Tuesday, February 24, 2009

DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA

22 De Febrero de 2009

Queridos Hermanos:

“Señor, que vea”. Estas palabras son muy profundas e importantes para tener presentes en nuestra mente, hoy en día. Nos dice el Evangelio que Jesucristo Nuestro Señor les dijo a los apóstoles lo que iba a sucederle en Jerusalén, sin embargo no pudieron entender (ver) lo que les estaba diciendo.

El ciego, del que nos habla en evangelio; nos da el ejemplo de lo que debemos hacer. Debemos acudir a Dios sin importar lo que nos diga el mundo. Debemos pedirle el maravilloso don de la Vista. No tanto la vista de nuestros ojos para que podamos ver Su mundo físico creado sino más bien el mundo espiritual y todo lo que es benéfico para nuestra vida eterna.

La ceguera espiritual es mucho más peligrosa que cualquier tipo de ceguera física. Existen muchos que teniendo ojos no ven. La ceguera física puede ocasionarnos muchas caídas e impedirnos progresar en lo que queremos, sin embargo, con humildad podemos reconocer este impedimento físico y buscar los medios de improvisar y mejor esta acción. Lo cual afecta sólo al cuerpo. La ceguera espiritual, por otro lado, no reconoce su deficiencia y por lo tanto no busca el auxilio necesario, afectando por ende su vida eterna.

Tal vez exista muy poco que podamos hacer por solucionar la ceguera física, sin embargo en el campo espiritual existe una gran posibilidad y opciones de corregir este mal. Verdaderamente es cuestión de voluntad. Para evitar y corregir la ceguera espiritual es necesario desarrollar una verdadera humildad. Debemos constantemente buscar conocernos a nosotros mismos como nos conoce Dios. (Este es el único conocimiento verdadero que existe). Una vez que nos conocemos, sabemos nuestra nada.

Entendemos que todo lo que tenemos y somos viene de Dios. Con este conocimiento de nosotros mismos, podemos clamar a Dios: “Señor, que vea” sabemos nuestras debilidades y carencias y la necesidad de ayuda. Por eso la pedimos.

Este llanto y petición de ayuda frecuentemente es ignorada por el mundo. Se nos dice que no es importante. Que no perdamos el tiempo en eso. Que hay cosas más provechosas de que preocuparnos. Sin embargo, ¿qué puede ser más importante que nuestra salvación eterna? De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma. Todo esto es secundario, lo más importante es nuestra salvación.

Debemos pedir a Dios humildemente la gracia de ver y fortalecer la práctica de la verdadera fe. No pongamos nuestra esperanza en charlatanes que nos alejen de la verdad eterna. Porque el ciego que guía otro ciego ambos caen al pozo del fuego eterno. Necesitamos la vista de poder conocer a los verdaderos pastores y lideres establecidos por Dios. Para posteriormente recibir la gracia de seguirlos a la felicidad eterna.

Sólo los que han sido llamados por Dios son guías competentes. Y sólo los encontraremos en el cuerpo místico de Jesucristo. Si evitamos esto, realmente seremos como el ciego que guía otro. Si depositamos nuestra confianza en alguna religión o filosofía pagana, terminaremos en el infierno. Si seguimos alguna de las múltiples religiones protestantes que se separaron de la Iglesia católica, estaremos ilusoriamente siguiendo a Cristo. Y esto no significa que cerremos un ojo para no ver el camino que llevamos, sino como si cerramos ambos. Si seguimos la religión modernista del Novus Ordo, tal vez dirán que estamos cerrando un ojo y que por lo tanto estamos parcialmente ciegos. Esta secta provee una concatenación de verdad y falsedad que mantiene la gran mayoría porque no son lo suficientemente humildes para reconocer que lo nuevo no es lo mismo a lo anterior, que lo falso no es verdadero.

Conforme avanzamos de un extremo al otro; de los “cristianos” paganos y liberales llegamos al extremo de la secta de los “tradicionalistas”. En estos encontramos una ceguera aún más absurda de quienes se guían a sí mismos o peor aún siguen a los que reconocen ser herejes o saben no tienen jurisdicción o autoridad para guiarlos.

Ninguno de estos parece capaz de ver sus falsedades y deben ser realmente compadecidos por su ceguera. No existe peor ciego que el que no quiere ver. Aseguremos nuestra adición firme y verdadera a la Iglesia y de quienes ha puesto

Dios para guiarnos al Cielo por medio del camino seguro y verdadero de los Sacramentos en el Cuerpo Místico de Jesucristo, Su Iglesia católica.

Así sea.