Saturday, November 19, 2011

DOMINGO 23° (ÚLTIMO) DESPUÉS DE PENTECOSTES

20 DE NOVIEMBRE DE 2011

Queridos Hermanos:

Nuestra santa madre, La Iglesia católica, quiere que reflexionemos, sobre el fin de este mundo, tal y como lo conocemos (en ocasión del domingo último del año litúrgico).

En el evangelio se nos indican las señales que debemos buscar a nuestro alrededor para identificarlos. Una de las más aterradoras manifestaciones, es la profecía de Daniel que nos dice:

“La abominación de la desolación tomará posesión del lugar santo”.

Nos hemos preguntado y considerado en múltiples ocasiones que es lo que esto significa, concluyendo una y otra vez en lo mismo. Es decir, la destrucción del Santo Sacrificio de la Misa.

Encontramos en las notas de los comentarios de la biblia, versión Douay Rheims Haydock: “la abominación de la desolación… será plenamente completa por el Anticristo y sus precursores, cuando traten de abolir el santo sacrificio de la misa. San Hipólito, en su tratado sobre el anticristo, mencionado por Eusebio y san Jerónimo, así escribieron:

“la Iglesia, se lamentará con gran dolor porque ya no habrá oblación, ni incensación, ni adoración agradable a Dios… En esos días la liturgia (la misa); será escasa, los salmos cesaran, la lectura de las Sagradas Escrituras dejara de escucharse”

EL Profeta Daniel (12:11) calcula el reinado del Anticristo, desde el momento en que el sacrificio diario sea removido, el cual, por los comentaristas fiables, se entiende el sacrificio de la Misa, el cual será su prioridad del anticristo, suprimir”.

El lugar más santo sobre la tierra debe ser donde Jesucristo se hace presente y reside –sobre los altares de la Iglesia católica verdadera-. El santo de los santos, no es sólo un lugar, sino cada tabernáculo en el santuario de cada iglesia verdadera, en todo el mundo.

La Misa es el sacrificio diario y el sacrificio del calvario pero, sin sangre. El cual se ofrece en este Santo de los Santos.

Jesucristo Nuestro Señor verdaderamente reside en estos tabernáculos en cuerpo y alma.

Hemos sido testigos en nuestros días del proceso gradual y metódico para remplazar a Jesucristo Nuestro Señor de los altares y tabernáculos, por una verdadera abominación.

Los tabernáculos fueron removidos, una mesa se colocó en el lugar del altar, un ágape sustituyo al sacrificio, el humanismo ocupó el lugar del culto divino, “ministros, moderadores, presentadores, o lideres”, remplazó al sacerdote del sacrificio. Además de los laicos y las mujeres que invadieron los santuarios, convirtiéndose en espíritus del mal. Lo que una vez fue sagrado, se convirtió en común y profano. Han ocupado muchas de estos lugares que fueron, sólo para Dios.

Existe casi y por completa la abominación. La destrucción no es total porque Dios – en Su misericordia – ha visto que es adecuado proveernos con un número reducido de obispo y sacerdotes quienes han colocado humildes santuarios como los que teníamos en el pasado, sin embargo que no son menores y son igualmente santuarios donde Jesucristo Nuestro Señor se hace presente en el Santo Sacrificio de la Misa, lugar donde Dios hace Su morada tras la apariencia de pan, en todos y cada uno de nuestros tabernáculos.

Aunque estos pocos sacerdotes y santuarios continúan, y detienen de manera temporal el final inevitable, el tiempo es verdaderamente reducido y día a día el mundo se aleja cada vez mas de Dios y Sus clérigos y santuarios.

Se nos ha dado la oportunidad, el día de hoy nuevamente, para que reflexionemos sobre este fin inevitable, y para no caer en la desesperación sin esperanza, sino más bien para que eliminemos el letargo y carroña de este mundo y buscar con todo nuestro ser, obtener e incrementar nuestro amor por Dios, día con día. Es nuestro amor por Dios que nos inspira el amor por Su Iglesia, los sacramentos y Su palabra, pero mucho más importante SU presencia real y sacrificio en la verdadera Misa.

Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para motivar y de manera valiente apoyar estos esfuerzos con la oración, sacrificios y ofrendas, buscando nunca perder el Santo de los Santos o permitir que sea por completo eliminado por el anticristo.

Cuidemos, el santuario, no sólo físico (ladrillos y cemento) sino de manera especial los santuarios espirituales, nuestro cuerpo y alma, para que seamos verdaderamente, templos de Dios.

Si todo lo demás se pierde, no perdamos nunca nuestra fe y confianza especialmente en nuestro amor por Dios. De esta manera, mientras permanezcamos en este mundo, Jesucristo encontrara refugio, santuario, en nosotros.

Así sea