Saturday, May 26, 2012

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

27 DE MAYO DE 2012

Queridos Hermanos:

Sólo hay una Iglesia verdadera y, es sólo a través de esta, que obra el Espíritu Santo.

Existen muchas iglesias falsas, una gran cantidad que, incluso usan el nombre de Jesucristo, que serán contadas entre a las que nuestro Señor les dirá: “Alejaos de mí, obradores de iniquidad. No los conozco.” El Espíritu Santo sólo santifica a quienes están en Su Iglesia o quienes Él desea llamar a pertenecer a esta.

Es suficientemente claro del hecho que invocamos el día de hoy, que los Apóstoles estuvieron llenos del Espíritu Santo y que la Iglesia continúa con esta gracia a través de los sucesores de los apóstoles—los obispos verdaderos.

Lo que en muchas ocasiones fallamos en visualizar es que el Espíritu Santo, obró de la misma manera, entre los apóstoles como entre quienes los escuchaban y se convirtieron. Por medio del bautizo y la confirmación hemos recibido el Espíritu Santo y nos hemos hecho Su templo.

Existe una gran cantidad de gracia que nos ofrece para nuestra santificación si cooperamos con Él. Quienes escucharon a los apóstoles predicar, creyeron y fueron bautizados, cooperando con el Espíritu Santo lo recibieron a Él y Su gracia.

Vemos que el Espíritu Santo obra en ambas (la jerarquía de la Iglesia y sus fieles) para traer y hacer más efectiva la salvación de las almas. Mientras que hacemos oración por nuestros obispos y sacerdotes para que estos cooperan de mayor manera con el Espíritu Santo, no debemos olvidar nosotros hacer lo mismo. Debemos hacernos templos dignos de Dios.

Debemos constantemente recordar que pertenecemos a Dios. Que hemos sido comprados por un gran precio, la vida de Cristo; hemos sido purificados y santificados por la gracia del Espíritu Santo a través de los sacramentos.

Somos templo de Dios, nuestro cuerpo y alma son sagrados y no deben ser profanados. Mientras que vemos a muchos otros que no son miembros de la verdadera Iglesia, como hacen una cosa u otra sin freno ni control. Debemos nosotros detenernos y alejarnos para no hacer lo mismo porque hemos sido santificados y recibido el Espíritu Santo.

No es apropiado mancillar, ni profanar lo que es santo. Es lo mismo al sacrilegio de profanar una Iglesia o cualquier otro objeto dedicado a Dios. ¡Si sólo pudiéramos ver que tan terrible pecado es este!

El Espíritu Santo, no viene a nosotros de la misma manera, o mismo grado. Por lo que debemos recordar siempre ser humildes. No debemos permitir que los dones de Dios nos hagan orgullosos y llenos de vanidad. La razón por la que el Espíritu Santo, no nos llena de manifestaciones milagrosas, en nuestros días, es porque serían más dañinas que benéficas. El hombre está más que nunca inclinado a la vanidad y con la tendencia a quitar a Dios el honor y gloria que sólo a Dios le pertenece.

¿Qué tan terribles consecuencias tendría que se les dieran más dones extraordinarios?

Debemos de igual forma privarnos de la envidia y celos al ver como Dios colma de bendiciones sobre los demás. En lugar de caer en esta tentación, más bien, debemos estar agradecidos y glorificar a Dios por su bondad y misericordia. Debemos ver que todo lo que Dios hace esta bien hecho.

Los dones que Dios nos ha dado, no son sólo para nuestro beneficio, sino para bienestar de los demás. La gracia que recibieron los apóstoles no fue sólo para beneficio personal, sino para la santificación de igual manera de los demás. Lo mismo sucede con nosotros, las gracias que recibimos desde cualquier forma de vida personal que estemos viviendo, no son sólo nuestras. No las merecemos, son y pertenecen a Dios al cual debemos glorificar constantemente.

Las debemos compartir los unos con los otros para ayudar a los demás y juntos, dar gloria y honor a Dios.

Así sea