16 DE SEPTIEMBRE DE 2012
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo tiene dos cosas muy importantes que decirnos en el Evangelio de este día. El primero de ellos es señalarnos la manera adecuada de cómo debemos santificar, el sábado.
Los israelitas del antiguo testamento estaban regidos por una ley material, física, en la que la mayoría de las veces estaban por así decirlo ciegos al lado espiritual de la ley, o cómo las cuestiones espirituales deberían envolver las materiales.
Cristo nuestro Señor ha entrado a una casa a comer algo de pan, en sábado. La letra de la ley prohíbe cualquier actividad servil en este día. Estaban de igual manera, sus enemigos, ansiosamente esperando si nuestro señor sanaría algún hombre, ignorando la ley del sábado o si dejaría pasar la oportunidad de realizar alguna obra de caridad.
Al leer sus corazones Jesucristo les dice. Si acudirían al auxilio para salvaguardar la integridad, de algún ganado, en día sábado. La respuesta fue obviamente, claro que acudiríamos a salvar a cualquiera de nuestros animales, si estuvieran en peligro de muerte, aún si fuera en sábado.
Ninguno de ellos se detuvo a considerar que esta persona que acababa de fallecer, vale mucho más que cada cabello del ganado, del que fuere su especie, o que la caridad es mucho más valiosa que su avaricia. (La necesidad de salvar al ganado, es por lo costoso de estos y su manutención y sería una gran pérdida, para quien estuviera en esa situación).
No hay tanto interés ni beneficio personal al ayudar a nuestro prójimo, pero si existe un beneficio salvaguardar la integridad de nuestro propio ganado. Por lo que no dudarían en quebrantar la letra de la ley, para saciar su avaricia. Más no así por caridad hacia su prójimo en necesidad.
Jesucristo nuestro Señor, al sanar a este hombre, nos enseña y a ellos, en su tiempo, a que no existe ley ni requiere de ley, la caridad. No puede existir ninguna ley en contra del amor a nuestro prójimo, y buscar siempre la mejor forma de ayudarlo.
La sociedad de nuestros días es cada vez más parecida a los fariseos y menos a Cristo. Estamos buscando siempre la forma de no ser caritativos con los demás.
Existen siempre razones de “prudencia” para no ayudar, lo más lamentable es cuando tratamos de culpar a Dios por estos hechos, como lo señala el evangelio de este día.
La razón para no ayudar según ellos, era por la ley dada por Dios, que no les permitía practicar algún acto de caridad con la persona enferma. Lo mismo vemos en nuestros días. La mayoría quiere hacernos creer que las desgracias y necesidades que le suceden a nuestro prójimo son por culpa de Dios y que si acudimos a su auxilia, estaríamos en contra de la voluntad de Este.
Mucha gente no gesticularía esta manera de pensar, tal y como sucede en el evangelio de hoy, no pudieron responder en voz alta, permaneciendo callados. Sin embargo, pretendemos cubrir nuestra flojera, tibieza y hasta indiferencia, con un manto de religiosidad, culpando a Dios de todo.
Tal religiosidad pretende aparecer como guardianes escrupulosos de la ley de Dios, y correctos ante los ojos de los demás, usando la ley a su conveniencia y siendo peores que las personas que condenan.
Debemos por lo tanto buscar el espíritu de la ley. Es sólo cuando recibimos la ley con toda caridad que la podemos aplicar y entender. Es la caridad que muestra la verdadera obediencia a la obediencia servil y superflua. Solo quienes aman a Dios y al prójimo, saben cómo entender, interpretar y aplicar la ley de Dios.
La segunda lección que Jesucristo quiere enseñarnos hoy, es relativa a la primera. Mientras que la caridad nos permite comprender y aplicar la palabra de Dios, es la humildad que nos permite demostrar esta caridad, en toda su belleza y simplicidad.
Existen personas que buscan a toda costa aparecer como humildes cuando son más soberbios que quienes están a su alrededor. Tales personas buscaran el último de los lugares para aparecer humildes. Cuando en verdad son los más vanidosos de todos. No es tan importante buscar el primer o ultimo de los lugares, ambos son deterioros para nosotros, si nos falta la verdadera caridad y la verdadera humildad.
Los verdaderamente humildes no les interesa aparecer en ninguna de ambas partes. Prefieren no ser vistos del todo. Solo se preocupan por agradar a Dios, estar con Él y llevar a los demás a Su lado.
Todas las virtudes vienen en paquete, no podemos tener una si nos falta la otra, por así decirlo. Como le hemos visto con la caridad que va de la mano de la humildad. No podemos ser humildes si no nos amamos los unos a los otros. No podemos lograr esto, a menos que estemos de libre voluntad dispuestos a ser humildes. En la búsqueda de la mayor de todas las virtudes, la caridad, practicaremos todas las demás.
Crezcamos en la caridad día con día, buscando ser cada vez más humildes, mas complacientes para con Dios y nuestro prójimo.
Así sea