio del mismo sacrificio. Lamentablemente, con frecuencia sacrificamos nuestra alma con el afán de salvar nuestro cuerpo fallando siempre en este propósito ya que eventualmente nuestro cuerpo ha de morir, inventemos o hagamos lo que hagamos.
Si sólo buscáramos la salud de nuestra alma inmortal, nos daremos cuenta que, frecuentemente le seguirá la salud de nuestro cuerpo, como sucedió en el relato que hace del paralitico, el evangelio de hoy.
Saturday, October 8, 2011
DOMINGO 17° DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
9 DE OCTUBRE DE 2011
Queridos hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo, aprovecha, la trampa en que los fariseos pretenden hacerlo caer, para enseñarnos una lección.
La primera lección es:
¿Cuál es el mayor de lo Mandamientos?
Al decirnos lo que Dios espera de nosotros antes que cualquier otra cosa Jesucristo nos está diciendo mucho acerca de Dios y consecuentemente de sí mismo. San Juan nos dice que Dios es amor. Luego entonces este gran y primer mandamiento es imitar a Dios y amar lo que Él ama en la manera que Él lo hace.
Es para nosotros imposible amar infinitamente como Dios porque somos creaturas finitas, sin embargo, sí nos es posible amar completamente, con todo nuestro corazón y alma.
Este es el primer mandamiento
El segundo es: Amar a las demás creaturas (principalmente al hombre) que ama Dios.
Toda vez que son nuestros compañeros, creaturas, es lógico que debemos amarlos como a nosotros mismos.
Dios es amor. Esto es lo que es o quién es ÉL. Dios es perfecto en cualquier forma que pensemos. Es todo poderoso, todo sabiduría, santo etc. El amor, sin embargo, resplandece maravillosamente más que el resto. Es por este amor de Dios al hombre que ha mandado a Su único Hijo. Es el amor de Dios que continúa en el sacrificio incruento en la Misa cada día y todos los días hasta el fin de los tiempos.
Este es el amor de Jesucristo, aún para los mismos fariseos que, lo previene de no fulminarlos en ese mismo momento. Dios es siempre apacible porque ama. Siempre está listo a perdonar porque ama y conoce nuestras debilidades.
Es siempre justo porque ama. Parece ser que es, este amor que mueve en Dios sus demás perfecciones.
Al llamar nuestra atención para imitarlo, Jesucristo, desea que nosotros amemos. Dios nos ama y sólo busca lo mejor para nosotros, sin embargo, nos ha dado el libre albedrio y no impone la felicidad ni amor sobre nosotros. Dios nos invita amar y nos da muchas razones para hacerlo, pero corresponde a nosotros la decisión de amar o no hacerlo.
San Pablo, igualmente nos dice que la mayor de todas las virtudes es el amor. Las otras pasaran pero el amor permanecerá por siempre. Si deseamos, por lo tanto, tener vida eterna, debemos amar. No estamos hablando aquí de cualquier amor, sino el verdadero y ordenado, según la voluntad de Dios.
El “amor propio” es frecuentemente condenado como vicio, porque es un amor desordenado, por poner a “uno mismo” por encima y antes que Dios. Si verdaderamente nos amamos no permitiremos que es te vicio invierta la adecuado disposición del amor.
El amor parece y se desarrolla en muchas maneras diferentes. No es sólo sentimiento. Muchas veces, equivocadamente, pensamos que no amamos porque no sentimos emoción o afecto. La voluntad influye en cada aspecto de nuestro ser, incluyendo el amor.
Frecuentemente debemos empezar con un débil o no claro amor en nuestro intelecto, puesto ahí por un simple acto de la voluntad, después de cooperar con la gracia de Dios y activamente perseguir un amor más profundo y grande, empieza a crecer hasta que nos envuelve por completo.
Al acercarse cada vez más a la perfección, nuestro amor, podremos decir con san Pablo, no soy yo, sino que, es Cristo quien vive en mí.
La segunda lección es que Cristo es Dios y hombre. Cristo ama como lo hace Dios porque es Dios. Al preguntar los fariseos como puede David llamar a Cristo su hijo.
Jesucristo nos ofrece una lección muy poderosa, misma que pasa desapercibida por los fariseos al estar voluntariamente ciegos.
Para que la redención fuera aplicable a nosotros, es necesario que un hombre como nosotros pagara el precio, pero para que la redención fuera suficiente fue necesario que un ser infinito la hiciera. Por lo tanto claramente entendemos que Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre y de esta manera, capaz de salvarnos de nuestros pecados y abrir para nosotros las puertas del cielo.
Todo esto lo decimos igualmente por el amor de Dios hacia nosotros. Cristo es Dios, por lo tanto nos ama como Dios. Y nos ama como hombre por ser de igual manera hombre. Podremos decir, luego entonces que, en cierta manera podemos pedir un doble amor de Cristo para nosotros. Al saber esto, sólo se incrementa nuestra responsabilidad para de manera reciproca amar y compartir este amor con los demás, como Él nos ha amado.
No nos está pidiendo mucho, Dios, al pedirnos que lo amemos con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (incluyendo nuestros enemigos). Al cooperar con Su gracia podemos hacer esto de manera más perfecta. Tal vez tengamos que empezar desde abajo y empezar a construir con oraciones pacientemente, estudio y reflexión, pero lo podemos lograr.
Si queremos entrar al cielo con Dios, debemos hacerlo. Por lo tanto pidamos de manera honesta este amor por Dios, buscando incrementarlo día a día.
Así sea
Queridos hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo, aprovecha, la trampa en que los fariseos pretenden hacerlo caer, para enseñarnos una lección.
La primera lección es:
¿Cuál es el mayor de lo Mandamientos?
Al decirnos lo que Dios espera de nosotros antes que cualquier otra cosa Jesucristo nos está diciendo mucho acerca de Dios y consecuentemente de sí mismo. San Juan nos dice que Dios es amor. Luego entonces este gran y primer mandamiento es imitar a Dios y amar lo que Él ama en la manera que Él lo hace.
Es para nosotros imposible amar infinitamente como Dios porque somos creaturas finitas, sin embargo, sí nos es posible amar completamente, con todo nuestro corazón y alma.
Este es el primer mandamiento
El segundo es: Amar a las demás creaturas (principalmente al hombre) que ama Dios.
Toda vez que son nuestros compañeros, creaturas, es lógico que debemos amarlos como a nosotros mismos.
Dios es amor. Esto es lo que es o quién es ÉL. Dios es perfecto en cualquier forma que pensemos. Es todo poderoso, todo sabiduría, santo etc. El amor, sin embargo, resplandece maravillosamente más que el resto. Es por este amor de Dios al hombre que ha mandado a Su único Hijo. Es el amor de Dios que continúa en el sacrificio incruento en la Misa cada día y todos los días hasta el fin de los tiempos.
Este es el amor de Jesucristo, aún para los mismos fariseos que, lo previene de no fulminarlos en ese mismo momento. Dios es siempre apacible porque ama. Siempre está listo a perdonar porque ama y conoce nuestras debilidades.
Es siempre justo porque ama. Parece ser que es, este amor que mueve en Dios sus demás perfecciones.
Al llamar nuestra atención para imitarlo, Jesucristo, desea que nosotros amemos. Dios nos ama y sólo busca lo mejor para nosotros, sin embargo, nos ha dado el libre albedrio y no impone la felicidad ni amor sobre nosotros. Dios nos invita amar y nos da muchas razones para hacerlo, pero corresponde a nosotros la decisión de amar o no hacerlo.
San Pablo, igualmente nos dice que la mayor de todas las virtudes es el amor. Las otras pasaran pero el amor permanecerá por siempre. Si deseamos, por lo tanto, tener vida eterna, debemos amar. No estamos hablando aquí de cualquier amor, sino el verdadero y ordenado, según la voluntad de Dios.
El “amor propio” es frecuentemente condenado como vicio, porque es un amor desordenado, por poner a “uno mismo” por encima y antes que Dios. Si verdaderamente nos amamos no permitiremos que es te vicio invierta la adecuado disposición del amor.
El amor parece y se desarrolla en muchas maneras diferentes. No es sólo sentimiento. Muchas veces, equivocadamente, pensamos que no amamos porque no sentimos emoción o afecto. La voluntad influye en cada aspecto de nuestro ser, incluyendo el amor.
Frecuentemente debemos empezar con un débil o no claro amor en nuestro intelecto, puesto ahí por un simple acto de la voluntad, después de cooperar con la gracia de Dios y activamente perseguir un amor más profundo y grande, empieza a crecer hasta que nos envuelve por completo.
Al acercarse cada vez más a la perfección, nuestro amor, podremos decir con san Pablo, no soy yo, sino que, es Cristo quien vive en mí.
La segunda lección es que Cristo es Dios y hombre. Cristo ama como lo hace Dios porque es Dios. Al preguntar los fariseos como puede David llamar a Cristo su hijo.
Jesucristo nos ofrece una lección muy poderosa, misma que pasa desapercibida por los fariseos al estar voluntariamente ciegos.
Para que la redención fuera aplicable a nosotros, es necesario que un hombre como nosotros pagara el precio, pero para que la redención fuera suficiente fue necesario que un ser infinito la hiciera. Por lo tanto claramente entendemos que Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre y de esta manera, capaz de salvarnos de nuestros pecados y abrir para nosotros las puertas del cielo.
Todo esto lo decimos igualmente por el amor de Dios hacia nosotros. Cristo es Dios, por lo tanto nos ama como Dios. Y nos ama como hombre por ser de igual manera hombre. Podremos decir, luego entonces que, en cierta manera podemos pedir un doble amor de Cristo para nosotros. Al saber esto, sólo se incrementa nuestra responsabilidad para de manera reciproca amar y compartir este amor con los demás, como Él nos ha amado.
No nos está pidiendo mucho, Dios, al pedirnos que lo amemos con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (incluyendo nuestros enemigos). Al cooperar con Su gracia podemos hacer esto de manera más perfecta. Tal vez tengamos que empezar desde abajo y empezar a construir con oraciones pacientemente, estudio y reflexión, pero lo podemos lograr.
Si queremos entrar al cielo con Dios, debemos hacerlo. Por lo tanto pidamos de manera honesta este amor por Dios, buscando incrementarlo día a día.
Así sea
Saturday, October 1, 2011
DOMINGO 16° DESPUÉS DE PENTECOSTES
2 DE OCTUBRE DE 2011
Queridos Hermanos:
Hay varias cosas que debemos considerar y tomar en cuenta acerca de la lectura del Evangelio de este día.
¿Qué se nos permite hacer en domingo?
¿Somos humildes?
Cómo deben hablar nuestras acciones, sobre nuestra humildad
Y finalmente pero no menos importante, debemos considerar la recompensa que les espera a los humildes.
¿Qué nos obliga hacer, en Domingo? Debemos conservar santo el domingo porque es el día del Señor. Es principalmente un día de descanso y oración, un día dedicado a Dios y a nuestra alma. Tenemos los demás seis días para ocuparnos sobre las cosas materiales y de nuestro bienestar físico.
El domingo debemos poner atención a nuestro bienestar espiritual y se nos pide, pongamos especial atención a Dios, ya que no nos es permitido hacerlo los demás días de la semana por las múltiples ocupaciones que nos envuelven. Con las obligaciones del Sabbat movidas al primer día de la semana, el domingo, desde tiempos de los apóstoles, nos encontramos con que no estamos terminando la semana con Dios sino empezándola. Poniendo a Dios primero, es la mejor forma de empezar nuestras actividades, incluyendo la semana.
Por supuesto que existen ocasiones, como lo vemos en el evangelio de hoy, cuando es necesario permitir que las obligaciones y actividades del resto de la semana se junten el domingo, pero en tales ocasiones debemos recordar que todo lo hacemos por amor de Dios, y si nos es posible debemos restaurar en cualquier otro día lo que le correspondía al domingo. Amando a Dios, honrándolo, haciéndole alguna petición y adorándolo, nunca son fuera de tiempo ni rechazadas.
También nos pide, nuestro señor, que seamos humildes. Se nos recuerda no buscar los primeros lugares, si no el último lugar. Esto lo podemos hacer y lograr una vez que hemos reconocido nuestro desvalimiento.
Nuestro valer no se debe comparar con nuestro prójimo sino, con Dios. Jesucristo nos dice que es a Él a quien debemos seguir e imitar. Frecuentemente al compararnos con nuestro prójimo, terminamos como el fariseo que, llenando su cabeza con la peligrosa y dañina, vanidad y orgullo para finalmente despreciar a su prójimo.
Sin embargo si volteamos a ver a Jesucristo y a nosotros mismos, nos daremos cuenta que tenemos mucho por que aprender a ser humildes y mucho más de que avergonzarnos.
Nos dice Nuestro Señor Jesucristo que, debemos aprender de Él a ser dóciles y humildes de corazón. Una vez que reconocemos nuestras faltas y caídas en esta área; nos debe guiar una gran humildad a San Francisco y muchos de los santos, y poder considerarnos el peor de los pecadores.
Somos los peores pecadores no en comparación con nuestro prójimo sino en comparación con Dios. Somos sus hijos y el debe ser nuestro modelo a imitar: “Ser perfectos como su Padre Celestial es perfecto”
Si buscamos este último lugar, con gran humildad, nuestra vida estará en armonía con Jesucristo, que se humillo al tomar nuestra naturaleza humana. Jesucristo N. S. se hizo el último de los hombres, no el mayor de estos. Se humillo aún a la muerte en la cruz.
Después de esta muerte terrible resucitó de entro los muertos y ahora se encuentra sentado a la derecha del Padre Celestial. De ser el menor e insignificante, es ahora el Mayor de todos.
Esto es lo que nos está diciendo al sugerirnos que el ultimo será el primero, quien se exalta será humillado y viceversa. Debemos seguirlo, muriendo a nosotros mismos, día a día.
Levantamos nuestra cruz y lo seguimos diariamente, al pacientemente soportar los pesares y obstáculos de nuestra vida y buscar nuestro lugar adecuado con gran humildad y verdad. Si Jesucristo que es Dios hizo esto por nosotros, quienes somos para pensar que esto es algo denigrante. En toda verdad nosotros deberíamos sufrir todo lo que Jesucristo inocentemente, sufrió por nosotros. Por lo que cualquier mal que recaiga sobre nosotros es sólo el resultado de nuestros pecados. Además que no debemos considerarlo como un mal lo que nos sucede ya que esto nos abre el camino a la salvación.
Si aceptamos esta recomendación y voluntariamente aceptamos y tomamos el último de los lugares en esta vida encontraremos una gran recompensa en el Cielo porque hemos fielmente imitado a nuestro modelo a seguir Jesucristo Nuestro Señor.
Así sea
Queridos Hermanos:
Hay varias cosas que debemos considerar y tomar en cuenta acerca de la lectura del Evangelio de este día.
¿Qué se nos permite hacer en domingo?
¿Somos humildes?
Cómo deben hablar nuestras acciones, sobre nuestra humildad
Y finalmente pero no menos importante, debemos considerar la recompensa que les espera a los humildes.
¿Qué nos obliga hacer, en Domingo? Debemos conservar santo el domingo porque es el día del Señor. Es principalmente un día de descanso y oración, un día dedicado a Dios y a nuestra alma. Tenemos los demás seis días para ocuparnos sobre las cosas materiales y de nuestro bienestar físico.
El domingo debemos poner atención a nuestro bienestar espiritual y se nos pide, pongamos especial atención a Dios, ya que no nos es permitido hacerlo los demás días de la semana por las múltiples ocupaciones que nos envuelven. Con las obligaciones del Sabbat movidas al primer día de la semana, el domingo, desde tiempos de los apóstoles, nos encontramos con que no estamos terminando la semana con Dios sino empezándola. Poniendo a Dios primero, es la mejor forma de empezar nuestras actividades, incluyendo la semana.
Por supuesto que existen ocasiones, como lo vemos en el evangelio de hoy, cuando es necesario permitir que las obligaciones y actividades del resto de la semana se junten el domingo, pero en tales ocasiones debemos recordar que todo lo hacemos por amor de Dios, y si nos es posible debemos restaurar en cualquier otro día lo que le correspondía al domingo. Amando a Dios, honrándolo, haciéndole alguna petición y adorándolo, nunca son fuera de tiempo ni rechazadas.
También nos pide, nuestro señor, que seamos humildes. Se nos recuerda no buscar los primeros lugares, si no el último lugar. Esto lo podemos hacer y lograr una vez que hemos reconocido nuestro desvalimiento.
Nuestro valer no se debe comparar con nuestro prójimo sino, con Dios. Jesucristo nos dice que es a Él a quien debemos seguir e imitar. Frecuentemente al compararnos con nuestro prójimo, terminamos como el fariseo que, llenando su cabeza con la peligrosa y dañina, vanidad y orgullo para finalmente despreciar a su prójimo.
Sin embargo si volteamos a ver a Jesucristo y a nosotros mismos, nos daremos cuenta que tenemos mucho por que aprender a ser humildes y mucho más de que avergonzarnos.
Nos dice Nuestro Señor Jesucristo que, debemos aprender de Él a ser dóciles y humildes de corazón. Una vez que reconocemos nuestras faltas y caídas en esta área; nos debe guiar una gran humildad a San Francisco y muchos de los santos, y poder considerarnos el peor de los pecadores.
Somos los peores pecadores no en comparación con nuestro prójimo sino en comparación con Dios. Somos sus hijos y el debe ser nuestro modelo a imitar: “Ser perfectos como su Padre Celestial es perfecto”
Si buscamos este último lugar, con gran humildad, nuestra vida estará en armonía con Jesucristo, que se humillo al tomar nuestra naturaleza humana. Jesucristo N. S. se hizo el último de los hombres, no el mayor de estos. Se humillo aún a la muerte en la cruz.
Después de esta muerte terrible resucitó de entro los muertos y ahora se encuentra sentado a la derecha del Padre Celestial. De ser el menor e insignificante, es ahora el Mayor de todos.
Esto es lo que nos está diciendo al sugerirnos que el ultimo será el primero, quien se exalta será humillado y viceversa. Debemos seguirlo, muriendo a nosotros mismos, día a día.
Levantamos nuestra cruz y lo seguimos diariamente, al pacientemente soportar los pesares y obstáculos de nuestra vida y buscar nuestro lugar adecuado con gran humildad y verdad. Si Jesucristo que es Dios hizo esto por nosotros, quienes somos para pensar que esto es algo denigrante. En toda verdad nosotros deberíamos sufrir todo lo que Jesucristo inocentemente, sufrió por nosotros. Por lo que cualquier mal que recaiga sobre nosotros es sólo el resultado de nuestros pecados. Además que no debemos considerarlo como un mal lo que nos sucede ya que esto nos abre el camino a la salvación.
Si aceptamos esta recomendación y voluntariamente aceptamos y tomamos el último de los lugares en esta vida encontraremos una gran recompensa en el Cielo porque hemos fielmente imitado a nuestro modelo a seguir Jesucristo Nuestro Señor.
Así sea
Subscribe to:
Posts (Atom)