Saturday, June 16, 2012
TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
17 JUNIO 2012
Queridos Hermanos:
En el evangelio de este día, se nos da la razón por la cual nuestro Señor Jesucristo se reúne con los pecadores. El rebaño del 100 por ciento representa la totalidad. Cien es lo mismo que diez décadas y con una sola falta de estas, el cien está incompleto. Para que exista el gozo y la paz, en nosotros, debe existir la totalidad, lo completo, aún en las cosas más pequeñas e insignificantes, el todo debe estar presente y completo.
Vemos que los noventa y nueve están seguros en el bosque, mientras que el pastor va en busca del uno, que falta. Ahora bien, no debemos pensar que los noventa y nueve, son menos importantes que el uno, sino más bien que el pastor, sólo puede estar completo y feliz cuando todas sus ovejas, están seguras en el rebaño.
La perdida de la más pequeña de estas, hace y deja incompleto al rebaño, destruyendo la paz y alegría que sólo puede darse cuando está en orden—completo. El pecador que ha caído es vital y valioso para Dios. Esta es una de las razones por las que Dios deja a los ángeles del cielo y viene a la tierra a encontrarse con el hombre y salvar al hombre caído.
Las diez décadas también nos representan a los Diez Mandamientos. Bajo esta luz, aprendemos que debemos mantenernos fieles a cada detalle de cada uno de estos. Nada manchado ni en lo más mínimo puede entrar al Cielo. Debemos ser perfectos como nuestro Padre Celestial es Perfecto.
Cada pecado es un obstáculo para la gracia que debemos recibir. Si faltamos en algún mandamiento, aún en lo más mínimo e insignificante, debemos corregir y ver la forma de sanar y corregir esa falta. Jamás encontraremos la paz ni el gozo verdadero, hasta haber cumplido la ley en toda su extensión.
La moneda de plata, se nos presenta con ideas similares. Cada una de estas tenía impresa la imagen del rey, así como cada alma, nace impresa con la imagen de Dios, su creador y Rey. Cuando somos bautizados y recibimos el Espíritu Santo y nuestra alma es purificada de toda mancha de pecado y resucitada de la muerte a la vida de la gracia, la imagen de Dios, es nuestra alma, entonces, es cuando esta completa.
Insultar o abuzar de la imagen de nuestro rey, es considerado un insulto y abuzo al mismo Rey. Lo mismo podemos decir de nuestra alma, si la manchamos, insultamos y abuzamos de Dios. Cuando perdemos la gracia por el pecado, la imagen de Dios en nuestra alma, es insultada y ofendida.
Por lo tanto, se nos presenta esta lección para que veamos dentro de nuestra alma y veamos la ausencia de Dios, que hay en ella y que es ya tiempo de que encendamos la luz de la oración y la gracia de Dios, para empezar a limpiarla con un examen de conciencia, con espíritu de penitencia.
Nuestra vida, por lo tanto, se convierte debido al pecado, en un constante acto de limpieza. Dios y la Iglesia, respectivamente, nos ayudan, en cierta manera, en esta constante limpieza restauradora para hacerlos nuestro. Debemos por lo tanto, hacer lo nuestro y no esperar de manera pasiva ser encontrados y liberados.
Es decir que, Cristo nos ha redimido sin nuestra ayuda pero que no puede salvarnos sin nuestra cooperación. Debemos hacer nuestra parte para suplir en nuestra carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo (Col.1.24).
Debemos por lo tanto, de manera activa, buscar ser encontrados y no debemos resistir a ello. Debemos regresar al rebaño de Cristo. Pero sobre todo, eso, debemos procurar encontrarnos a nosotros mismos. Dios nos ha dado una conciencia, para lograr esto. Encontrarnos a nosotros mismos, cuando nos hemos extraviado o muerto a la vida de la gracia.
Toda nuestra vida, se nos ha dado para que tengamos el tiempo suficiente para encontrarnos con nosotros mismos y el camino al Cielo. El catecismo nos dice que >Dios nos ha creado para ser felices con Él en el Cielo. Y que para lograr esto debemos, conocer, amar y servirle en esta vida.
Al buscar el conocimiento, amor y servicio a Dios nos hacemos dóciles y receptivos de la gracia de Dios y disponibles para ser encontrados por Él y llevados a la Iglesia, Su rebaño, aquí en la tierra; y por medio de la esta, somos llevados al rebaño de los ángeles y santos del Cielo.
Así sea.