29 DE AGOSTO DE 2010
Queridos hermanos:
El día de hoy nuestra santa madre la Iglesia nos recuerda que somos más que cuerpo y sangre. Jesucristo Nuestro Señor nos dice en el evangelio que no debemos preocuparnos demasiado sobre nuestras necesidades físicas, de esta vida. Tenemos cosas más importantes a considerar.
Las aves del campo, no siembran ni cosechan o guardan en graneros y tienen lo suficiente para comer, porque Dios las alimenta. Las flores del campo no se preocupan por sus ornamentos y sin embargo son más hermosas que el Rey Salomón en sus mejores galas.
Dios se encarga de todo esto y el hombre espiritual sabe que Dios así lo hace con él. El hombre espiritual sabe que tiene un alma que es mucho más importante que la alimentación, vestido, donde vivir y todo lo demás. Si busca el reino del cielo sobre todas las cosas, su Padre Celestial, proveerá y cubrirá todas las necesidades de su cuerpo.
El cuerpo tiene necesidades y deseos que son mucho más perspicaces y sensibles por el mundo que no conoce a Dios. Las necesidades y deseos del alma son mucho más intensas y sentidas con mayor rigor por el hombre espiritual. Sus necesidades físicas son menores y secundarias cuando son consideradas con las necesidades de su alma.
En la epístola de hoy, san Pablo continúa en la misma dirección. Contrasta las obras de la carne con las del alma, lo material con lo espiritual, el bien con el mal.
Las obras de la carne son muchas: fornicación, deshonestidad, impureza, lujuria, culto de ídolos, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y otras cosas semejantes. Todas estas obras que san Pablo refiere causan un gran desagrado físico y perturban la tranquilidad del alma.
El cuerpo, cuando es consentido, se carga de energía que lo hace ocuparse sobre manera en todas estas maldades. El cuerpo no razona, o considera alguna otra cosa que no sea la ilusión presente del placer y la libertad del incauto. La responsabilidad es arrojada al viento. Sin embargo, hay un precio que pagar, aún para el cuerpo, cuando todo se ha dicho y hecho. El cuerpo una vez lleno de energía, se agota y fastidia, se hace victima fácil de todo tipo de enfermedades y males.
Quienes viven en tales circunstancias tan desenfrenadas sufren físicamente las consecuencias del abuso que han multiplicado en sus cuerpos.
Si todo esto, no fuera razón suficiente para evitar los males de la carne, consideremos lo que se sufre, mucho más, en la conciencia, muy dentro del alma. Los dolores de la muerte del alma atormentan al pecador, más allá de la descripción posible en palabras.
Al ser muerta, la vida del alma y consecuentemente de la gracia, el cuerpo es informado de estos hechos, lo cual le acarrea gran miseria y sufrimiento. Como consecuencia natural, el cuerpo empieza a manifestar en sí mismo el mal que ha tomado posesión de su alma. De inmediato empezamos a ver físicamente, el horror y maldad que habita en tales individuos. La cara del pecador empedernido empieza a tomar los rasgos de la muerte al ya no haber verdadera vida en el.
Sin embargo, para quienes practican las obras del espíritu: La caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad. Reciben paz y salud tanto para el alma como para el cuerpo. Así como los pecados del cuerpo lo debilitan, así las obras del espíritu le dan fuerza, fortaleza y vida al alma.
Cuando el ama está en esa condición, de la misma manera se expresa a través de los rasgos físicos del cuerpo. Cuando la gracia de Dios se encuentra presente en un individuo, no importa que tan grande sea el sufrimiento que este cuerpo recibe; la cara y el cuerpo en general muestran una gran armonía, belleza y gozo que va mucho más allá de cualquier descripción. Las enfermedades o la vejes pueden tomar lugar y cobrar peaje aparente en el cuerpo, sin embargo, la persona que goza de la vida del ama y está constantemente creciendo en la gracia de Dios es portadora de la paz y gozo que la continencia trae consigo y que derrota la muerte lenta que debe tomar su curso en el cuerpo humano.
Si buscamos antes que cualquier otra cosa el reino del Cielo, el bienestar del alma, encontraremos no sólo paz, gozo y vida del alma sino que incluso lograremos todo lo que necesitamos para el cuidado del cuerpo. Aún en la privación física, el alma es capaz de alimentar y rejuvenecer al cuerpo en sí mismo, como lo hemos visto manifiesto en la vida de muchos santos.
No debemos tener ningún temor de vivir la vida espiritual y confiar en Dios que nos ha prometido cubrir todas nuestras necesidades tanto físicas como espirituales. Todo esto lo podemos constatar en la vida de los santos. Lo que si debemos temer es tener una vida sin Dios y alejada de la gracia, porque no importante que tanto ganemos físicamente, porque sería absolutamente sin ningún valor, si nuestro cuerpo y alma son ahora y por toda la eternidad atormentados.
PAZ Y BIEN