Saturday, August 17, 2013

DOMINGO 13 DESPUÉS DE PENTECOSTES

18 DE AGOSTO DE 2013

QUERIDOS HERMANOS

La lepra es una enfermedad que destruye el cuerpo de manera gradual. En varias partes del cuerpo la piel se empieza a deteriorar. Con frecuencia esta enfermedad se manifiesta con la composición de partes sanas con las ya putrefactas. Lo mismo sucede de manera espiritual con la lepra de la herejía. Vemos en el hereje la falsedad a un lado de partes de verdad.

En algunas ocasiones el leproso puede esconder del mundo, su enfermedad, pero no por mucho tiempo ya que conforme progresa llega el momento en el que se hace visible y ya no es posible seguirla ocultando. Lo mismo sucede con la herejía. Muchos se mantienen firmes en sus errores ocultándolo a los demás. Viven como si estuvieran espiritualmente sanos y sólo Dios sabe la podredumbre y maldad que guardan en su corazón.

Eventualmente, como sucede con la enfermedad física, el progreso de la decadencia espiritual se hace manifiesto al resto de las personas.

Los leprosos fueron forzados a cargar una campanita y-o anunciar su impureza al resto de las personas, para evitar cualquier contacto con estos y evitar una contaminación mayor. Mientras que con el hereje sucede lo contrario, ya que proclama sus errores con toda libertad y fuerza. Su intención no es la de prevenir a los demás, de los peligros que representa para las almas, sino más bien para invitarlos y contaminarlos con su enfermedad espiritual que sufren en carne propia.

Esta enfermedad espiritual es mucho más peligrosa cuando va acompañada de alguna verdad o solida enseñanza mezclada con todos los errores. Han empezado en la verdad pero han permitido que el error tome posesión de ellos. Nos enfocamos en lo bueno, solido y saludable que puedan tener estos herejes. Sin embargo, esto es un grave error de nuestra parte. Pretender que no hay gérmenes dañinos porque no los podemos ver a simple vista es una actitud muy tonta.

En el caso de una enfermedad física, se nos instruye y recomienda asumir que los gérmenes están presentes y practiquemos buenos hábitos de higiene. Lavamos nuestras manos aunque no veamos los gérmenes. Cuando de la salud de nuestra alma se trata somos menos precavidos y tomamos una actitud que pone en peligro nuestra integridad espiritual.

Un escepticismo saludable es el mejor camino a tomar cuando enfrentamos a la multitud de doctrinas contrarias manifiestas en las diferentes religiones que nos rodean.

Dios ha dicho muy claro lo que desea y espera de nosotros, san Pablo enfatiza esto al decirnos, que debemos rechazar cualquier religión nueva o diferente. Dice incluso que, si el mismo, enseñare doctrina diferente a la que ha recibido y enseñado, incluso si algún ángel del cielo enseñare doctrina contraria, debemos de inmediato rechazarla y no creerle.

Existe algo bueno, sin duda, en las diferentes religiones falsas. No es eso de lo que debemos estar prevenidos. Es lo malo de estas lo que nos debe poner alerta y en guardia. Si existe falsedad en alguna parte de estas, se extenderá por todas partes del cuerpo y sin duda, lo destruirá. Con Dios es todo o nada. Si negamos alguna verdad que Dios ha revelado hemos negado a Dios mismo, deseemos aceptarlo o no. La negación de alguna verdad por más insignificante que nos parezca es llamar a Dios mentiroso. Luego entonces todo se vuelve duda. Esta enfermedad sutil pone en riesgo la salud poniendo en peligro la integridad de todo el cuerpo, escondiendo su veneno bajo la superficie de la piel.

Si hemos caído en algún error, debemos inmediatamente expulsarlo. Debemos acudir a las aguas curativas de la Penitencia para limpiar las impurezas de la enfermedad espiritual que se pudiera colocar en nuestra alma. La mejor cura es siempre la prevención. De la misma manera que lavamos nuestro cuerpo para prevenir enfermedades, es una práctica saludable lavar nuestra alma frecuentemente con el sacramento de la penitencia.

Así como procuramos alimentos y nutrientes saludables para mantener nuestro cuerpo, fuerte y saludable, alimentemos nuestro alma con la Sagrada Eucaristía.

No sabemos realmente que tan cerca estamos de contagiarnos y recibir una enfermedad. De la misma manera no sabemos qué tan cerca estamos de caer en la herejía. Es verdaderamente la gracia de Dios que nos protege, pero debemos también hacer lo que este de nuestra parte y no tentar a Dios. En esta perspectiva debemos todos regresar como el leproso que regreso a dar gracias a Dios. No con orgullo y prepotencia mirando a los demás, que han tenido la desgracia de haber caído en esta enfermedad, sino más bien con verdadera humildad de corazón, reconociendo que sin la ayuda de la gracia de Dios hubiéramos de igual manera haber caído desde hace ya mucho tiempo y tal vez más bajo que los demás.

Cuando los herejes proclaman tener la verdad o la fe, tengamos precaución y alejémonos del contagio que se esconde detrás de estos. Con la gracia de Dios y los ojos de la fe, podremos rápidamente ver claramente los errores tal y como lo hace el técnico en el laboratorio al examinar los gérmenes con la ayuda del microscopio.

Debemos estar mucho más alertas sobre la salud de nuestra alma que con nuestro cuerpo.

Después de protegernos del riesgo de una infección ayudemos a los demás, ofreciendo nuestra asistencia a los que ya, por desgracia, han sido infectados, para que encuentren el remedio apropiado para dar salud a su alma.

Así sea.