Saturday, July 27, 2013

DOMINGO DECIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

28 DE JULIO DE 2013


QUERIDOS HERMANOS:

La parábola que Nuestra Santa Madre Iglesia pone ante nosotros en el Evangelio de hoy, despierta en nuestro corazón la renovación de nuestro entendimiento por la necesidad de la humildad. Los dos hombres que se nos presentan exponen ambos extremos de la práctica de esta virtud.

Ambos tenían fe, ambos oraban, pero sólo la oración de uno es complaciente a Dios y sólo uno era justificado. Creer o tener fe, es nada sin la humildad. Hemos escuchado muchas veces: “la fe sin obras es una fe muerta”. Vemos ahora que una de las obras de la verdadera fe, es la humildad.

No hay duda que el Fariseo tenía fe, toda vez que oraba, es igualmente sabido que realizaban buenas obras. Malamente todas esas obras fueron sin beneficio alguno ya que iban acompañados de un gran vicio, el orgullo. Es muy cierto que no podemos hacer nada sin Dios – todo elogio y gloria le pertenece a Dios. Somos nada sin Él. Si somos honestos confesaremos que no hemos hecho nada. Es Dios quien nos ha inspirado con Su gracia. Es Dios quien nos ha dado los medios y habilidades para hacer estas cosas. Es Dios que nos ha dado la voluntad para cumplirlas y es Dios que completa en nosotros, todo lo que hacemos. Bajo esta luz nos damos cuenta que el hombre es nada sin Dios.

Una hermosa analogía nos ayudará a entender nuestra parte en el plan Divino.

En el manuscrito Divino de la historia que Dios escribe, el hombre es sólo la pluma o instrumento que utiliza. La pluma no es esencial, si una deja de funcionar, Dios, simplemente, tomara otra y continuará Su obra. Si cooperamos con Dios y le permitimos obran en nosotros, haremos grandes cosas, pero si rehusamos cooperar, con la Voluntad de Dios, nos desechara, para hacernos a un lado y tomar otro que si desea hacerlo. No es la pluma que compone y hace el manuscrito, es Dios quien lo hace. Nosotros somos la nada y Dios lo es todo.

EL fariseo estaba lleno de orgullo y atribuía todo lo que hacía a sí mismo. No reconocía a Dios como el autor de todo. Tenía fe y reconocía que debía dar gracias a Dios, mientras que al mismo tiempo robaba a Dios el honor y gloria, de estas obras, arrogándolas a sí mismo. Existen muchos en esta vida que piensan igual.

Piensan y dicen ser buenos por haber realizado algunas buenas obras. Han ayunado, orado, dado limosna etc. Se creyeron autosuficientes y sus endurecieron su corazón, al alimentar el vicio del orgullo. Una ilusión temeraria que echaron sobre sí mismos. Constantemente refuerzan la idea que son buenos y complacientes ante los ojos de Dios, mientras que no se dan cuenta que lo único que hacen es incrementar su orgullo alejándose cada vez más de Dios.

El publicano por otra parte, no se siente complaciente a sí mismo. Se examina y no ve nada bueno. Cualquier buena obra que realice la ve manchada por sus pecados y su falta de mérito. De esta manera crece constantemente en humildad. No hay duda que ha realizado algunas buenas obras. Sin embargo reconoce que la gloria y el honor pertenecen a Dios.

El hombre humilde además de reconocer que todo lo bueno en él es obra de Dios, se dice a sí mismos que estas hubieran sido mucho mejor si hubiera cooperado completa y totalmente con la gracia de Dios o si Dios hubiera escogido a una mejor persona, como instrumento.

El orgullo es mentira y la humildad la verdad. Con frecuencia las personas presentan una falsa humildad para llamar la atención. Hay verdad en su indignidad, pero la profesión de su abyección y deshonor no va con el orgullo y vanidad que existe realmente en su corazón.

Profesan la humildad delante de los hombres para ser alabados por estos. Nuestro Señor dice que ya recibieron estos su recompensa, y nada les espera en la eternidad. Vemos que el orgullo es un vicio muy sutil de sobrellevar, porque podemos ser orgullosos de nuestras virtudes para convertirlas en vicio. Esta es la tragedia del fariseo del evangelio de hoy. Debemos por tanto, estar siempre alertas y recordarnos que no somos nada y no podemos hacer nada, nosotros solos.

La humildad por otra parte, es una virtud muy simple, porque es la verdad. En total humildad damos todo el honor y gloria a Dios. Verdaderamente decimos que si hay algo bueno en nosotros, no es por mérito propio. Todo lo malo en nosotros en nuestro, todo lo bueno viene de Dios.

En esta situación, ya no nos comparamos ni medimos lo que hacemos, con los demás. Sino que nos comparamos con Jesucristo, la Verdad misma.

Amén.