1 DE MARZO DE 2009
Queridos Hermanos:
Los ataques hechos por los espíritus malignos, en este mundo, toman forma en un número muy reducido de acciones. Una vez que estamos consientes de estas formas, estaremos más fuertes y capacitados para resistir sus tentaciones.
Los demonios nos atacan por medio de: Placer, ambición y codicia. El objetivo final de estas tentaciones es el postrarnos rendidos y miserables por toda la eternidad.
Estos ángeles caídos saben perfectamente que hemos sido llamados a ocupar los espacios, que ellos perdieron gracias a su orgullo, en el Cielo. Esta es la razón por la cual están consumidos en el odio hacia nosotros. Santo Tomás de Aquino dice que: “La envidia que siente el demonio, cuando piensa en que la creatura formada de la tierra, ocupará su lugar en el cielo y disfrutará ver a Dios, lo quema más que las flamas sulfúricas del Infierno”
Fue el demonio que puso en el corazón de Judas Iscariote traicionar a Jesucristo” San Juan 13:2. Fue el demonio que tentó Ananías mentir al Espíritu Santo y guardarse para sí parte del dinero del terreno vendido Hechos de los Apóstoles 5:3.
Y fue el mismo demonio que tuvo la audacia de querer tentar al mismo Jesucristo.
Todos los hombres, en particular los más piadosos, están expuestos a ser tentados por Satanás.
Los demonios promueven falsas ideas y máximas en el mundo. Operan sobre los sentidos externos del hombre, produciendo en ellos, varias imágenes, emociones e inclinaciones, que frecuentemente se convierten en tentaciones violentas. Usan las circunstancias particulares e inclinaciones de cada hombre para moverlos a realizar el mal. Alagan a los jóvenes y les presentan un mundo lleno de colores y placeres, hacen creer a los ancianos que vivirán muchos años más y que tendrán tiempo de preparar su salvación, llenan de vanidad al orgulloso, al que es avaro a la codicia, al que no es casto a la voluptuosidad, al iracundo a la venganza, en una palabra, atacan a cada quien por su lado más débil y donde no pondrán resistencia.
Los demonios presentan las mismas tentaciones con las que atacaron a nuestros primeros padres y Jesucristo mismo, es decir, la sensualidad, la ambición y la codicia o concupiscencia de la carne, de la vista y la vanidad de esta vida. ¿Quién puede contar los pecados cometidos por los placeres, la ambición y la codicia?
Sigamos a Jesucristo en la lucha contra de estos espíritus caídos y sus tentaciones, yendo al desierto. Amando la soledad y rechazando la próxima tentación a pecar.
En segundo lugar, ayunando. Debemos no sólo guardar los días de ayuno, sino que debemos vivir en general una vida piadosa y sobria. Toda vez que el descontrol en la bebida y comida es la ocasión de muchos pecados, la mortificación del apetito sensual es un excelente preventivo en contra del pecado, especialmente en contra de la impureza.
En tercer lugar, hagamos oración constante, para que obtengamos de Dios la luz y la fuerza necesarias para resistir la tentación. “orar y estar alertas, para que no caigan en la tentación” San Marcos 14:38.
En cuarto lugar, mantengamos en mente la Palabra de Dios. Cuando seamos tentados por el orgullo “Todo aquel que se alabe a sí mismo será humillado” San Lucas 14:11; a la impureza: “ni los adúlteros, ni los fornicadores poseerán el reino de los Cielos” 1 Cor. 6:9,10; codicia; “De que le sirve al hombre, ganar todo el mundo, y perder su alma” San Mateo 16:26.
Quinto: Eliminemos la tentación de una vez por todas. Una chispa que cae en la mano no prenderá ni dejará huella si la alejamos de nosotros inmediatamente, pero si la dejamos en nuestra manos por algunos instantes arderá y nos lastimará. Eso mismo sucede con las tentaciones. No debemos contemplarla sino rechazarla de inmediato.
Los hermanos de santo Tomás de Aquino, le enviaron una joven a su habitación y el de inmediato la rechazó con un carbón encendido y la saco de inmediato de su celda.
Las tentaciones siempre se presentan como algo bueno para nosotros y, difícil de discernir si viene del demonio o de Dios. Por lo tanto debemos considerar siempre lo que Dios le dice a Santa Catalina de Siena. Aquello que al principio es placentero pero que acarrea sufrimiento viene de un espíritu maligno. Pero aquello que se presenta doloroso pero que aporta alegría viene del Dios.
Los espíritus malignos nos ofrecen el cielo ahora y el infierno al final. Dios nos ofrece una cruz primero para poder darnos el Cielo.
Asi sea.