30 DE ENERO DE 2011
Queridos Hermanos:
!Jesucristo esta durmiendo!. Vemos que Jesucristo, en Su naturaleza humana, duerme al igual que nosotros, sin embargo, sabemos que en su Naturaleza Divina, Dios nunca duerme.
Durante nuestra vida existen muchas ocasiones en las que somos tentados a pensar que Jesucristo Nuestro Señor está dormido y no sabe lo que nos sucede. Pensamos que esta, lo más alejado de nosotros, que nuestras cruces y carga diaria es más pesada que la de los demás. En realidad El no esta tan lejos de nosotros, somos nosotros los que hemos pensado y en ocasiones sentido así.
Dios no desconoce nuestras cruces y sufrimientos. Por el contario, esta siempre al tanto de lo que nos sucede ya que El de manera directa o indirecta las desea para nosotros y de igual forma las permite.
Jesucristo Nuestro Señor no desconocía que la tempestad amenazaba la seguridad de la tripulación de la barca. Como Dios calmo la tempestad. Ya habían visto, los apóstoles, el poder de Dios sobre la tierra, pero no lo habían visto aún, Su poder, sobre el mar. Esta es la razón por la que Dios agitó de tal manera, esta tempestad, de la misma forma que tranquilizo las aguas.
Este milagro, confirma una vez más y con mayor claridad que Jesucristo es Dios porque toda la creación lo obedece. (Todo es decir, excepto el hombre, que con su libre albedrio frecuentemente busca revelarse en Su contra) con el incremento de la fe de los apóstoles empezamos a ver la sabiduría y bondad de Jesucristo, al dormir en la barca. Este mal aparente (la tempestad) era en realidad un beneficio para los apóstoles, porque al final de cuentas incremento su fe.
Esta tempestad, incremento su humildad, de igual manera. Porque estos hombres maduros y expertos en la pesca sintieron la necesidad de pedir auxilio, como creaturas indefensas. En este estado de humildad vemos que estuvieron muy receptivos a la gracia de Dios, como no lo habían estado antes.
Lo mismo sucede en nuestra vida. Recibimos cruces y tribulaciones enviadas por Dios para nuestro propio beneficio. Lo que percibimos como grandes males son en la mayoría de las veces grandes beneficios. La tormenta es nuestra vida ha sido puesta por un Dios de amor, que sólo desea unirnos más a Él.
En lugar de quejarnos y cuestionar a Dios si realmente ve y entiende o dudando de
Sus motivos, debemos aprender a estar siempre agradecidos aún si por el momento no comprendemos que es lo que sucede. Nuestra fe debe sobrepasar nuestros temores para confiar total y completamente en Jesucristo Nuestro Señor, sin importar que tan doloroso y difícil sea.
Las cruces, las tormentas, las cargas etc. Todo nos es dado por Dios. Podremos permitir personas malvadas o espíritus de esta naturaleza, convertirse en instrumentos que nos han de traer estas cosas, porque finalmente es Dios que lo permite y sólo busca lo mejor para nosotros, en Su corazón. Sabemos de la historia del santo Job que todo lo ponía en manos de Dios: “EL Señor me lo ha dado, el señor se lo ha llevado,”
Cuando entendemos el bien que el hombre malvado nos hace, comprendemos que estamos en deuda con este. Entendemos que debe existir el escándalo y que es sólo para beneficio de quienes aman al Señor, sin embargo es en quebranto de quienes lo ocasionan. “sería mejor para tales hombres no haber nacido” desde esta perspectiva podemos ver y entender porque Jesucristo y los santos oraban por los que los perseguían.
Los santos veían a sus ejecutores como grandes benefactores, porque sus asesinos eran el medio por el que estos santos merecían la entrada al cielo. Mientras que al mismo tiempo sentían una gran misericordia por tales pobres almas al ver lo que estos individuos hacían; condenándose a sí mismos.
En todas nuestras dificultades, hagamos a un lado nuestro temor y preocupaciones, conociendo bien y completamente que Jesucristo Nuestro Señor no está dormido. No está lejos de nosotros. A nosotros nos parece que duerme, sin embargo sabemos que esta siempre al pendiente de nuestro cuidado.
Utilicemos cada cruz y tribulación como un instrumento que fortaleza nuestra fe para que regresemos con más fe y amor como humildes creaturas acudiendo a su Padre celestial. Busquemos insistentemente a Dios Nuestro Señor.
Demos gracias, por las cruces y tribulaciones, en lugar de guardar resentimiento, recordando la alegría de los apóstoles, al sentirse dignos de ser escogidos para sufrir todas estas cosas por Jesucristo.
Así sea.