18 ENERO 2009
Queridos Hermanos:
En el evangelio de hoy somos testigos de las Bodas de Cana. El primer milagro público de Jesucristo realizado en beneficio del estado matrimonial. Es por lo tanto, adecuado que fijemos nuestra atención en este maravilloso sacramento.
El matrimonio une a dos personas por el resto de sus vidas. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (San Mateo. 19:6). Es por lo tanto imperativo que seamos muy cautelosos al escoger a la compañera o compañero que deseamos para nosotros. El estado no compatible es un verdadero infierno. Dos personas son unidas en cuerpo y alma en esta vida y frecuentemente esta unión es la causa de su felicidad mutua y eterna o su miseria eterna. Seamos cuidadosos en escoger la pareja que Dios desea para nosotros y no la que complazca nuestras pasiones caprichosas.
En la mayoría de los casos las personas se casan por cuestione pasajeras como belleza, dinero o estatus social. Para darse cuenta en corto tiempo que eso no les dará la felicidad mas bien por el contrario se convierten en causas de gran miseria y tristeza. O peor tantito, que los bienes materiales se terminen y descubrir que tal persona, ya no les interesa. Sin embargo, están unidos para toda la vida.
En general todos debemos permanecer castos especialmente los que se están preparando para el matrimonio. El estar comprometidos no es licencia para vivir en pecado. Quienes son indulgentes en sus deseos sexuales cuando están solteros se preparar a sí mismos para el desencanto y frustración en el estado matrimonial. San Pablo declara que: “Si te casas, no pecas, si una virgen se casa tampoco peca, sin embargo, ambos deberán tener la tribulación de la carne” (1 Corintios 7:28). La tribulación de la carne es la miseria y el dolor de cabeza que pensaron dejar al entrar al estado matrimonial, sólo para enterarse que este se incrementa y es por siempre la unión de ambos. Cuando entramos al matrimonio debemos hacerlo como hijos de Dios con motivos virtuosos y no por lujuria.
Digamos como el joven Tobías. “ Tú sabes Señor que no por pasiones lujuriosas tomo a mi prima por esposa, sino por el amor a la posteridad, en la cual tu nombre ha de ser bendecido por siempre” (Tobías 8:9) o digamos con Sara “Tú sabes Señor, que no conozco hombre, y he mantenido mi alma limpia de toda lujuria… consiento tomar esposo, con Temor de Ti, no por lujuria” (Tobías 3:16,18).
La indulgencia sexual en la pornografía, abusos sexuales, fornicación y adulterio sólo lleva a situaciones irreales que nunca podrán realizarse. Lo cual ocasiona frustración y desencanto en el estado matrimonial al ver que eran sólo fantasías que no pueden realizar ni encontrar felicidad en estas. En tales relaciones deja de existir en verdadero amor para convertirse en amor propio.
La pareja se convierte en instrumento de uso personal para la gratificación sexual personal.
Nuestros cuerpos fueron creados para algo mas grande y extraordinario que las pasiones y deseos pasajeros. Las gratificaciones desordenadas y pasajeras son sólo motivo para vaciar nuestra alma, vergüenza y repudio para sí mismos y por quienes han sido instrumentos en cooperación en alcanzar estas vergonzosas actitudes.
El primer milagro de Jesucristo fue por el beneficio del estado matrimonial. Aún hoy en nuestros días sigue ofreciendo Su gracia a los esposos. Sin embargo nosotros debemos corresponder con estas gracias haciendo lo que toca de nuestra parte. Como dijimos en líneas anteriores debemos entrar al estado matrimonial con intención y voluntad apegada a la voluntad de Dios. A menos que hayamos recibido este sacramento de forma sacrílega, debemos hacer una confesión general.
Esto nos hará humildes y libres del pecado, por lo tanto merecedores de las gracias del matrimonio. Para luego entonces recibir a nuestro Señor en la Santa Comunión entrando en el santo matrimonio con Cristo. No sólo presente en nuestro corazón y alma, sino en nuestros cuerpos, al entrar a este nuevo estado de nuestras vidas el Matrimonio.
Los que están comprometidos digan con el piadoso, joven Tobías: “Sara, levántate y hagamos oración a Dios, hoy, mañana y el próximo día. Porque por estas tres noches seremos unidos en Dios, y cuando la tercera noche haya pasado, estaremos en nuestros aposentos, porque somos hijos de Santos y no debemos unirnos como los paganos que no conocen a Dios” (Tobías 8:4,5) .
Para los que han tenido la des fortuna de haber entrado al estado matrimonial sin esta vocación de Dios o por motivos inmerecidos escuchemos la voz de san Agustín: “Si no has sido llamado, llámate tú mismo.” Hagamos penitencia por nuestro pasado y enmendemos nuestras vidas. Entonces Dios estará con nosotros, y nos otorgará todas las gracias necesarias para que podamos preparar nuestra salvación y asegurar nuestra felicidad eterna en el Cielo.
Así sea.