Saturday, December 17, 2011

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

18 DE DICIEMBRE DE 2011

Queridos Hermanos:

Una vez más, escuchamos la invitación de San Juan Bautista, es tiempo de preparar nuestra alma para recibir a Jesucristo. Se nos invita hacer penitencia y arrepentirnos de nuestros pecados, para que Cristo pueda venir a nosotros.

El tiempo está ya próximo, día a día, se nos termina. No sabemos si tendremos una oportunidad el día de mañana, por lo tanto, debemos iniciar hoy mismo, en este preciso momento.

San Juan predica un bautismo de arrepentimiento, sus palabras tienen tanto valor para nosotros, como las tuvieron en aquel entonces, a quienes directamente se lo decía.

Debemos rechazar nuestros pecados y vicios y vestirnos de los frutos dignos de la Redención.

San Gregorio Nacianceno nos dice que hay varios tipos de bautizos:

“Moisés bautizó, en agua, en las nubes y en el mar, sin embargo, esto lo hizo figurativamente. San Juan También bautizó, no en el rito judío, no solamente en agua, sino que también en la remisión de los pecados; sin embargo, no en una total manera espiritual, porque no agregÓ, en espíritu; Jesucristo bautizó en el espíritu y esta es la perfección.

Hay un cuarto bautizo. Que es atraído por el martirio y sangre, en el cual Jesucristo, Él mismo, fue bautizado, el cual es más venerable que los demás, siempre y cuando no sea repetido por los otros de manera contagiosa. Pero hay todavía uno más, más laborioso, por lágrimas, con el cual David mojaba su lecho todas las noches, empapando su cama con lágrimas. (Salmo VI, 7)

En el bautizo morimos con todos nuestros pecados para que resucitemos limpios y triunfantes. El bautizo de San Juan no borraba los pecados, como lo hace el bautizo de la Iglesia instituido por Jesucristo. Fue un símbolo que señalaba lo que había por venir al igual que lo hizo Moisés. Aunque el primero era un poco más claro que este último, sin embargo, aún este, se quedaba corto de lo que Jesucristo nos ha dado.

Nosotros hemos recibido el bautizo que Jesucristo ha instituido en la Iglesia. Este es un regalo glorioso y grandioso que debemos de igual manera compartir y preservar.

Lo trágico como nos lo señala san Gregorio es que frecuentemente: “es ensuciado con el contagio repetitivo”

Sin embargo, no todo está perdido, ya que Dios al ver este terrible mal en nosotros, ha instituido el sacramento de la penitencia, para que limpiemos nuestra alma, nuevamente, después de haber sido contagiados por el pecado.

Estos días últimos de adviento, nos deben recordar que debemos hacer uso correcto y adecuado del tiempo que nos queda, para incrementar nuestra penitencia con mayor insistencia, como anticipación a la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que está cada vez más cerca día con día.

Tal vez, algún día recibamos la bendición del bautizo de sangre para de esta manera asemejarnos más a nuestro Señor. Nosotros, como el buen ladrón, que colgaba de la cruz, a un costado de nuestro señor, logremos “robar el cielo”.

No debemos por ningún motivo desesperarnos, por tantos pecados cometidos, sino que siempre debemos estar dispuestos a levantarnos y arrepentirnos sinceramente. Buscando además y pidiendo a Dios Nuestro señor la perseverancia final.

Después de todo, es cómo terminemos, lo más importante.

Si no recibimos la gracia del martirio, podemos siempre, junto con el Rey David, seguir el camino de las lagrimas. El llanto es de igual forma una gracia de Dios, cuando es realizado en este espíritu, claro.

Se dice que Dios, no puede rechazar un corazón arrepentido. Estas lágrimas de contrición suavizan nuestro juicio. No debemos pensar que esto es algo que se hace una vez y ya todo ha terminado. Al contrario, San Gregorio nos dice que es un bautizo laborioso, “el Rey David, todas las noche mojaba su lecho con las lagrimas que derramaba” concluye.

Nunca podremos arrepentirnos lo suficiente por nuestros pecados, siempre habrá un pecado por el cual arrepentirnos. Este es un bautizo constante, porque es un constante morir a nosotros mismos. El bautizo de lágrimas sólo se detendrá cuando entremos a la alegría del cielo.

Escuchemos el llamado de San Juan y lavemos nuestros pecados con el sacramento de la penitencia, agregando además, el bautizo de las lagrimas de un verdadero arrepentimiento, con la esperanza y el deseo no sólo de un corazón arrepentido, sino de nuestra vida y sangre misma, al acompañar a Cristo en Su sacrificio.

El tiempo ya es corto y Ya viene, asegurémonos de estar siempre listos y preparados.

Que así sea.