1 de abril de 2012
Queridos Hermanos:
Iniciamos el día de hoy, con una nota de alegría, para terminar en una situación lamentable. Vemos a Jesucristo entrar a Jerusalén como un Rey. Es bienvenido por las multitudes, para en un tiempo no muy prolongado, estas mismas personas griten por la sangre de Jesucristo.
Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Rey es abandonado por casi todos con excepción de Su madre, un discípulo y algunas mujeres.
Dios no ha cambiado, sino que es el hombre que ha cambiado de actitud. Esto lo vemos suceder constantemente un y otra vez en nuestros días. Cuando todo va por buen camino estamos dispuestos a cantar las glorias de Dios, quien nos da todas estas bendiciones.
Una vez que nos manda algo que no está muy a nuestro acorde y forma de vida, estamos puestos de inmediato a rechazarlo y buscar en algún otro lugar por algún otro dios a nuestro gusto, que nos obedezca y sirva.
En nuestros pecados clamamos y gritamos, igual que en aquel entonces, "Crucifícale, crucifícale”
Que volubles, fríos e insensibles, somos. Ante la más mínima tentación estamos dispuestos a rechazar a Jesucristo y seguir a los demonios. Es la verdad, estemos de acuerdo en aceptarla o no, sino estamos con Cristo estamos en contra de Él. No hay mucho margen entre estos dos extremos. Nuestro Señor Jesucristo lo ha puesto bien claro, o estamos con ÉL o estamos en Su contra. Cada pecado mortal es abandonar a Cristo y unirnos a los demonios.
Las palmas benditas que sujetamos en nuestras manos es una forma simple de recordarnos nuestra inconsistencia. No son sólo los judíos los que honraban a Cristo como Rey y después exigían Su muerte, nosotros de igual forma somos culpables de esta rebelión con todos y cada uno de los pecados que cometemos.
No hemos sido otra cosa que meros “oportunistas”. Unas vez que nos enfrentamos a las cruces o momentos difíciles, estamos listos para abandonar a Jesús. Para unirnos a nuestras pasiones, al mundo y al demonio, sabedores de antemano que son mentirosos y nos están engañando, sin embargo, decidimos seguirlos y creer sus mentiras. Sabemos que Dios es todo amor, justo y santo, sin embargo decidimos rechazarlo.
Aún después de que muchos pecadores contemplan a Jesucristo sufriendo en la cruz, continúan rechazándolo. Nosotros, simples y tontos mortales, buscamos el paraíso aquí y ahora, cuando Jesucristo nos ofrece la recompensa eterna del cielo, lo rechazamos.
El mundo, el demonio y nuestras pasiones nos ofrecen el cielo del aquí y el ahora de toda la eternidad del infierno. Lo cual nos parece más llamativo por culpa de nuestro egoísmo y niñería.
Lo que es aún más sorprendente es que aún los mismos pecadores en base a la experiencia propia, sabedores de que estos tres enemigos, el demonio, el mundo y nuestras pasiones, siempre nos prometen el paraíso, para sólo darnos miseria, vergüenza, y el sufrimiento del aquí y el ahora.
De igual manera nuestra fe nos dice que estas serán sufrimientos que viviremos en este mundo y por toda la eternidad, en el infierno. Nuestros pecados están muy alejados de traernos paz y felicidad.
Dios, por otra parte nos ofrece el sufrimiento y las cruces del aquí y ahora “toma tu cruz diariamente y sígueme” y os garantiza que si hacemos eso, nos dará la vida eterna posteriormente, en el cielo.
Sabemos que Dios es la verdad, sin embargo, no le creemos y continuamos regresando a nuestros pecados como el perro a su vomito.
Con estas palmas benditas en nuestras manos, veámoslas y reflexionemos sobre nuestra superficialidad en la fe. Coloquémosla en nuestro hogar, en un lugar muy importante donde podamos verla y recordar que estamos aclamando a Jesucristo como a nuestro único y verdadero Rey. Debemos profesar seguirlo sólo a Él.
En cada momento que tengamos la desgracia de caer en pecado, volteemos a estas palmas benditas, con dolor y verdadero arrepentimiento, recordemos que hemos traicionado a nuestro Rey y Dios.
No hagamos a un lado o para después nuestro arrepentimiento, busquemos y regresemos a Dios de manera inmediata (el siempre está dispuesto a recibirnos) a través del sacramento de la penitencia y morir a nosotros mismo por ÉL, como lo ha hecho Él por nosotros. De esta manera podemos de manera verdadera esperar resucitar con Él al final de los tiempos.
Así sea.