Saturday, December 12, 2009

DOMINGO 3ro. DE ADVIENTO (GAUDETE)

13 DICIEMBRE DE 2009

Queridos Hermanos:

Todos y cada uno de nosotros tenemos en nuestro interior una “voz que clama en el desierto” la cual mas allá de causarnos tristeza y renuncia, debe regocijarnos y alegrarnos.

El día de hoy vemos como San Juan Bautista dando respuesta a quienes preguntan ¿quién era él? Les dice la verdad; no es Cristo, ni Elías, ni alguno de los profetas, dice de sí mismo que, es la voz del que clama en el desierto. La voz que clama pero que muy pocos escuchan. Esta misma acción se realiza en cada uno de nosotros, en nuestra conciencia, ella es la voz de la verdad, del llamado de Dios, en nuestro interior nos pide que corrijamos nuestra vida. Nos señala el camino a seguir, como debemos comportarnos y lo que debemos hacer; si fallamos en poner atención a su llamado, escuchamos luego entonces la condenación de nuestra rebelión malvada.

De la misma manera en que no dudó san Juan en condenar el mal que veía, aún cuando era visto en la autoridad de Herodes, así nuestra conciencia con toda razón condena lo que ve en nosotros que no es correcto.

Estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios y es nuestra conciencia lo que, nos hace de esta manera a Dios, que es la verdad misma. No podemos ocultar la maldad a nuestra conciencia como no nos podemos esconder de Dios.

Aún si nadie en el mundo conoce nuestras intenciones perversas, Dios y nuestra conciencia lo saben. Y de ésta manera la obra de Dios es realizada en nosotros.

Constantemente se nos está insistiendo en que debemos corregir nuestros errores y previniendo de cometer algún pecado. Al grado de haber personas que se enferman gravemente por tener una conciencia culpable. No necesitan a nadie más, para que condene lo malo que hacen o están por realizar, su conciencia se encarga de esto de manera clara y a viva voz, no dando descanso ni paz a su alma.

En nuestra preparación para recibir a Cristo en esta Navidad, debemos repetir la historia dentro de nosotros mismos. Así como la gente acudió al desierto para escuchar la voz de San Juan, que predicaba sobre la penitencia y el bautismo, así nosotros debemos escuchar a nuestra conciencia, para ver lo que hemos hecho mal, corregirnos y hacer penitencia. Sólo de esta manera estaremos preparados para verdaderamente y dignamente recibir a Jesucristo Nuestro Señor en nuestra alma.

Debemos, no sólo escuchar la voz de nuestra conciencia sino que debemos actuar en consecuencia, si decidimos ignorarla terminaremos como Herodes. El mal que amamos más, que a la verdad, nos llevará al extremo drástico de dar muerte a nuestra conciencia, como Herodes hizo con San Juan.

Una vez que nuestra conciencia es silenciada por nuestra voluntad violenta y maligna, estaremos condenados, aún cuando deambulemos en este mundo.

No puede haber vida más deplorable que, el de una conciencia “muerta” que ya no oye ni puede ser escuchada; tal conciencia no tiene manera de discernir entre lo correcto y lo incorrecto. La única voz que tales individuos escuchan es la de sus propias pasiones desordenadas que libre y dócilmente los conducen de un vicio a otro, cada vez mayor y peor que el anterior, hasta terminar en el infierno.

Se dice que nuestra “conciencia nos hace cobardes a todos” lo cual podemos constatar claramente en nuestra vida diaria. Si estamos en sintonía con esta, veremos no sólo nuestros pecados y transgresiones, sino que también veremos nuestra profunda miseria y debilidad. Es en la profundidad de este conocimiento de nuestra total debilidad y horrenda vida pecaminosa presentada ante nuestros ojos por nuestra conciencia que, nos conduce a una verdadera humildad.

Esta conciencia de la verdad de sus propias almas y profunda humildad, es lo que atrajo a los santos y en particular a San Francisco, al declararse como los peores pecadores, lo cual no es una “exageración piadosa”, porque dicen esto, no en comparación con las otras almas alrededor de ellos sino en comparación de su alma, al modelo perfecto -Cristo- a quienes su conciencia los eleva constantemente, alcanzarlo e imitarlo.

El trágico error de la mayoría de las personas, es que no escuchan a su conciencia, en la comparación de su vida con Jesucristo, sino que prefieren escuchar sus paciones y comparar su vida con las de los demás hombres a su alrededor. Luego entonces, su conciencia les dice claramente, que ellos, no son tan malos, que hay otros peores, y que pueden cómodamente tomar un descanso y dormir en sus pecados. No pueden ver la conciencia de las demás personas, por lo que su juicio sobre la vida de éstas, es sólo una suposición.

La culpa que ven, posiblemente no existe ante los ojos de Dios, por lo tanto, tal vez no sean tan buenos como quisieran creerlo, luego entonces su comparación es una farsa. Al vivir esta mentira, viven bajo la ilusión de ser mejores que el resto de los hombres, cuando en realidad, son peor que quienes acusen.

Aclamemos a la voz de nuestra conciencia, amoldémonos a esta sin importar lo doloroso que esto parezca y al hacer esto nos volvamos profundamente humildes y enderecemos el áspero y torcido camino en el que hemos metido nuestra alma para poder verdaderamente recibir la gracia de Nuestro Señor Jesucristo el día de Navidad.

Que así sea.