13 DE NOVIEMBRE DE 2011
Queridos Hermanos:
“Dar al Cesar lo que es del Cesar y, a Dios, lo que es de Dios”
Con facilidad podemos ver la inscripción de la imagen en la moneda de aquel entonces y uso diario, sin embargo, no nos es fácil muchas veces, ver la inscripción que es puesta en nuestro cuerpo y alma. Nuestro catecismo nos informa que somos creados a la imagen y semejanza de Dios. Basados en esto debemos ver, nosotros mismos, la necesidad de regresar a Dios. Sumado a esto, están las gracias que hemos recibido en nuestro bautismo y los demás sacramentos. Nuestra alma ha sido limpiada y purificada y la imagen indestructible de Dios, ha sido incrustada en ella.
Somos templos del Espíritu Santo y marcados con la imagen de Dios. No puede haber ni ser más claro que, somos y pertenecemos a Dios y que consecuentemente, debemos regresar a Él.
Los diezmos en dinero, animales, hierbas etc. Es sólo la sustitución de los dones que Dios nos pide. Dios pide la ofrenda de los primeros frutos de nuestro trabajo, desde el principio. El diezmo toma nuestro lugar, esta es la razón por la que debe ser de nuestra primer cosecha, debe ser, consecuentemente lo mejor que podemos ofrecer.
Cuando los Israelitas se separan de Egipto, vemos entre muchas otras plagas, la que afectaba a los primogénitos. Los Israelitas entendieron que el primer fruto de sus labores y de su linaje le pertenece a Dios. En lugar de pedir a cada familia el primogénito, Dios acepta una familia dedicada completamente a ÉL, la tribu de Levy, Dios acepta esta familia de sacerdotes como la ofrenda de los demás.
Ya no tenemos el sacerdocio hereditario, sino uno más perfecto, en el que Dios llama de manera voluntaria a quienes a Él, place para que, se ofrezcan a darle honor y gloria y por beneficio de los demás. Aparte de esto se encuentra el sacrificio de todos los religiosos, tanto hombres como mujeres. Estas personas se ofrecen a sí mismos por el bien de los demás. Rezan los salmos todos los días, ofreciendo las oraciones que el mundo le debe a Dios. Estos son los que se entregan completamente por el plan original de Dios – ofreciéndose a sí mismos y todo lo que tienen por Él. Portan por dentro y por fuera de su cuerpo y alma la imagen de Dios, y toda su vida es dedicada completamente a Dios.
Los sacerdotes y religiosos, también se han convertido en la ofrenda por el resto de la humanidad. Representan el diezmo del resto de los hombres – el primer y mejor fruto que se puede ofrecer.
Sin embargo, es lamentable el estado de cosas en el que nos encontramos en nuestros días. Existen muy pocos verdaderos sacerdotes y religiosos. Por lo que el ofrecimiento a Dios es mucho más reducido al plan original de Dios, el primer fruto o el diez por ciento de nuestro trabajo.
Este es nuestro compromiso y deuda que tenemos con Dios y nos daremos cuenta que, hasta que lo saldemos podremos ser aceptados por Dios.
Nuestra ofrenda (si en alguna ocasión la hacemos) no es lo mejor que tenemos. Hemos tomado lo mejor para nosotros y el mundo y hemos dado lo que nos sobra a Dios.
Frecuentemente escuchamos comentarios que aluden a que una vida se ha perdido, en los religiosos, que se ha encomendado a Dios, pudiendo hacer tanto bien y en beneficio del mundo. Cuando lo que de verdad nos debería preocupar es que, cuantos han desperdiciados sus talentos en este mundo, cuando pudieran hacer mucho y más bien, por su prójimo, el honor y gloria de Dios, en el claustro de los conventos.
Muchos sacerdotes y religiosos han olvidado que su primera obligación y responsabilidad es Dios y, su ofrenda es en primer lugar para Él. Han decido servir primero a los demás hombres y se han hecho “humanistas” en lugar de santos y ofrendas aceptable a Dios, en beneficio de su prójimo.
Pidamos a Dios por verdaderas vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa.
Pidamos para que los que han sido llamados se hagan verdaderamente santos, complacientes y aceptables a Dios. Ayudemos a estos religiosos tanto física como espiritual, porque han voluntariamente decidió ofrecerse a sí mismos por el amor de Dios.
Motivemos y apoyemos a lo mejor de nuestros jóvenes, para que decidan entregarse a Dios, en lugar de al mundo, sólo de esta manera nuestra ofrenda será aceptable.
Sin embargo, debemos de igual forma pertenecer a Dios, sabiendo que los sacerdotes y religiosos nos ofrecen la oportunidad de pagar el diezmo de lo que tenemos.
Esta ofrende en nuestro nombre es aceptada por Dios, al pedir por y en unión de estos hombres y mujeres, religiosos y sacerdotes que se dedican a Dios y cumplen con sus obligaciones.
Así sea.