30 DE JUNIO DE 2013
QUERIDOS HERMANOS:
Los Evangelios relatan dos ocasiones en los que Nuestro Señor multiplica los panes y los peces para alimentar a la gente. En uno de estos, alimenta a cinco mil hombres con cinco pedazos de pan; en esta ocasión lo hace alimentando a cuatro mil con siete pedazos de pan.
La primera de estas ocasiones va dirigida hacia los Israelitas, la segunda para los gentiles. En el primero vemos los cinco libros de Moisés que simbolizan (el Pentateuco). Los israelitas eran alimentados de estos cinco libros. En esta misma ocasión los vemos descansando sobre el pasto.
A los israelitas les fueron otorgadas muchas bendiciones de parte de Dios a través de la historia, sin embargo, continuaban ellos pegados a las cosas de este mundo y los placeres de esta vida. Vino, primero a ellos, realizó muchos milagros, para esta gente, sin embargo no levantaron el corazón a realidades mayores y espirituales, ni por amor.
Continuaron ansiosos por formar un reino en este mundo y siguieron a Jesucristo sólo porque este los guiara a ese reino terrenal, donde reinarían sobre las demás personas. Jesucristo trató de elevar el corazón voluble de estas personas y a una vida espiritual, en lugar de la vida temporal que dedicaban a adherirá a las leyes y reglamentación para lograr los beneficios mundanos, siendo negligentes en los beneficios celestiales.
Jesucristo los alimentó y muchos regresaron por esta razón o la salud que volvía a algunos de ellos. Esta es la razón por la que vemos a Jesucristo acercarse a las aguas y subir a la barca, para que estas personas no pudieran alcanzarlo.
Continuaba con la forma de imprimir en ellos la idea de una realidad espiritual y algo más allá del mundo físico. Al alejarse de ellos, estuvieron obligados a buscar una conexión espiritual. Lo mismo sucede con nosotros, estamos obligados a buscar una conexión espiritual con Dios.
Mucho son obligados por las circunstancias físicas, a unirse de manera espiritual con la Santa Misa y los Sacramentos y en cierta manera escuchar, por así decirlo la voz de Dios, a la distancia. Están obligados a depender no ya a la comida terrenal y bendiciones que Dios ha mandado a este mundo, sino más bien a elevar sus corazón y mente a las realidades espirituales y buscar profundamente en la verdadera fe y consecuentemente en la verdadera vida.
El segundo acontecimiento hace referencia a los gentiles. Han venido desde muy lejos y son de igual manera mundanos, pero están más inclinados a la fe en Dios sin confusión del Reinado en este mundo.
Los siete pedazos de pan simbolizan los siete dones del Espíritu Santo. “El espíritu de sabiduría e inteligencia, concejo y fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios” “Y recibirán la plenitud del Espíritu del temor de Dios (Isaías 11,2). Este es un regalo mucho mayor que el Pentateuco. Toda vez que los gentiles venían de más lejos y no seguían la Ley, sin embargo buscaban alcanzar una vida espiritual mayor. Vemos a este grupo sentados sobre la tierra y no el pasto, de esta manera menospreciaba las cosas mundanas.
En los primeros, se habla de doce canastas llenas del Espíritu Santo; en esta hay siete canastas o siete Iglesias o siete candelabros de oro. (Apocalipsis 1.4, 20). En el primero hay dos peces, simbolizando los profetas y la predicación de San Juan Bautista; en el segundo hay un número no descifrado de dones de la gracia, como lo dice el Apóstol: “el uno, por el Espíritu, se le ha dado la Palabra de Sabiduría, a otro la palabra de Inteligencia, a otro profecía, don de lenguas, interpretación. Pero todas estas cosas sólo son obra de un mismo Espíritu. (1 COR. 12,8).
San Máximo, Obispo, dice: “nosotros que creemos en Nuestro Señor Jesucristo, no por medio de la Ley sino la fe, quienes estamos redimidos, no por sus obras sino por la gracia misma, que estamos llenos, no de los cinco pedazos de paz, es decir por los Cinco libros de Moisés, sino por los siete dones del Espíritu Santo, como lo profetizó el bienaventurado Isaías al decir: “ el uno, por el Espíritu, se le ha dado la Palabra de Sabiduría, a otro la palabra de Inteligencia, a otro profecía, don de lenguas, interpretación, temor de Dios”. Continuemos en esta gracia de los Siete dones espirituales, a los que hemos sido llamados y llenos del Espíritu Santo (Act ii, 38), por medio de Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina en unión del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, amen.
Saturday, June 29, 2013
Saturday, June 15, 2013
DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
16 DE JUNIO DE 2013
Queridos Hermanos:
Nuestro señor mientras estuvo en este mundo sanó el cuerpo de muchas personas con sólo tocarlos y en ocasiones con su mera presencia. La gente buscó en Él la salud corporal y en esta ansiedad por las ventajas de sus cuerpos, se perdieron de un don mucho mayor, la salud de su alma.
Con frecuencia nos comportamos de la misma manera. Nos acercamos a Dios sólo por bienes o bendiciones materiales. Pedimos por salud, larga vida, paz. Comodidades etc. Al hacer esto nos perdemos de muchas gracias. Aunque estos bienes corporales no son malos, no son sin embargo las mayores bendiciones que podemos recibir.
Para que pudiera nuestro Señor sanar las almas de la gente, fue necesario subir a la barca y dejar a la gente en la playa. Necesitó separarse físicamente de la gente para que recibieran salud espiritual.
Lo mismo sucede con nosotros. Con frecuencia Dios debe alejar de nosotros muchas bendiciones físicas que generosamente nos ha dado, para que logremos elevar nuestro corazón, fuera de este mundo para poder ver los dones espirituales.
Encontramos en el mundo de hoy a muchos que se dicen católicos que sólo buscan los bienes materiales. Cuando los modernistas tomaron posesión de la casa de Dios, muchos desearon recuperar las estatuas, el altar, los hermosos himnos, la solemnidad, el latín y muchas otras cosas materiales o todo aquello que fue eliminado.
Quienes se autodenominan “tradicionalistas” buscaron (y aun buscan) sólo estos bienes materiales. Cayeron en el error materialista, buscando sólo la Misa en Latín, sin considerar la verdad ni el orden. Muchos se robaron la frase de “lo que importa es la Misa”, como si las manifestaciones externas fuera todo lo que importa.
La frase que dice “que la regla de la forma en que se ora es la regla en que se cree”, es verdad y estas cosas materiales son muy importantes, mas la indiferencia a los aspectos espirituales de la doctrina y la disciplina fue un error mortal.
Los “tradicionalistas” buscan simbolismos más que verdadero orden. No encontraron ningún problema en atacarse entre ellos mismos, o a cualquier otro hereje y cismáticos, lo que les importaba es que estos o aquellos dijeran la Misa en Latín.
Los hubo incluso quienes se presentaron como sacerdotes, sin serlo, al ser invalida su ordenación. Los tradicionalistas encontraron los símbolos y señales externas (los bienes materiales) que estaban buscando pero en su deseo y entusiasmo obstruyeron y se limitaron a recibir algún otro bien material y gracia para su alma. Encontraron hermosas estatuas, iglesias, altares, música sacra en latín, procesiones, ceremonias etc. Y puesto que esto es todo lo que andaban buscando, eso fue todo lo que encontraron. Tienen todo, más no la gracia.
Dios ha retirado de estas sectas, en un intento por despertarlos y hacerlos que eleven su corazón a n bien mucho mayor, los dones espirituales. Trágicamente, la mayoría parece contenta con sólo los bienes materiales de la iglesia, sin necesidad de lo espiritual.
Aún encontramos parte de estos bienes materiales como restos de la fe en las iglesias modernistas. No hay duda que poseen altares, estatuas música hermosa etc. Muchas de estas son inspiradoras. Más no lo que no tienen es la Gracia. Dios los ha abandonado y se encuentra ahora, en la barca buscando captar su atención a cosas mejores, mas no lo pueden escuchar al estar entretenidos sólo en los bienes de este mundo.
San Francisco, imitando a Cristo, se hizo indiferente a las cosas mundanas para casarse con la pobreza y la simplicidad. Al costo de los bienes materiales, buscó mejores y mayores bienes espirituales, para el alma. Hoy día, en la verdadera Iglesia y los verdaderos seguidores de san Francisco, buscamos con humildad esta sencillez de corazón. No es un menosprecio a los símbolos de la fe, pero si es mucho mejor, buscar lo espiritual para que nos guie.
Esto es lo que hace que muchos desprecien y rechacen la fe que les llevamos en el nombre de Cristo.
Cuando consideramos que en cada Misa Valida, la transubstanciación se realiza, y Dios se hace presente en Cuerpo y Alma, nos damos cuenta que, en ese preciso momento, el Cielo se acerca a este mundo y no hay ninguna otra cosa mejor o mayor donde vivir.
Las preciosas iglesias en el Vaticano o cualquier otro lugar, bajo la posesión de los modernista y aún las que están en posesión de los tradicionalistas, no se comparan para nada con esta parte del Cielo que recibimos.
Los humildes frailes en sus capillas y oratorios ofreciendo el Sacrificio de la Misa en toda verdad espiritual y verdadero orden, poseen mucho más que todos esos templos y todo el mundo combinado.
Procuremos buscar siempre a Jesucristo en la barca, dispuestos a dejar todas las cosas de este mundo para poder recibir los bienes del cielo y del alma.
¿Qué es, lo que los modernistas y tradicionalistas tienen en sus iglesias, obras de arte y ceremonias, cuando no tienen la gracia?
Es como lo dice Salomón:
¡Vanidad de vanidades y todo es vanidad!
Es el vacío. Lo que los tradicionalistas, tienen al seguir estas cosas materiales.
El arca de Pedro consiste en la verdad, verdadero orden y doctrina más no es la presencia física de sus ceremonias y templos. Debemos encaminarnos hacia las cosas espirituales. La Iglesia usa estos dones materiales pero no como fin, en sí mismos.
No cometamos en error de olvidarnos del alma y el verdadero orden de autoridad y doctrina, para buscar los símbolos materiales externos de la fe.
No rechacemos la verdad por ser presentada como humildad y modestia. La fe que salva no se encuentra en las iglesias majestuosas, sino en la humilde y sencilla porciúncula de nuestros días (pequeña fracción) de los Franciscanos.
Imitemos a Jesucristo al dar gracias a Dios por haber ocultado las Verdades Espirituales de los orgullosos y arrogantes de este mundo para revelarlos a los humildes.
ASÍ SEA
Queridos Hermanos:
Nuestro señor mientras estuvo en este mundo sanó el cuerpo de muchas personas con sólo tocarlos y en ocasiones con su mera presencia. La gente buscó en Él la salud corporal y en esta ansiedad por las ventajas de sus cuerpos, se perdieron de un don mucho mayor, la salud de su alma.
Con frecuencia nos comportamos de la misma manera. Nos acercamos a Dios sólo por bienes o bendiciones materiales. Pedimos por salud, larga vida, paz. Comodidades etc. Al hacer esto nos perdemos de muchas gracias. Aunque estos bienes corporales no son malos, no son sin embargo las mayores bendiciones que podemos recibir.
Para que pudiera nuestro Señor sanar las almas de la gente, fue necesario subir a la barca y dejar a la gente en la playa. Necesitó separarse físicamente de la gente para que recibieran salud espiritual.
Lo mismo sucede con nosotros. Con frecuencia Dios debe alejar de nosotros muchas bendiciones físicas que generosamente nos ha dado, para que logremos elevar nuestro corazón, fuera de este mundo para poder ver los dones espirituales.
Encontramos en el mundo de hoy a muchos que se dicen católicos que sólo buscan los bienes materiales. Cuando los modernistas tomaron posesión de la casa de Dios, muchos desearon recuperar las estatuas, el altar, los hermosos himnos, la solemnidad, el latín y muchas otras cosas materiales o todo aquello que fue eliminado.
Quienes se autodenominan “tradicionalistas” buscaron (y aun buscan) sólo estos bienes materiales. Cayeron en el error materialista, buscando sólo la Misa en Latín, sin considerar la verdad ni el orden. Muchos se robaron la frase de “lo que importa es la Misa”, como si las manifestaciones externas fuera todo lo que importa.
La frase que dice “que la regla de la forma en que se ora es la regla en que se cree”, es verdad y estas cosas materiales son muy importantes, mas la indiferencia a los aspectos espirituales de la doctrina y la disciplina fue un error mortal.
Los “tradicionalistas” buscan simbolismos más que verdadero orden. No encontraron ningún problema en atacarse entre ellos mismos, o a cualquier otro hereje y cismáticos, lo que les importaba es que estos o aquellos dijeran la Misa en Latín.
Los hubo incluso quienes se presentaron como sacerdotes, sin serlo, al ser invalida su ordenación. Los tradicionalistas encontraron los símbolos y señales externas (los bienes materiales) que estaban buscando pero en su deseo y entusiasmo obstruyeron y se limitaron a recibir algún otro bien material y gracia para su alma. Encontraron hermosas estatuas, iglesias, altares, música sacra en latín, procesiones, ceremonias etc. Y puesto que esto es todo lo que andaban buscando, eso fue todo lo que encontraron. Tienen todo, más no la gracia.
Dios ha retirado de estas sectas, en un intento por despertarlos y hacerlos que eleven su corazón a n bien mucho mayor, los dones espirituales. Trágicamente, la mayoría parece contenta con sólo los bienes materiales de la iglesia, sin necesidad de lo espiritual.
Aún encontramos parte de estos bienes materiales como restos de la fe en las iglesias modernistas. No hay duda que poseen altares, estatuas música hermosa etc. Muchas de estas son inspiradoras. Más no lo que no tienen es la Gracia. Dios los ha abandonado y se encuentra ahora, en la barca buscando captar su atención a cosas mejores, mas no lo pueden escuchar al estar entretenidos sólo en los bienes de este mundo.
San Francisco, imitando a Cristo, se hizo indiferente a las cosas mundanas para casarse con la pobreza y la simplicidad. Al costo de los bienes materiales, buscó mejores y mayores bienes espirituales, para el alma. Hoy día, en la verdadera Iglesia y los verdaderos seguidores de san Francisco, buscamos con humildad esta sencillez de corazón. No es un menosprecio a los símbolos de la fe, pero si es mucho mejor, buscar lo espiritual para que nos guie.
Esto es lo que hace que muchos desprecien y rechacen la fe que les llevamos en el nombre de Cristo.
Cuando consideramos que en cada Misa Valida, la transubstanciación se realiza, y Dios se hace presente en Cuerpo y Alma, nos damos cuenta que, en ese preciso momento, el Cielo se acerca a este mundo y no hay ninguna otra cosa mejor o mayor donde vivir.
Las preciosas iglesias en el Vaticano o cualquier otro lugar, bajo la posesión de los modernista y aún las que están en posesión de los tradicionalistas, no se comparan para nada con esta parte del Cielo que recibimos.
Los humildes frailes en sus capillas y oratorios ofreciendo el Sacrificio de la Misa en toda verdad espiritual y verdadero orden, poseen mucho más que todos esos templos y todo el mundo combinado.
Procuremos buscar siempre a Jesucristo en la barca, dispuestos a dejar todas las cosas de este mundo para poder recibir los bienes del cielo y del alma.
¿Qué es, lo que los modernistas y tradicionalistas tienen en sus iglesias, obras de arte y ceremonias, cuando no tienen la gracia?
Es como lo dice Salomón:
¡Vanidad de vanidades y todo es vanidad!
Es el vacío. Lo que los tradicionalistas, tienen al seguir estas cosas materiales.
El arca de Pedro consiste en la verdad, verdadero orden y doctrina más no es la presencia física de sus ceremonias y templos. Debemos encaminarnos hacia las cosas espirituales. La Iglesia usa estos dones materiales pero no como fin, en sí mismos.
No cometamos en error de olvidarnos del alma y el verdadero orden de autoridad y doctrina, para buscar los símbolos materiales externos de la fe.
No rechacemos la verdad por ser presentada como humildad y modestia. La fe que salva no se encuentra en las iglesias majestuosas, sino en la humilde y sencilla porciúncula de nuestros días (pequeña fracción) de los Franciscanos.
Imitemos a Jesucristo al dar gracias a Dios por haber ocultado las Verdades Espirituales de los orgullosos y arrogantes de este mundo para revelarlos a los humildes.
ASÍ SEA
Saturday, June 8, 2013
DOMINGO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
9 DE JUNIO DE 2013
QUERIDOS HERMANOS:
Nosotros, como seres humanos formamos un ciento o decimo de la creación racional de Dios. El noveno coro de ángeles en el cielo representa para nosotros las nueve monedas o las noventa y nueve ovejas. Sin el hombre, el rebaño de Dios está incompleto.
Cristo ha venido a regresarnos al lugar adecuado que Dios ha designado para nosotros. En este sentido Cristo es tanto el pastor como la mujer. Somos la oveja perdida y la moneda extraviada.
Jesucristo dejó a todos los ángeles seguros en el cielo para venir a rescatarnos. Al regresarnos a SU rebaño ni nos castiga ni regaña. El pastor no golpea a la oveja ni la arroya, sino más bien, la toma entre sus brazos y la coloca diligentemente sobre sus hombros. Hemos estado mucho tiempo alejados del rebaño y estamos agotados en nuestro delirio.
Hemos estado buscando la alegría y felicidad, hemos estado buscando nuestro hogar, pero en todos los lugares equivocadas.
Esto nos ha reducido a la lamentable condición de oveja perdida que es presa fácil de los lobos rapaces (demonios). Incapaces de encontrar la salida o regresar por nuestra propia fuerza, Jesucristo lo hace todo por nosotros.
Nos redime, pagando el precio de nuestros pecados, sobre la cruz. Nos nutre y da fuerza por la gracia de los Sacramentos. Lo único que debemos hacer es de manera paciente y voluntaria recibir las ministraciones de Jesucristo. Esto deberá hacer el número suficiente de hombres para llenar y completar el cielo.
Los que se salven completarán el diez o ciento, que se requiere para completar el número de habitantes del cielo para que este completo, perfecto.
Jesucristo de la misma manera se nos presenta como la mujer que busca la moneda extraviada. Nosotros. En la cual está impresa la imagen del Rey. Sobre nuestra alma esta la marca imborrable de Dios, puesta ahí al momento de nuestro bautizo. Ilumina la luz de la fe en toda la casa, para que podamos ser encontrados. Cuando la luz de la fe brilla sobre nosotros seremos capaces de discernir la imagen de Dios dentro de nosotros. A pesar de haberlo ofendido tanto, Su imagen permanece en nosotros.
Algunos de los Padres de la Iglesia representan para nosotros a Cristo como el Pastor, y la mujer como la Iglesia, Dios viene a este mundo a salvar lo que estaba perdido, la humanidad. La cual es encontrada y salvada, cuando el número de los elegidos se complete. La Iglesia brilla la gracia de Dios sobre las almas, limpia las conciencias y corazones exhibiendo los pecados y la maldad en nuestra alma. A través de esta luz y limpieza, la Iglesia nos encuentra y regresa a la unidad con los ángeles en el Cielo.
Mientras es verdad que todo depende la gracia de Dios y que no hay nada que logremos hacer nosotros por mérito propio para recibir estas maravillosas gracias, es de igual forma verdad que debemos cooperar con la gracia que ya se nos ha dado, para recibir gracias mayores.
Debemos permitir que el pastor no sólo nos encuentre, sino que debemos además permitirle que se acerque a nosotros y nos levante llevándonos en hombres con el resto de Su rebaño, al cielo.
En muchas ocasiones los pecadores no desean ser encontrados y acercados a Dios, mucho menos ser colocados sobre Sus hombros para ser llevados a una vida de santidad. Al acercarse Dios a su conciencia ellos corren para el sentido contrario rechazando la gracia de Dios.
Si consideramos la ministración de la Iglesia, exponiendo y elucidando las verdades de fe y con frecuencia exhibiendo los males de nuestra vida invitándonos al arrepentimiento y unión a Su Cuerpo Místico, con frecuencia los pecadores se rehúsan escucharla, incluso al grado de rechazarla.
Deciden rechazar la luz que ella resplandece convenciéndose muchas veces a sí mismos que esa luz es la oscuridad; y la oscuridad de su vida desordenada y perversa se engañan diciendo que es la luz. Al rechazar la luz y la verdad se rehúsan a ser encontrados y regresan con los demás y dejar de ser contados como los que completan la totalidad.
No es suficiente creer, ya nos lo dicen las Sagradas Escrituras, la fe sin obras está muerta. Cristo nos dice que si creemos en Él guardaremos Su Palabra, etc. Etc.
Debemos detenernos por un momento a descansar, para que logremos ver la verdad de lo que está pasando. El pecador debe hacer una pausa en sus pecados, para que deje de correr salvajemente en su pecado, en esta pausa, el Pastor podrá acercársele, y la luz de la Santa Madre Iglesia, brillar sobre nuestras vidas y pueda descubrir la desesperante situación que todo pecador se encuentre.
Además no debemos temer a que se acerque el Pastor, sino más bien darle la bienvenida, sabiendo que viene a ayudarnos y salvarnos. Los falsos placeres del pecado deben ahora ser odiados por habernos alejado tanto de Dios, para que nuestro amor por Él empiece a crecer.
La luz de la verdad que nuestra santa madre Iglesia resplandece sobre nosotros y nuestras vidas que no nos dejen ciegos y llenos de temor, sino más bien, debemos recibirla y buscarla para que nos ilumine cada momento y partícula de nuestra alma, para que toda mancha de maldad sea expuesta y humillada, arrepentida y confesada para que de esta manera sea arrancada de raíz, para que deje limpia nuestra morada.
Por último, debemos correr con gran fe, esperanza y caridad a los brazos de Cristo, para de igual forma regresar a una vida noble y santa dentro de la Iglesia, renovando la imagen de Dios sobre nuestra alma con los Sacramentos.
Al alcanzar este estado final por amor a Dios y la Iglesia seremos como Cristo, buscando a nuestro prójimo que ha caído y se ha extraviado, para regresarlo al amor de Dios y la Iglesia.
Así sea
QUERIDOS HERMANOS:
Nosotros, como seres humanos formamos un ciento o decimo de la creación racional de Dios. El noveno coro de ángeles en el cielo representa para nosotros las nueve monedas o las noventa y nueve ovejas. Sin el hombre, el rebaño de Dios está incompleto.
Cristo ha venido a regresarnos al lugar adecuado que Dios ha designado para nosotros. En este sentido Cristo es tanto el pastor como la mujer. Somos la oveja perdida y la moneda extraviada.
Jesucristo dejó a todos los ángeles seguros en el cielo para venir a rescatarnos. Al regresarnos a SU rebaño ni nos castiga ni regaña. El pastor no golpea a la oveja ni la arroya, sino más bien, la toma entre sus brazos y la coloca diligentemente sobre sus hombros. Hemos estado mucho tiempo alejados del rebaño y estamos agotados en nuestro delirio.
Hemos estado buscando la alegría y felicidad, hemos estado buscando nuestro hogar, pero en todos los lugares equivocadas.
Esto nos ha reducido a la lamentable condición de oveja perdida que es presa fácil de los lobos rapaces (demonios). Incapaces de encontrar la salida o regresar por nuestra propia fuerza, Jesucristo lo hace todo por nosotros.
Nos redime, pagando el precio de nuestros pecados, sobre la cruz. Nos nutre y da fuerza por la gracia de los Sacramentos. Lo único que debemos hacer es de manera paciente y voluntaria recibir las ministraciones de Jesucristo. Esto deberá hacer el número suficiente de hombres para llenar y completar el cielo.
Los que se salven completarán el diez o ciento, que se requiere para completar el número de habitantes del cielo para que este completo, perfecto.
Jesucristo de la misma manera se nos presenta como la mujer que busca la moneda extraviada. Nosotros. En la cual está impresa la imagen del Rey. Sobre nuestra alma esta la marca imborrable de Dios, puesta ahí al momento de nuestro bautizo. Ilumina la luz de la fe en toda la casa, para que podamos ser encontrados. Cuando la luz de la fe brilla sobre nosotros seremos capaces de discernir la imagen de Dios dentro de nosotros. A pesar de haberlo ofendido tanto, Su imagen permanece en nosotros.
Algunos de los Padres de la Iglesia representan para nosotros a Cristo como el Pastor, y la mujer como la Iglesia, Dios viene a este mundo a salvar lo que estaba perdido, la humanidad. La cual es encontrada y salvada, cuando el número de los elegidos se complete. La Iglesia brilla la gracia de Dios sobre las almas, limpia las conciencias y corazones exhibiendo los pecados y la maldad en nuestra alma. A través de esta luz y limpieza, la Iglesia nos encuentra y regresa a la unidad con los ángeles en el Cielo.
Mientras es verdad que todo depende la gracia de Dios y que no hay nada que logremos hacer nosotros por mérito propio para recibir estas maravillosas gracias, es de igual forma verdad que debemos cooperar con la gracia que ya se nos ha dado, para recibir gracias mayores.
Debemos permitir que el pastor no sólo nos encuentre, sino que debemos además permitirle que se acerque a nosotros y nos levante llevándonos en hombres con el resto de Su rebaño, al cielo.
En muchas ocasiones los pecadores no desean ser encontrados y acercados a Dios, mucho menos ser colocados sobre Sus hombros para ser llevados a una vida de santidad. Al acercarse Dios a su conciencia ellos corren para el sentido contrario rechazando la gracia de Dios.
Si consideramos la ministración de la Iglesia, exponiendo y elucidando las verdades de fe y con frecuencia exhibiendo los males de nuestra vida invitándonos al arrepentimiento y unión a Su Cuerpo Místico, con frecuencia los pecadores se rehúsan escucharla, incluso al grado de rechazarla.
Deciden rechazar la luz que ella resplandece convenciéndose muchas veces a sí mismos que esa luz es la oscuridad; y la oscuridad de su vida desordenada y perversa se engañan diciendo que es la luz. Al rechazar la luz y la verdad se rehúsan a ser encontrados y regresan con los demás y dejar de ser contados como los que completan la totalidad.
No es suficiente creer, ya nos lo dicen las Sagradas Escrituras, la fe sin obras está muerta. Cristo nos dice que si creemos en Él guardaremos Su Palabra, etc. Etc.
Debemos detenernos por un momento a descansar, para que logremos ver la verdad de lo que está pasando. El pecador debe hacer una pausa en sus pecados, para que deje de correr salvajemente en su pecado, en esta pausa, el Pastor podrá acercársele, y la luz de la Santa Madre Iglesia, brillar sobre nuestras vidas y pueda descubrir la desesperante situación que todo pecador se encuentre.
Además no debemos temer a que se acerque el Pastor, sino más bien darle la bienvenida, sabiendo que viene a ayudarnos y salvarnos. Los falsos placeres del pecado deben ahora ser odiados por habernos alejado tanto de Dios, para que nuestro amor por Él empiece a crecer.
La luz de la verdad que nuestra santa madre Iglesia resplandece sobre nosotros y nuestras vidas que no nos dejen ciegos y llenos de temor, sino más bien, debemos recibirla y buscarla para que nos ilumine cada momento y partícula de nuestra alma, para que toda mancha de maldad sea expuesta y humillada, arrepentida y confesada para que de esta manera sea arrancada de raíz, para que deje limpia nuestra morada.
Por último, debemos correr con gran fe, esperanza y caridad a los brazos de Cristo, para de igual forma regresar a una vida noble y santa dentro de la Iglesia, renovando la imagen de Dios sobre nuestra alma con los Sacramentos.
Al alcanzar este estado final por amor a Dios y la Iglesia seremos como Cristo, buscando a nuestro prójimo que ha caído y se ha extraviado, para regresarlo al amor de Dios y la Iglesia.
Así sea
Saturday, June 1, 2013
SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
2 DE JUNIO DE 2013
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor ha invitado a Sus elegido a La Cena. Sus elegidos son todos aquellos que han recibido la gracia de la Fe. En el mundo de hoy esto lo vemos en los católicos. En tiempo de Cristo nuestro Señor, los fieles de las tribus de Israel.
Es una Cena, el último alimento del día, y no a una comida, a la que nos invita Jesucristo. Evidentemente es Él que invita a Su Cena. Esta cena es el Reino de Dios en la tierra, la verdadera Iglesia Católica. Es la última oportunidad de salvación. Fuera de la cual no hay salvación. Quienes rechazan asistir y rechazar recibirlo en sus cuerpos en la Sagrada Eucaristía, no tienen vida en ellos.
En estos últimos días, Nuestro Señor, nuevamente nos invita a la Iglesia y comprobar la bondad de Dios. Desafortunadamente, la mayoría de quienes han recibido esta invitación la han rechazado, creyendo tener cosas más importantes por hacer o que encontrarán mayor felicidad en las cosas de este mundo.
San Gregorio nos dice que los apetitos de nuestro cuerpo están ordenados de manera que deseamos mucho lo que no tenemos, y que una vez que lo hemos obtenido pierden todo o la mayor parte de apetencia.
Los tres ejemplos que nos da el evangelio de hoy, nos refieren estos apetitos: Lujuria (me he casado y no puedo asistir), avaricia (he comprado una granja y debo ir a verla), y la curiosidad (he comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas). Las cinco yuntas representan a los cinco sentidos, que usualmente vienen en pares.
En la búsqueda de estos apetitos debemos todos confesar que el gozo esta primero en la “anticipación” más que en la “participación” de estos. Alguien en cierta ocasión menciono que los placeres del cuerpo son el 95 % anticipación y sólo el 5 % participación.
Por lo tanto este deseo ardiente de nuestros apetitos carnales es una ilusión de nuestra naturaleza caída y débil. El malestar que acompaña la saciedad es una confirmación constante de esta verdad. Si somos inteligentes descubriremos rápidamente, basándonos en nuestra propia experiencia, lo que san Agustín busca prevenirnos y evitar que aprendamos en malas experiencias. Nuestro corazón está hecho sólo para Dios: “nuestro corazón no descansará hasta descansar en Ti”
Estas atracciones falsas, de los apetitos carnales y nuestra propia estupidez de rechazar aprender de los errores de los demás y experiencias propias son suficientemente malos. Pero lo que es peor es que ante la presión por alcanzar estos apetitos carnales nos olvidamos por completo de los bienes espirituales. Frecuentemente somos como el perro que se traga su propio vomito, o el tonto que constantemente hace lo mismo esperando resultados diferentes. Los apetitos carnales se mantienen ofreciéndonos la felicidad pero invariablemente y siempre nos decepcionan.
Los apetitos espirituales por otra parte trabajan de manera diametralmente diferente. Cuando consideramos, ante todo el gozo del alma aparenta tener muy poco o nada de atracción. La anticipación parece marcar sólo el “5 %” de gozo o satisfacción. El otro 95 % del gozo y satisfacción sólo llega con la “participación”.
Todos los que han acudido a la invitación de la Cena, empiezan en este mundo a saborear algunos deleites espirituales. Al así hacerlo los apetitos, deseos, del alma se incrementan. Mientras más los recibimos más fuerte es nuestro deseo por más. No existe la saciedad ni el malestar para nuestra alma.
Mientras que en nuestro cuerpo estamos inclinados más a creer en las ilusiones y decepciones delo material e ignorar las promesas y gozos del mundo espiritual. Es sólo cooperando con la gracia de la fe que podemos alejarnos de los gozos y anticipaciones de los placeres del mundo. Para acercarnos a participar de los dones espirituales.
Muchos no pueden hacer a un lado sus apetitos carnales para buscar alcanzar la Cena Espiritual al ver la soledad de esta y, los pecados de los siervos que los han invitado. Con que frecuencia escuchamos decir a la gente que ya no acuden a la iglesia y los sacramentos por culpa de este a aquel sacerdote. Matan de hambre su alma porque detestan al mensajero. El siervo no es el Amo. La Cena no la da el siervo sino Dios.
No rechacemos a Dios y Su gracia, por las faltas de Sus siervos.
Si quienes hemos sido invitados no acudimos a esta, seremos eternamente excluidos. Por lo tanto se nos negara por siempre los gozos espirituales y los placeres de este mundo probarán muy pronto lo que realmente son, ilusiones. Lo que nos dejará por siempre atormentados y con un remordimiento sin fin. Y muchos de los que despreciamos y vimos como inferiores, tomarán nuestro lugar.
Los pecadores y menospreciados de este mundo llenos de miseria, sufrimiento y bajeza, después de que realmente sean humildes, serán quienes llenen el salón de esta Cena.
Nuestros pecados y miseria espiritual no son obstáculos tal vez sean un beneficio si realmente nos arrepentimos y humildemente perdimos perdón. Nuestra miseria si cooperamos con los ministros de Dios, puede ayudarnos a ingresar a la Cena que nos espera en el Cielo.
Aprendamos a rechazar los apetitos y placeres de este mundo y nuestra carne. Para acudir con humildad a los placeres del espíritu. De esta manera jamás sentiremos la falta de saciedad, sino que estaremos siempre repletos de gozo y desearemos siempre más y mayor alimento espiritual.
Así sea
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor ha invitado a Sus elegido a La Cena. Sus elegidos son todos aquellos que han recibido la gracia de la Fe. En el mundo de hoy esto lo vemos en los católicos. En tiempo de Cristo nuestro Señor, los fieles de las tribus de Israel.
Es una Cena, el último alimento del día, y no a una comida, a la que nos invita Jesucristo. Evidentemente es Él que invita a Su Cena. Esta cena es el Reino de Dios en la tierra, la verdadera Iglesia Católica. Es la última oportunidad de salvación. Fuera de la cual no hay salvación. Quienes rechazan asistir y rechazar recibirlo en sus cuerpos en la Sagrada Eucaristía, no tienen vida en ellos.
En estos últimos días, Nuestro Señor, nuevamente nos invita a la Iglesia y comprobar la bondad de Dios. Desafortunadamente, la mayoría de quienes han recibido esta invitación la han rechazado, creyendo tener cosas más importantes por hacer o que encontrarán mayor felicidad en las cosas de este mundo.
San Gregorio nos dice que los apetitos de nuestro cuerpo están ordenados de manera que deseamos mucho lo que no tenemos, y que una vez que lo hemos obtenido pierden todo o la mayor parte de apetencia.
Los tres ejemplos que nos da el evangelio de hoy, nos refieren estos apetitos: Lujuria (me he casado y no puedo asistir), avaricia (he comprado una granja y debo ir a verla), y la curiosidad (he comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas). Las cinco yuntas representan a los cinco sentidos, que usualmente vienen en pares.
En la búsqueda de estos apetitos debemos todos confesar que el gozo esta primero en la “anticipación” más que en la “participación” de estos. Alguien en cierta ocasión menciono que los placeres del cuerpo son el 95 % anticipación y sólo el 5 % participación.
Por lo tanto este deseo ardiente de nuestros apetitos carnales es una ilusión de nuestra naturaleza caída y débil. El malestar que acompaña la saciedad es una confirmación constante de esta verdad. Si somos inteligentes descubriremos rápidamente, basándonos en nuestra propia experiencia, lo que san Agustín busca prevenirnos y evitar que aprendamos en malas experiencias. Nuestro corazón está hecho sólo para Dios: “nuestro corazón no descansará hasta descansar en Ti”
Estas atracciones falsas, de los apetitos carnales y nuestra propia estupidez de rechazar aprender de los errores de los demás y experiencias propias son suficientemente malos. Pero lo que es peor es que ante la presión por alcanzar estos apetitos carnales nos olvidamos por completo de los bienes espirituales. Frecuentemente somos como el perro que se traga su propio vomito, o el tonto que constantemente hace lo mismo esperando resultados diferentes. Los apetitos carnales se mantienen ofreciéndonos la felicidad pero invariablemente y siempre nos decepcionan.
Los apetitos espirituales por otra parte trabajan de manera diametralmente diferente. Cuando consideramos, ante todo el gozo del alma aparenta tener muy poco o nada de atracción. La anticipación parece marcar sólo el “5 %” de gozo o satisfacción. El otro 95 % del gozo y satisfacción sólo llega con la “participación”.
Todos los que han acudido a la invitación de la Cena, empiezan en este mundo a saborear algunos deleites espirituales. Al así hacerlo los apetitos, deseos, del alma se incrementan. Mientras más los recibimos más fuerte es nuestro deseo por más. No existe la saciedad ni el malestar para nuestra alma.
Mientras que en nuestro cuerpo estamos inclinados más a creer en las ilusiones y decepciones delo material e ignorar las promesas y gozos del mundo espiritual. Es sólo cooperando con la gracia de la fe que podemos alejarnos de los gozos y anticipaciones de los placeres del mundo. Para acercarnos a participar de los dones espirituales.
Muchos no pueden hacer a un lado sus apetitos carnales para buscar alcanzar la Cena Espiritual al ver la soledad de esta y, los pecados de los siervos que los han invitado. Con que frecuencia escuchamos decir a la gente que ya no acuden a la iglesia y los sacramentos por culpa de este a aquel sacerdote. Matan de hambre su alma porque detestan al mensajero. El siervo no es el Amo. La Cena no la da el siervo sino Dios.
No rechacemos a Dios y Su gracia, por las faltas de Sus siervos.
Si quienes hemos sido invitados no acudimos a esta, seremos eternamente excluidos. Por lo tanto se nos negara por siempre los gozos espirituales y los placeres de este mundo probarán muy pronto lo que realmente son, ilusiones. Lo que nos dejará por siempre atormentados y con un remordimiento sin fin. Y muchos de los que despreciamos y vimos como inferiores, tomarán nuestro lugar.
Los pecadores y menospreciados de este mundo llenos de miseria, sufrimiento y bajeza, después de que realmente sean humildes, serán quienes llenen el salón de esta Cena.
Nuestros pecados y miseria espiritual no son obstáculos tal vez sean un beneficio si realmente nos arrepentimos y humildemente perdimos perdón. Nuestra miseria si cooperamos con los ministros de Dios, puede ayudarnos a ingresar a la Cena que nos espera en el Cielo.
Aprendamos a rechazar los apetitos y placeres de este mundo y nuestra carne. Para acudir con humildad a los placeres del espíritu. De esta manera jamás sentiremos la falta de saciedad, sino que estaremos siempre repletos de gozo y desearemos siempre más y mayor alimento espiritual.
Así sea
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