4 MARZO DE 2012
Queridos Hermanos:
La semana pasada vimos como, Jesucristo en Su Humanidad es tentado por el demonio; el día de hoy lo vemos, en la montaña, Transfigurado en Su divinidad.
Se nos ha presentado en Sus dos naturalezas: Dios y hombre. No sólo se nos recuerdan las dos naturalezas de Jesucristo sino que además se nos hace énfasis en que debemos necesariamente recibir la penitencia y el sufrimiento antes de la gloria y el placer.
La estación de cuaresma, es tiempo de prueba y tribulación. Aunque es relativamente corta (una decima del año) representa básicamente nuestra vida aquí en la tierra. La cual, en este mundo es verdaderamente corto, cuando la comparamos con la eternidad.
La transfiguración, toda la gloria y la felicidad que le acompaña, están reservadas para la próxima vida. Se nos da sólo una probadita de vez en cuando para recordarnos nuestra recompensa y mantenernos enfocados en nuestra tarea de complacer a Dios, para poder pasar la eternidad con Él.
Sin embargo, antes de toda esta gloria debe existir la cruz. Debemos cargar con nuestras cruces y pasan por el calvario. Esta cruz no sólo es por el tiempo de cuaresma, sino en cada día de nuestra vida. Jesucristo nos invita a tomar diariamente nuestra cruz y seguirlo. Parece como un largo camino, pero verdaderamente la eternidad esta a la vuelta de la esquina, cuando la consideramos desde esta perspectiva.
Si pensamos en la alegría y gozo del cielo, la presente tiniebla y sufrimiento, sería insignificante. Esta es una de las razones por las cuales Nuestro Señor permite a tres de Sus Apóstoles ver esta Transfiguración.
Los apóstoles fueron fortalecidos para el sufrimiento y muerte que estaba ya próxima sobre Jesucristo, el Viernes Santo. Fortalecidos con esta experiencia de primera mano sobre la divinidad de Jesucristo, los prepara para poder atestiguar, posteriormente, las humillaciones, y muerte de Jesús.
Tal vez no los preservó de caer nuevamente, sin embargo, si fue una forma de hacerlos levantarse de sus errores y corregir sus caminos.
San Juan, por una parte, pasó sobre todo y permaneció al pie de la cruz, con amor profundo y devoción a Dios, mientras que san Pedro, al extremo opuesto, faltando, sin embargo recuperándose rápidamente. Cada uno de ellos nos deja una espléndida lección que aprender, independientemente de donde se encuentre nuestra fe en este momento.
Nuestro sufrimiento durante la cuaresma, con toda la abstinencia, ayuno, mortificación y penitencia es grandemente disminuida ante la vista de la Resurrección
Que están ya próximos.
Este conocimiento, que nos dice que el fin no está lejos, nos da el deseo de perseverar y continuar aún con mayor valor, voluntad y amor. Lo cual debe suceder de igual manera con nuestra vida diaria. Estamos en esta vida sólo por un momento.
Cuando el número designado para nosotros se cumpla, abandonaremos este valle de lágrimas para entrar a la alegría eterna del cielo. Si hemos perseverado hasta el final, amando a Dios, durante todo el sufrimiento y dolor del aquí y ahora.
Busquemos amar como lo hizo san Juan y jamás abandonar a nuestro señor, mientras estamos en este valle de lágrimas y tinieblas. Cuando necesitemos motivación y esperanza volteemos nuestra mirada a la gloriosa resurrección. Si fallamos, reconozcamos nuestra debilidad levantando nuestra mirada a Dios con lágrimas y verdadera contrición, con la resolución de vivir mejor buscando hacer todo lo que este de nuestra parte para reparar el daño que hemos causado.
De igual forma pidamos a san Pedro nos ayude a regresar al buen camino, de la gracia y verdadero amor por Jesucristo, buscando la penitencia en lugar de la comodidad. En reparación por nuestras transgresiones.
Con esta visión de la gloria y felicidad del cielo, consideremos de manera consiente nuestras obligaciones y compromisos aquí en esta vida. Que este tiempo de cuaresma nos sirva para hacer un examen de conciencia y hacer actos de reparación por nuestras culpas, por medio de la penitencia.
Debemos cumplir con nuestra obligación de confesar nuestros pecados y limpiarlos de la manera que mejor podamos, para poder de manera digna, recibir a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, de la Resurrección de nuestro señor.
Pero algo aún más importante, debemos hacer penitencia todos los días y cargar con nuestras cruces por el resto de nuestra vida, para que Él pueda recibirnos cuando dejemos este mundo.
Así sea.