3 DE ABRIL DE 2011
Queridos Hermanos:
Nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo y como tales requieren mantenimiento y reparación. Esto lo vemos claramente en las casas y edificios en general, a nuestro alrededor, los cuales sin esta diligencia pronto estarían destruidos o en situaciones difíciles de subsanar. Lo mismo sucede con nuestro cuerpo y alma.
Desde la caída del hombre vemos que todo tiende a su propia disolución. Nosotros incluidos. Nuestros cuerpos deben estar siempre nutridos y recibir el descanso adecuado para restaurar el desgaste sufrido. Lo mismo sucede con nuestra alma.
Influenciados por el demonio, el mundo desordenado y nuestra propia naturaleza caída hacen que nuestra alma se incline más hacia la maldad (falta de lo bueno) en lugar de inclinarse a Dios. Por lo tanto, debemos estar vigilantes y alerta por todo lo que pueda dañar nuestra alma, debiendo en consecuencia nutrir nuestra alma para que sea templo digno del Espíritu Santo.
San Agustín nos dice que, el milagro que Jesucristo realiza en el evangelio de hoy, es nada comparado con el milagro de nuestra continua existencia. El mero mantenimiento de este mundo y nuestras vidas es un milagro mucho mayor que la multiplicación de los panes y pescado.
El milagro de cada semilla, el potencial de vida y fruto de esta es un milagro mucho más allá de nuestra comprensión, sin embargo por ser tan común nunca lo vemos o nos detenemos a reflexionar sobre ello. La flora, la fauna, la regularidad de las estaciones, la rotación de la tierra, los planetas etc. Deberían llenarnos de apreciación y amor por Dios que ha creado y mantiene todo esto.
Vemos el constante decaer y acabar de muchas cosas, sin embargo a través de un milagro de la bondad de Dios, la vida continua.
Nuestra alma, si observamos detenidamente está sujeta a muchas faltas, fallas y a una destrucción eterna, sin embargo Dios en su bondad nos ofrece constantemente una y otra vez el milagro de Su gracia y vida.
Se nos ha dado en este tiempo de cuaresma la oportunidad de examinar nuestra vida para ver el desorden, decadencia y destrucción en que vivimos; para empezar nuevamente con la reconstrucción y reparación de todo lo que está dañado en nuestra alma. Dios nos ha dado los medios para hacer esto por medio de los sacramentos, la penitencia, la oración, la limosna etc. Ahora durante este tiempo de cuaresma es tiempo de humillar nuestro espíritu orgulloso y reconocer nuestra nada. Una vez hecho esto, en un espíritu de penitencia podemos empezar a ofrecer sacrificios en reparación de nuestros pecados y tropiezos.
Nuestra alma es alimentada y nutrida frecuentemente a costa del sacrificio de nuestro cuerpo. Esta es la razón por la que necesitamos del ayuno y dar limosnas, luego entonces debemos controlar nuestra vanidad para establecer en nosotros la obediencia humilde.
Si sólo buscamos construir y mantener nuestro cuerpo acosta de nuestra alma, perderemos ambos en el fuego eterno. Si perdemos este cuerpo por el amor de Dios, eventualmente estaremos salvando tanto el cuerpo como el alma para el Cielo.
San León El Grande dice: “que nadie desprecia la bondad de Dios, porque sus propios pecados van sin castigo (Rom. Li 4); y piensa que por no haber recibido su ira no ha ofendido a Dios. Los días de gracia de esta vida mortal no son prolongados, ni el tiempo extendido para las tonterías del corazón antes de pasar las penas del castigo eterno, a menos que mientras que la justicia detiene su mano, busquen la medicina de la penitencia”.
Dios ha multiplicado nuestros días en este mundo, de la misma manera que multiplicó el pan y los pescados, para alimentarnos, reparar y reconstruir nuestra alma como Su templo viviente. Si somos fieles recibiendo lo bueno que nos ha dado, algún día seremos perfectos en Su misericordia y perdón, para poder ser dignos de entrar a Su Gloria en el Cielo. Si rechazamos esta gracia y evitamos humillarnos y hacer penitencia estaremos dejando a nuestra alma morir de hambre y no sólo la muerte primera sino la segunda en el Infierno
PAZ Y BIEN