Saturday, September 4, 2010

DOMINGO 15to. DESPUÉS DE PENTECOSTES

5 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Queridos Hermanos:

No nos fastidiemos ni fatiguemos de hacer el bien. Nuestra vida aquí en la tierra consiste en sembrar para posteriormente cosechar en el Cielo.

Jesucristo en el Evangelio de hoy, nos pone una vez más el ejemplo de, cómo debemos ayudarnos unos a otros. La pobre viuda que acaba de perder a su único hijo nos inspira y llena nuestro corazón de piedad y compasión, lo mismo sucedió con Cristo, por lo que regresa a la vida al joven y se lo entrega nuevamente a su madre.

Todos y cada uno de los días de nuestra vida tenemos la gran oportunidad de hacer obras buenas. No debemos permitir que estas ocasiones de hacer el bien se nos escapen de las manos. Cada una de estas oportunidades es un don de Dios y consecuentemente se nos pedirán cuentas de ellas. Recordemos las palabras de Jesucristo cuando nos dice que cualquier cosa que hagamos por el más insignificante de Sus hermanos, lo hacemos con Él, luego entonces lo que dejemos de hacer por nuestro prójimo, también dejamos de hacerlo por Jesucristo Nuestro Señor. En esto radica nuestra eterna felicidad.

Las obras corporales de misericordia son todas muy importantes en este punto. Sin embargo, debemos recordar que son secundarias en relación a las obras espirituales.

Las grandes sumas de dinero que son donados por los ricos de este mundo, con intereses publicitarios, ostentosos o para fines de la reducción del pago de impuestos, no es el espíritu de caridad que estamos buscando.

Debemos deshacernos de todo tipo de amor propio y egoísmo, como lo ha hecho Jesucristo al sacrificarse por nosotros. Debemos purificar los deseos de nuestro corazón, eliminar todo lo que es mundano y egoísta, o mejor dicho debemos eliminar todo lo que no es de Dios. Dios nos pide todo nuestro amor, no se contenta con una parte de nuestro corazón. Dios quiere que le entreguemos todo lo que somos y tenemos. Esta es nuestra meta espiritual de por vida, mientras más logramos esto, encontraremos muchas más oportunidades de ayudar a los más necesitados, toda vez que tendremos menos necesidades o deseos personales.

Estamos llamados a morir a nosotros mismos para vivir por Jesucristo.

Mientras mayor y más puro sea nuestro amor por Dios de igual manera lo será y se verá reflejado entre nosotros mismos. Debemos hacer nuestra la meta de amar a todos, incluyendo a nuestros enemigos, por el amor de Dios. Esto no disminuye nuestro amor por Dios sino que lo incrementa. Dios es el centro de nuestro amor, y así como radia alrededor Suyo, abarca todo lo que Dios ama.

Es decir que amamos a Dios sobre todas las cosas y todas las cosas por y en el amor de Dios. Por lo tanto el amor a nuestro prójimo debe ser un amor en Jesucristo. Al hacer el bien a nuestro prójimo, lo hacemos a Jesucristo ya que es el Amor de Jesucristo que nos mueve amar a los demás.

Cualquier otro tipo de “amor” a nuestro prójimo, no es verdadero sino “lujurioso”.

El amor egoísta e interesado no es verdadero amor. Esto es a lo que la mayoría de personas mundanas llama erróneamente amor. Por lo tanto las personas casadas, o que viven en concubinato sólo buscan placer personal o gratificación para sus propias pasiones y deseos. No tienen verdadero concepto del amor porque no han aprendido a negarse a si mismos y buscar a Dios con todo su corazón, mente y alma.

Esta es la razón por la cual vemos tanta miseria en una gran cantidad de familias, el odio entre el esposo y la esposa, el gran número de divorcios, abortos etc.

Debemos buscar de manera habitual dar sepultura a todos los deseos mundanos y egoístas, este es uno de los grandes obstáculos en nuestro crecimiento espiritual.

No es tan importante lo que hacemos o dejamos de hacer, ante los ojos de Dios, sino lo que deseamos hacer. ¿Cuál es lo que amamos o deseamos en nuestro corazón? Esto es lo que mueve y motiva todas nuestras acciones, esto es por lo que seremos juzgados.

Esto es lo que separa el hombre honesto del hipócrita.

Jesucristo Nuestro Señor nos dice que quien esté lleno de odio, es culpable de homicidio por haberlo de antemano deseado y quien ve a una mujer deseándola es culpable de adulterio por ya haber pecado en su corazón.

La Iglesia nos enseña que cuando se nos impide recibir algún bien como el sacramento del Bautismo, la confesión, y santa comunión, debemos formar en nosotros un gran deseo por recibirlos y Dios aceptara el deseo por el hecho.

Lo que está en nuestro corazón es lo que es importante para Dios. Debemos buscar la forma de sacar de nosotros todos los deseos desordenados para poder llenarnos del amor y deseo de Dios. De esta manera seremos capaces de amarnos los unos a los otros como debemos hacerlo y ayudarnos mutuamente sin ningún compromiso ni ataduras, sin ninguna razón egoísta sino en amor genuino y verdadero.

En este estado de nuestra alma, sembraremos méritos saludables aquí en la tierra para ser cosechados en el Cielo.

Así sea