Las Palabras de San Pedro deben hacer eco en nuestro corazón y mente: “Apartaos, Señor, de mi, que soy un hombre pecador”.
Por el milagro que presenció, san Pedro reconoció que se encontraba ante la presencia de Dios. El reconocer esto le sigue la postura adecuada. “se arrodillo ante Jesucristo”. Cuál es la postura adecuada y natural del hombre pecador cuando se encuentran ante la presencia de Dios?
Tal vez debemos retroceder un poco y hacer la siguiente interrogante. Quienes somos nosotros? Reconocemos y aceptamos quienes somos realmente? No lo que el mundo ve de nosotros o lo que nosotros nos engañamos en pensar que somos, sino lo que realmente somos ante la vista de Dios.
Es verdad que somos las mejores creaturas de Dios aquí en la tierra y que fuimos puestos sobre todas las demás creaturas, sin embargo, debemos reconocer que estamos muy por debajo de la dignidad de nuestro Creador. Existe una gran distancia entre nosotros y Dios que existe entre la más insignificante pieza de arena y nosotros. Somos casi nada cuando somos comprados con Dios y debido a nuestro pecado somos todavía menos.
Por lo tanto vemos que San Pedro natural y lógicamente asume la posición más apropiada para él. Sobre el suelo, es la posición más baja que pueda asumir.
Cuando entramos a la casa de Dios, decorum requiere que no tomemos la verdadera posición que debemos asumir (Postrados sobre el suelo). Nuestra santa madre la Iglesia ha establecido que nos pongamos de rodillas, para hacer nuestras peticiones, acción de gracias, adoración etc. Cuanto más adecuada es esta actitud cuando nos preparamos para recibir a Jesucristo en la Santa Comunión?
Si pudiéramos ver la Divinidad ante la que nos encontramos nos desplomaríamos por temor. Es verdaderamente un don de Dios que permanezca oculto bajo la apariencia de pan y vino. Sin embargo, esto mismo nos tienta a caer en una familiaridad despectiva.
Debemos aprender a ver no con nuestros ojos sino con nuestra alma. Y mientras echemos una mirada con fe hacia nuestro Señor residente en el Tabernáculo, los primeros pensamientos que llegan a nosotros, serán similares a los pensamientos que tuvo san Pedro, según nos señala el evangelio de hoy.
San Pedro fue envuelto en humildad al ver el milagro físico de la captura de tantos pescados. Nosotros por otra parte, somos testigos de algo mucho mejor: (El perdón de nuestros pecados, la Transubstanciación, la Santa Comunión etc.) y aún con todo esto no somos humildes. Ni nos maravillamos de estar ante la presencia de Dios. Todo esto lo debemos atribuir a nuestra falta de Fe.
La fe y humildad de San Pedro y los demás seguidores fue tal que: “sacadas a tierra las naves y dejadas todas las cosas, le siguieron”. Cuáles son nuestras respuestas al escuchar y ver a Dios? Estamos listos, con voluntad y capacidad para olvidar todas nuestras actividades mundanas y preocuparnos por la salvación eterna, por algunos momentos del día o de la semana?
Debemos sorprendernos ante las cosas que hicieron los santos en épocas pasadas no están sucediendo en nuestros días. Tal vez sea que no tenemos la fe que ellos tenían. Ello sabían quiénes y que eran, mientras que nosotros (siguiendo las sugerencias de nuestras pasiones, del mundo y de la carne) nos engañamos a nosotros mismos pensando ser algo cuando en realidad somos nada.
Después de este temor inicial de San Pedro, vemos como Jesucristo nuestro Señor lo tranquiliza y lo acerca más a Él. “No tengas miedo” Lo mismo quiere hacer con nosotros. Pero como puede hacerlo si nos falta el temor inicial y reverencial? Para poder estar realmente unidos con Dios es necesario, primeramente, que desechemos aquello que naturalmente nos aleja de Su presencia, nuestros pecados. “Apartaos, Señor, de mi, que soy un hombre pecador”.
Una vez que hemos renunciado a nuestros pecados y regresado a Él, luego entonces El nos elevará. No podemos levantarnos solos (eso sería contrario a la humildad que nos posiciona en nuestro lugar) De esta manera se son dará nuestra misión como le fue dada a San Pedro y los demás. “No temas; de hoy en adelante serás pescador de hombres”.
Nuestra misión, tal vez, no sea igual a la de ellos, sin embargo, será un gran regalo de Dios que nos debe inspirar a “seguirlo” como lo hicieron los apóstoles.
PAZ Y BIEN