22 DE AGOSTO DE 2010
Queridos hermanos:
Consideremos a María Santísima en su inocencia y pureza, al píe de la cruz de su Hijo Jesucristo- verdadero Dios y Verdadero Hombre.
La explicación de San Juan en el Evangelio de Hoy es en cierta manera lacónica, se nos permite llenar nuestro corazón de todo lo que fue expresado sin palabras o entendimiento humano, en un nivel mucho mayor a las palabras empleadas por cualquier otro ser.
Debemos permitir a nuestra mente y corazón viajar en el tiempo y ser testigos de este hecho, una y otra vez para recibir la gracia de lo que esto significa para el bien de nuestra alma y que empiece a cambiar nuestra vida.
Cuando consideramos la crucifixión de Jesucristo nuestro Señor, frecuentemente pensamos en el dolor y sufrimiento, vemos a los ladrones crucificados a lado de Cristo N. S. pero por ahora hagamos esa escena a un lado y concentremos nuestra atención en lo que nos presenta el evangelio de hoy.
A los pies de Jesucristo Nuestro Señor crucificado permanecieron tres mujeres y san Juan. Están lo suficientemente cerca no sólo para ver a nuestro Señor y ser vistos por El, sino que están lo suficientemente cerca para escucharlo hablar. Haciendo a un lado todo esto, Jesucristo crucificado, en los últimos sufrimientos y dolor de la muerte, busca asegurar el cuidado físico de Su Madre. Todo lo demás debe tomar un segundo lugar en nuestra mente. Los judíos, los soldados, los ladrones, la oscuridad del cielo, las multitudes, todo es olvidado por un momento. Incluso, las dos otras mujeres son, igualmente desatendidas. Nuestro Señor centra su atención en Su Santísima madre. “Mujer he ahí a tu Hijo”. Aún en la agonía de la muerte, está al cuidado de Su madre. Con esto, nos está mostrando la deuda que tenemos con nuestros padres. No sólo nos dio Dios los Diez Mandamientos, sino que aún en el último momento de su vida nos demuestra lo importante que es honrar a nuestros padres.
Es verdad que también nos dice, Nuestro Señor, que no debemos obedecerlos cuando son un obstáculo en la salvación de nuestra alma, sin embargo, cuando nuestros padres no son un impedimento para el progreso espiritual, les debemos todo.
Es aquí donde vemos a María Santísima, no interferir o quejarse ante esta insoportable escena, de la crucifixión de su Hijo inocente – el Hijo de Dios. Sólo quien ha sido testigo del sufrimiento de alguien muy amado, puede imaginar el dolor que María Santísima sintió en su corazón y alma.
Frecuentemente pienso que el sufrimiento físico que sufren los padres hacia sus hijos, no es lo suficientemente grande como lo es el dolor y sufrimiento del alma y corazón que sufren estos padres amorosos al ver los sufrimientos de sus hijos.
Entender esto nos ayuda a ver los sufrimientos del corazón de María Santísima.
De la magnitud que haya sido el sufrimiento en Su corazón, está María Santísima cooperando completamente con Cristo, ofreciendo este sacrificio de Si mismo en reparación de nuestros pecados. Es de esta forma que se ha convertido ya en nuestra Madre. Sacrificó a su propio hijo, (Dios mismo) para que nuestros pecados fueran lavados y resucitemos a la vida con Jesucristo.
De esta manera Jesucristo nos confirma lo que estamos diciendo con las breves palabras: “He ahí a tu hijo” y, a menos que perdamos de vista esta obligación que Jesucristo coloca sobre nosotros, Jesucristo nos habla a nosotros en voz de san Juan: “He ahí a tu madre”. De la misma manera que tomó para sí mismo estas palabras, san Juan, debemos hacerlo nosotros.
Nuestra Santísima Madre María, nos ha amado con un amor que es tan cercano a lo divino como le es posible a una creatura amar. Ella, ha sacrificado voluntariamente lo más precioso y valioso, su Divino Hijo Jesucristo, para que nosotros podamos recibir la gracia y la vida eterna. Este sacrificio es mucho más meritorio ya que es más comprometido. Hubiera sido más fácil para nuestra Santísima Madre haberse sacrificado ella misma por nosotros en lugar de hacer sufrir a su Hijo.
Cuantos padres de familia tomarían en si mismos todo el dolor y sufrimientos posible por sus hijos, con tal de no verlos sufrir. Cuesta mucho más, sacrificar aquello que amas, más que a ti mismo, que sacrificarte tú mismo. Jesucristo Nuestro Señor ya lo ha dicho: no existe mayor amor que, sacrificar la vida por aquellos a quien amamos. El amor de María Santísima se acerca mucho al amor que Jesucristo siente por nosotros. Aceptó el mayor de los sacrificios, al sufrir por Jesucristo a quien quiere mucho más que a su vida misma.
Inocente, santa y pura, sin culpa alguna, María Santísima sufre por nosotros, como lo hizo su Hijo Jesucristo (No físicamente como El, pero sí de manera espiritual). Su amor nos exige que le mostremos total gratitud, respeto, honor y amor, que esta madre merece. Es verdadera Madre nuestra y la mejor de todas las madres.
Tomemos a María Santísima como madre nuestra y acudamos a ella en todas nuestras necesidades. No olvidemos nunca acudir a ella en nuestras presentes necesidades, imitemos a Jesucristo dando honor, amor y todo el respeto que ella merece.
Encontremos en ella toda la tranquilidad del alma y cuerpo que necesitamos en todas las ocasiones y tribulaciones. Y al momento de nuestra muerte acudamos a ella como lo hizo su Hijo Jesucristo.
Así sea.