Friday, August 23, 2013

SAN LUIS IX REY DE FRANCIA

25 DE AGOSTO DE 2013

Queridos Hermanos:

San Luis Patrono de la Tercera Orden de San Francisco de Asís. Conocido por haber llevado una vida llena de virtudes. Su justicia se conocía por todas partes del mundo, reyes y nobles acudían a Él para dar solución a las disputas. La usura fue gravemente penada, durante su reinado y los blasfemos castigados de manera severa por sus crímenes.

Realizo dos cruzadas, sin mucho éxito, para liberar la Tierra Santa, de los infieles, y hacer de esta un lugar seguro para los católicos. Murió de tifus durante su última cruzada.

Se nos ha dicho que cuando san Luis era sólo un niño, su madre le dijo: “Hijo mío te amo como la madre que ama a su hijo, pero prefiero verte muerto que ver que cometas un pecado mortal”. Evidentemente esto le causó un gran impacto. Su biógrafo nos dice que no se sabe que san Luis haya jurado o maldecido. Durante sus batallas rechazo permitir a sus soldados cualquier acto de rapiña en sus victorias, exigiendo además que no dieran muerte a los infieles, más bien tomarlos como prisioneros, en l amanera de lo posible.
San Luis alimentó a muchos pobres en su misma mesa y se sabe que sirvió incluso a estos con sus propias manos.

Vemos el milagro de la Gracia de Dios sobre san Luis, al vivir en gran santidad a pesar de su riqueza y realeza. Con la ayuda de Dios logro mucho más que el pasar a n camello sobre el ojo de una aguja. Parece que el crédito en este mundo por sus milagros fue por la influencia de su Santa Madre, Blanca de Castilla. La seriedad de su fe y su profundo entendimiento de la eternidad del Cielo y del Infierno, preservo en ella un verdadero entendimiento justo y verdadero de las riquezas materiales y la prosperidad del Reino de los Cielos.

Realmente entendió y vio con claridad que de nada sirve al hombre ganar todas las riquezas de este mundo, si pierde su alma. Esta profundidad y gracia fue evidentemente más profunda en el alma de San Luis, su Hijo.

En donde están las madres o padres de nuestros días que honestamente puedan decir que prefieren ver a sus hijos muertos, inertes bajo la fría tierra, que cometer un pecado mortal.

Clamamos amar a nuestros hijos, pero ¿realmente los amamos? El verdadero amor, indica que debemos buscar lo mejor, el mayor de los bienes, para ellos – la eternidad en el cielo. Nos atrevemos a decir que la mayoría de los padres no aman a sus hijos. Los padres tienen un amor egoísta, desordenado que no permite que piensen en la eternidad. Un niño en pecado mortal es peor que un niño físicamente muerto.

Este debe ser un principio, obvio para todos, pero que muy pocos lo aceptan en la práctica. En teoría vemos verdaderamente la verdad de este principio, pero ya en la práctica muchos padres, sacrifican el alma inmortal de sus hijos en lugar de sufrir el dolor de tener que sepultarlos.

No sólo los padres, sino que ya de manera casi universal vemos como se sacrifica el alma humana por mantener un poco más de vida mortal, ligera y pasajera, aquí en la tierra. La fe y las verdades eternas han caído en una negligencia universal, olvido y duda diabólica.

Si sólo hubiéramos tenido, todos y cada uno de nosotros una influencia como la de la santa madre de sal Luis, estaríamos viviendo una vida completamente diferente. Sin embargo tenemos una madre que siempre está al pendiente de nosotros y nos cuida en todo momento. Tenemos a nuestra santa madre la Iglesia, constantemente guiándonos e instruyéndonos sobre estas verdades, si sólo aceptáramos escucharla. Tenemos a la Santísima Virgen María, como nuestra madre, buscando también nuestra salvación e intercediendo por nosotros.

Ya es tiempo que despertemos y pongamos atención a nuestras madres. Debemos incrementar nuestro amor por ellas y prestar a tención a lo que nos dicen. Debemos tomar con seriedad sus palabras, porque son la doctrina y palabra de Dios. Debemos aprender a amar a nuestras madres, la santa madre Iglesia y María Santísima, de manera reciproca. De esta manera, debemos fácilmente ver y entender que sería mejor morir que ofender a Dios.

Si hemos caído en pecado, levantémonos en este mismo instante y renunciemos a los pecados, resolviendo confesarlos en la brevedad posible. Impongámonos penitencia sobre estas ofensas y regresemos a la verdadera vida espiritual. Busquemos en lo futuro no caer en la muerte espiritual, aún a costa de nuestra vida mortal, para lograrlo.

Así sea.