Saturday, September 8, 2012
DOMINGO 15 DESPUÉS DE PENTECOSTES
9 DE SEPTIEMBRE DE 2012
Queridos hermanos:
Con frecuencia experimentamos, en esta vida, casos místicos o simbólicos sobre acontecimientos que se habrán de realizar en un nivel de vida superior. La muerte física, que vemos con tanta frecuencia, en esta vida, debe hacernos reflexionar y despertar a nuestra conciencia sobre la muerte más terrible que, la del alma, ocasionada por el pecado mortal.
Por otra parte, las bellezas y maravilla de este mundo, nos debe motivar con un deseo ardiente por la belleza y vida eterna del cielo. Así como la agonía, miseria y dolor de esta vida deben hacernos reflexionar sobre los sufrimientos de los condenados en el infierno o las pobres almas del purgatorio.
Lo que nos relata el evangelio de este día, nos lleva a reflexionar sobre la Resurrección. Es importante notar que el evangelio nos dice que Jesucristo tuvo compasión por la viuda (no tanto por el hombre muerto) al cual se le dio una segunda oportunidad de vida, no porque lo mereciera, sino por el sufrimiento de la madre que logró tocar con sus suplicas, el corazón de Jesucristo Nuestro Señor. Esto mismo sucede con nosotros cuando, una vez que resucitamos de la muerte del pecado y regresamos a la vida de la gracia.
Cuando nos encontramos gozando de la alegría de haber recibidos estas gracias que nos llenan de vida espiritual, deberíamos recordar el pasaje del que nos habla el evangelio de hoy.
No hemos hecho nada de nuestra parte para recibir tales bendiciones, es más bien gracias a la oración y penitencias de alguna otra persona pidiendo a Dios por nosotros, recuperándonos la vida espiritual para que empecemos nuevamente.
Es muy fácil alegrarnos al haber recibido tantas bendiciones y limpieza de nuestra conciencia y olvidarnos de dar gracias o manifestar cualquier forma de agradecimiento a quien ha hecho esto posible con sus oraciones y sobre todo con su penitencia, al vernos con ojos de verdadero amor, como hemos caído en el abismo del infierno y muere por el pecado.
De igual forma nos daremos cuenta que muchos de los santos del cielo se encuentran ahí gracias a las oraciones de algún otro. Las lagrimas, sufrimientos y oraciones que las madres y padres hacen por sus hijos tocan de igual manera, especial, el corazón de Dios. San Agustín atribuye su conversión gracias a las oraciones de su madre. Es gracias a santa Mónica que tenemos un san Agustín.
Los pastores como padres espirituales de igual forma con frecuencia oran y hacen sacrificios por sus hijos espirituales. Todo penitente debe estar agradecido y manifestar gratitud a sus confesores por ese hecho. Se cuenta de igual manera con órdenes religiosas que dedican su vida completa a la oración y penitencia para obtener la gracia, del verdadero arrepentimiento, de todos los pecadores de este mundo.
La lista de nuestros benefactores espirituales estaría incompleta si hacemos a un lado a nuestro ángel de la guarda, nuestro santo patrón y todos los demás santos con los cuales hemos tenido alguna relación y también, porque no decirlo, algún pariente nuestro que con la gracia de Dios este gozando igualmente del cielo e intercediendo por nosotros.
Retomando el asunto de san Agustín, debemos aprender que es obligación de todos los padres ofrecer oración y hacer algún tipo de sacrificios por sus hijos ya que al no hacerlo tal vez su misma salvación estaría en juego. Es obligación de todos orar y hacer penitencia por los demás. Se nos ha dicho que debemos amarnos los unos por los otros y estar al cuidado de nuestros hermanos.
Debemos buscar y luchar por la salvación de todos los hijos de Dios. Es verdad que no todos se han de salvar y que de los que sí han de lograrlo, el número es muy reducido. Pero si somos negligentes en amar, orar y sacrificarnos por las almas de quienes vemos va por el camino equivocado, tal vez se nos encuentre negligente el día del juicio.
Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos es orar y ofrecer sacrificios por ellos como lo hacemos por nosotros mismos. Tal vez uno de los mayores gozos en el cielo sea la unión del alma con alma entre nosotros, con la de quienes hemos de igual manera ofrecido oración y penitencia, unidos ambos en Dios nuestro Señor.
Si no tenemos en mente a alguien por quien orar y ofrecer sacrificios, lo podemos hacer por los pecadores en general. Una práctica muy hermosa es poner toda nuestra oración y penitencias sobre las manos de nuestro santísima Madre, encargándole los distribuya y aplique, según Su parecer. La santísima virgen María como madre amorosa sabe de antemano donde y como distribuir sus bendiciones y nuestras obras de piedad y sacrificio.
Nuestro Señor Jesucristo manifestó su grande afecto y no se resistió a escuchar la suplica de la viuda madre de que nos habla el evangelio de este día; con mayor razón se sentirá inclinado a mostrar Su misericordia y bondad hacia todos aquellos que están encomendados al cuidado de Su Santa Madre.
Estemos siempre agradecidos por la oración y penitencia que han hecho otros, por la restauración de la vida espiritual nuestra, y no olvidemos jamás, hacer nosotros lo mismo por los demás.
Así sea.