Saturday, November 5, 2011

DOMINGO 21° DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

6 DE NOVIEMBRE DE 2011

Queridos Hermanos:

La parábola que nos dice hoy Nuestro Señor Jesucristo es para recordarnos la existencia del Infierno. El siervo que no tuvo compasión por su sirviente (después de haber recibido mucho de su Señor) fue entregado a la tortura hasta que pago su última deuda. Mientras que este hombre está en prisión y siendo torturado no tiene ninguna posibilidad de generar algún ingreso y por lo tanto, no tiene forma de pagar su deuda, luego entonces no puede ser puesto en libertad.

Quienes están condenados al Infierno y ser torturados tampoco serán liberados, ya que no pueden merecer ni recibir nada más que, sufrimiento en el mismo Infierno.

Es una cosa muy aterradora caer en prisión, en este mundo, sin embargo esto no se compara con la prisión eterna del Infierno. La prisión temporal termina algún día, ya sea con la libertad o la muerte. En el infierno no hay salida ni libertad ni muerte, para poder escapar de sus horrores.

Todo pecador es un siervo en deuda. Y todos lo somos, si consideramos nuestro catecismo que nos dice que fuimos creados para: “Conocer, amar y SERVIR a Dios, en este mundo” si logramos hacer esto, seremos recibidos en el Reino de los Cielos. El pecador sin embargo, es un siervo infiel. El pecador toma las cosas de Dios y hace mal uso de estas, es decir que, de alguna manera usa y abusa de lo que es sólo de Dios, en otras palabras le está robando a Dios.

Pongamos un ejemplo:

Quien vive en el Orgullo, raíz de todos los pecados, quita a Dios el honor y la gloria que le pertenecen sólo a Él y se lo atribuye a sí mismo. Como pecadores nos hemos convertido en ladrones – robando lo que le pertenece sólo a Dios. Nuestra posición de siervos no es excusa para nuestras acciones ni las condona de ninguna manera, por el contrario, somos sirvientes y se no ha encargado mucho, haciéndonos responsables directos de lo que sucede. A quien mucho se le ha dado mucho se le ha de exigir.

Si podríamos contabilizar nuestros pecados y ofensas en contra de Dios, pronto nos daremos cuenta que estamos más endeudados que el siervo infiel del que nos habla la parábola de hoy.

Sin embargo, no se ha perdido toda esperanza. Si con toda confianza y humildad confesamos nuestros pecados y faltas, al ministro de Dios con la firme resolución de, ayudados con la gracia de Dios, ser mejores. Dios siempre está dispuesto a perdonarnos todo. Es una gran experiencia y belleza el recibir este consuelo y perdón. Palabras hacen falta para expresar este gran alivio. Sólo quienes lo han experimentado pueden entenderlo.

Se nos ha ordenado amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Así como estamos en deuda con Dios lo estamos con nuestro prójimo. Y de la misma manera como Dios ha sido misericordioso con nosotros y está listo y dispuesto a perdonarnos siempre.

Cuando nuestro prójimo pida nuestro perdón debemos estar con la misma disposición de perdonar como Dios lo hace con nosotros.

Es realmente verdadero que, dando es como recibimos. Cuando estamos en la posición de poder dar y ayudar a alguien más, estamos en cierta manera, en posición similar a Dios. Estamos de manera más cercana y similar a Él. Sin embargo, debemos ser precavidos a cada momento que nos acercamos más y más a Dios y sus perfecciones, ya que existe el mismo peligro de pasar al otro extremo y convertirnos en orgullosos e injustos y/o vanidosos, al querer tomar la posición de Dios. Se nos ha dicho que debemos buscar y ser como Dios, mas sin embargo, no debemos olvidar nunca que no somos dioses.

Mientras permanezcamos humildes y con un corazón amoroso por Dios, y una verdadera caridad por nuestro prójimo, nos acercamos más a Dios y recibimos mayores gracias. Dios tiene tesoros infinitos y esta siempre dispuesto a compartirlos con nosotros siempre y cuando nos conservemos como siervos fieles y buenos. Mientras más ayudemos y hagamos el bien a nuestro prójimo, Dios de la misma manera nos recompensará infinitamente con mayores dones.

En lugar de reducir drásticamente lo que tenemos, cuando perdonamos las deudas y ayudamos a nuestro prójimo, realmente incrementamos nuestros tesoros al ser recompensados infinitamente por lo que hacemos, a nuestro prójimo, por amor de Dios.

Así sea