26 JUNIO DE 2011
Queridos Hermanos:
“Quien no ama, permanece en la muerte” (1 San Juan 3:14)
Existen muchas personas que creen amar cuando en realidad no lo hacen. Amor propio no es verdadero amor. Si alguien realmente se ama buscará sólo aquello que es para su beneficio eterno y luchara constantemente en contra de este distorsionado amor propio.
El amor propio está lleno de vanidad y orgullo por lo tanto le falta la gracia de Dios. En esto vemos que el amor propio no es el amigo de uno mismo sino su peor enemigo. El amor propio intimida al verdadero amor y se convierte en un enemigo eterno para nosotros.
Somos testigos en el Evangelio del día de hoy, como una persona trata de justificar el no haber asistido a la cena. Todos y cada uno de ellos, llenos del amor propio, buscan una justificación por no asistir a donde debieron hacerlo. Su amor propio y voluntad desordenada se vuelven obstáculos a su eventual felicidad y tranquilidad.
Asumen que siguiendo su amor propio encontraran la felicidad, pero al final, se les niega probar siquiera, de la Cena.
Después de consentir a nuestra voluntad, somos abandonados y frustrados. Los goces que nos proporciona el amor propio resultan ser ilusiones decepcionantes. Usualmente descubrimos esto, sólo cuando hemos sido rechazados de la cena. Es en este momento, demasiado tarde para regresar o intentar asistir a la gran cena. Ya no hay marcha atrás. La gracia que hayamos rechazado ya no regresará nunca.
En la misericordia de Dios puede que nos mande otra, pero la que hemos rechazado se pierde totalmente.
En lugar de acumular tesoros para el cielo hemos frecuentemente perdido y desperdiciado tiempo valioso al rechazar la gracia de Dios, tal como rechazó la invitación la persona de que nos habla el evangelio de hoy.
Hemos decidido preferir el placer y goce pasajero del amor propio en la vanidad y el orgullo en lugar de recibir verdaderamente las cosas buenas que nos ofrece Dios. Tan frecuente como estas gracias y oportunidades (invitaciones) son rechazadas por nosotros es más probable que no recibamos ya ninguna otra.
Eventualmente, quienes han rechazado todas las gracias destinadas para ellos ya no recibirán ninguna más al ya no quedar ninguna para esto. Serán eliminados para siempre, de la entrada a la cena celestial.
Por otro lado, quienes aceptan y reciben con gratitud la invitación a esta cena, serán invitados no a cualquier cena pequeña, sino que serán recibidos a la Gran Cena. Llenos de delicias sin fin, por su cooperación con la gracia que Dios les ha dado. No sólo incrementarán la gracia actual sino que se les sumarán otras más. Dios los invita constantemente hasta darles la bienvenida, algún día, en la fiesta eterna del cielo.
Los que han rechazado estas invitaciones lo perderán todo eternamente. Les sucederá como lo señala san Juan, en líneas superiores: “quien no ama habita en la muerte”.
Estas pobres almas habiendo escogido seguir su desordenado amor propio en toda su vida, rechazando una y otra vez la invitación de Dios a Su gran cena, no encontraran más que desilusión y frustración en esta vida, pero peor aún, no conocerán ningún tipo de felicidad al apartarse completamente del cielo.
Morirá la segunda muerte y sufrirán toda la eternidad, por su error. Se odiarán constantemente y por toda la eternidad al ver que tan fácil hubiera sido aceptar y corresponder a la invitación.
Muchas veces la invitación es rechazada y el mensajero siente un gran dolor y rechazo, como si fuera él, a quien han rechazado. Aunque e mensajero es constantemente criticado y acusado, Nuestro Señor nos dice que no es el mensajero el que es rechazado, sino quien lo ha mandado (Dios) quien es realmente al que rechazan. Muchos condenan a la Iglesia y sus ministros más no entienden que al hacer esto no están rechazando a estos sino a Dios que los ha mandado. Por lo tanto, al darnos cuenta del rechazo constante de nuestro prójimo por nuestros buenos deseos e intenciones, no lo debemos tomar como un insulto personal.
No somos nosotros los que hemos sido rechazados, sino Dios N. S. el deseo de Dios para sus siervos es que regresen una y otra vez a seguir invitando a los demás hasta que Su casa se llene.
Busquemos y hagamos oración por quienes Dios nos ha enviado para invitarlos a Su Reino, pero si nos damos cuenta que rechazan esta invitación y prefieren permanecer en la muerte en lugar de vivir, busquemos a otros que sean más cooperativos con la gracia de Dios. No lancemos perlas entre los cerdos o invitar a la cena quienes han escogido la muerte y no pueden comer.
Así sea