Saturday, February 6, 2010

DOMINGO DE SEXAGÉSIMA

7 DE ENERO DE 2010

Queridos Hermanos:

Nuestra vida y nuestra alma son la tierra donde caen las semillas fértiles de la palabra y gracia de Dios.

La semilla es la misma para todos, sin embargo, nuestra vida y alma no son iguales a las de los demás, razón para la gran variedad de frutos derivados de esta misma palabra y gracia.

Nuestra vida y nuestra alma, han sido puestas en nuestras propias manos. Debería causarnos gran temor pensar y contemplar la extensión, de las consecuencias que le siguen a nuestro pensamiento, palabras, acciones y omisiones.

¿Cuál podría ser la razón de colocar, nuestra felicidad eterna, en las manos de individuos tan incompetentes como lo somos nosotros mismos?

Somos la más pobre excusa que podamos imaginar para gobernar y regir nuestra vida.

Sin embargo, aquí estamos, débiles e inconstantes, con el destino de toda la eternidad, en nuestras manos.

Es como colocar el diamante más raro, caro y precioso en las manos de un niño, quien alegremente y de inmediato, pero sin ningún cuidado y sin pensarlo, juega con estos objetos brillantes, como si fueran juguetes; consecuentemente dejándolos en cualquier lugar y olvidando donde los abandono al cambiarlos por otros, tal vez de menor valor. Raro es el niño que puede realmente apreciar lo que sujeta en sus manos y más raro quien puede proteger tales tesoros, de ser dañados, robados o extraviados.

He aquí a nosotros al igual que niños con el mayor tesoro que puede existir (la palabra y gracia de Dios) en nuestras manos.

Al vernos a nosotros mismos, debemos humildemente persuadirnos de nuestra miseria ante tan magnífico tesoro y nuestra profunda inhabilidad, no es sólo recibir de manera correcta estos tesoros, sino que también nuestra total debilidad es prevenir tanto daño al desarrollo y crecimiento de estos tesoros en nuestra alma.

Considerar al mundo, demonio y a nuestras propias pasiones, pecados y debilidades, imprimir en nosotros que tan incapaces y sin preparación, realmente somos.

¿Qué es lo que debemos hacer? ¿Debemos culpar a Dios por ser incapaces é inmaduros?

¿Debemos no valorar la condición de nuestra alma y su receptividad a estas gracias?

¿Debemos mandar todo a volar en desesperación, rendirnos y permitir ser llevados o amonestados al infierno? ¡Dios no lo permita!

Viendo nuestra miseria y el abrumador peligro que nos acompaña, seamos humildes y pidamos ayuda, como el niño sabio, que no sabe qué hacer con el tesoro puesto en sus manos; y no sólo pide ayuda, sino que ruega a alguien para que lo guie y dirija por el mejor y más prudente camino. Pidamos a Dios nos ayude, acudamos a la Iglesia y sus representantes para tomar la mejor decisión para nuestro bien.

Debemos tener demasiado cuidado en no poner nuestra confianza y confidencia en la persona equivocada. Hay muchos que se ostentan como sabios y con autoridad pero que realmente no tienen ninguna de las dos. Existen muchas almas que son descarriadas por su culpa. Los demonios aparecen como ángeles de luz, pero al seguir sus sugerencias producen frutos de oscuridad, sufrimiento y miseria, no sólo en este mundo sino por toda la eternidad.

Son tontos quienes ponen su confianza y confidencia en quienes no tienen autoridad verdadera en la Iglesia católica, o dicen que ya no hay autoridad en esta. ¿Por qué, habrían de colocar su tesoro más valioso, dado por Dios, en las manos de tales guías, que abiertamente admiten no tener sabiduría o habilidades para guiar adecuadamente a los demás sino pueden guiarse ellos mismos? Sin embargo, la mayoría hace precisamente eso.

Llaman a los demonios para que acudan en su ayuda, para recibir y nutrir estos preciosos dones, sólo para permitir que estos los arrebaten y devoren y perderlos por toda la eternidad. Puede ser que sean tontos como rocas y jamás logren comprender ni la más mínima idea de lo que se les ha dado. Se deslumbran al principio con el “brillo” del juguete nuevo y de igual forma lo abandonan y buscan algo diferente.

Existen otros que con tantos juguetes que tienen, ya no pueden apreciar el valor verdadero de este precioso don; los revuelven entre todos los que conocen; lo sagrado con lo profano, donde el último, la mayoría de las veces, hace que se pierda y se olvide eventualmente lo sagrado.

Por último, existen quienes, no sólo encuentran la dirección y guía adecuada, de la autoridad real y legítima en la Iglesia, sino que hacen y obedecen lo que esta autoridad les dice.

Estas almas guiadas y coordinadas por la verdadera sabiduría y autoridad, luchan y remueven las piedras y maleza para suavizar y hacer fértil la tierra de sus alma para que al recibir estos preciosos dones, los pueda colocar en el mejor lugar y condiciones posible para permitir su germinación, desarrollo y que produzca el fruto más generoso de vida eterna.

Así sea.