Saturday, June 4, 2011

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENCIÓN

5 DE JUNIO DE 2011

Queridos Hermanos:

San Pedro, nos dice el día de hoy que debemos tener “caridad mutua y constante” Jesucristo Nuestro Señor nos dice en el Evangelio de hoy que “llegara la hora en la que quien os quite la vida y piense que está sirviendo a Dios” con estos dos pensamientos en mente, consideremos nuestra propia vida y actitudes hacia los demás.

¿Con que frecuencia existen desavenencias entre los católicos por cosas tan pequeñas, vanas e insignificantes, convirtiéndolas el demonio en grandes argumentos y en algunas ocasiones motivo de gran disgusto y odio hacia los demás?

El mandamiento de Cristo, de amarnos los unos a los otros y aún, amar a nuestros enemigos y nos persiguen, parece haber caído en oídos sordos.

Nuestro esfuerzo por “ganar” o parecer en lo “correcto” ante los ojos de los hombres frecuentemente elimina el mandamiento primordial, tener caridad. Se nos olvida que el primer mandamiento y el más importante, es amar a Dios con todo nuestro ser y con un amor preferencial y el segundo mandamiento es amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Se nos olvida que la caridad cubre una multitud de pecados.

Frecuentemente escuchamos a las personas que rehúsan enfrentar discusiones sobre religión o política. Consideran que están haciendo algo noble o grande al evitar una mirada justa en busca de la verdad y la justicia, son más bien cobardes que se esconden tras el velo de una falsa caridad.

Por el otro lado, contamos con personas que quieren discutir y acosar a los demás con sus discusiones sólo para ser percibidos como quienes tienen algún tipo de “conocimiento”

La virtud esta siempre en el centro, (evitando cualquier extremo), debemos estar siempre y en todo momento disponibles y dispuestos para iluminar a los demás con la verdad, sin embargo, no debe ser nuestra propia “verdad” sino de Dios, la que llevemos e inculquemos en los demás.

Tener la certeza que estamos verdaderamente en lo correcto, es lo que muchos pierden de vista ya que se les ha presentado una imagen muy reducida y no la voltearan a ver.

Su orgullo esta inflamado y se lanzan a tratar de “enseñar” al mundo.

La humildad nos dicta que debemos reconocer que en la mayoría de estas ocasiones estamos muy limitados en nuestro entender y conocer, por lo que debemos estar prestos a escuchar la opinión de los demás.

En la política donde debemos poner nuestra esperanza y confiar en un político que con frecuencia (casi siempre) esta guiado por cuestiones mundanas y no motivos religiosos, debemos estar en guardia. En cuestiones religiosas debemos siempre buscar a la autoridad de la Iglesia: en las escrituras y en la tradición, confiando en la autoridad legítima que Dios ha puesto sobre nosotros.

Es siempre más saludable desconfiar de nosotros antes de hacerlo con los demás. Para luego entonces, con gran cuidado, estudio y observación objetiva, iluminada por la gracia de Dios en toda humildad y verdad podamos formar opiniones correctas y caritativamente aceptar o rechazar la opinión de los demás (buscando siempre la verdad objetiva).

Nos enteramos que, con frecuencia, los santos tenían opiniones diferentes incluso opuestas sobre algunos puntos, sin embargo sabemos que lograron llegar a la santidad por tratar estos asuntos con gran caridad. Jamás pusieron en tela de juicio la doctrina y principios ya declarados como tales, por la Iglesia, más bien buscaron estar abiertos en toda caridad con sus oponentes (correctos o equivocados).

Muchos de estos santos sufrieron el martirio como lo había dicho nuestro Señor. Iban a la muerte no con amenazas ni mentiras, sino en toda humildad y caridad, con frecuencia orando por quienes se les oponían. Amaron a sus enemigos y a quienes los perseguían.

Imitémoslos cuando somos acosados y están en contra nuestra, nuestros prójimos.

Hagámonos a un lado, cuando sea necesario y por buscar la paz y la concordia (jamás al grado de negar nuestra fe) buscando siempre imitar a nuestro Señor Jesucristo, quien es dócil y humilde corazón. Busquemos tener un corazón siempre movido por la caridad y con esto cubrir una multitud de pecados.

No tengamos ningún temor a la muerte ni aún a los que la buscan pensando que agradan a Dios.

Más bien busquemos estar unidos con Cristo, en el Cielo. Con esta manera de pensar nuestros enemigos se convierten en grandes bienhechores nuestros. Nos dan la oportunidad de ver a Dios y si no nos llevan hasta este punto, por lo menos nos dan la oportunidad de practicar las virtudes que Cristo desea apliquemos en nuestra vida.

De cualquier manera nos hacen un gran bien y se han ganado nuestra gratitud y amor.

De esta manera, estamos naturalmente inclinados a amarlos y ofrecerles nuestro perdón y pedir a Dios que haga lo mismo: “perdona nuestra deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”

Así sea