Saturday, February 19, 2011

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA

20 DE FEBRERO DE 2011

Queridos Hermanos:

Nuestro Señor nos invita a todos a laborar en Su viñedo. Aunque nos llama a todos, hay ciertos individuos que no escuchan este primer llamado, por lo que permanecen inactivos hasta que quieren o se encuentren disponibles a acudir al llamado de Dios y creen que, posiblemente los llame a otra hora. Muchos son los llamados pero pocos los elegidos porque pocos acuden, al llamado.

Aún entre los que acuden a este llamado de Dios, existen diferentes grados y posiciones. No son todos iguales, aunque todos reciben la misma recompensa, la salvación. Algunos acuden primero, otros después. Algunos deben ser santificados durante un tiempo prolongado, mientras que otros en un tiempo reducido y muchos entre estos dos. Aunque todos reciben el mismo denario de salvación su riqueza en el Cielo no es la misma.

Existen muchas mansiones en el Cielo. Quienes fueron fieles sobre las pequeñas cosas se les ha dado mayor recompensa en el Reino de los Cielos. Los que no fueron fieles, lo poco que tenían se les ha quitado. (San Mateo 25:23).

El menor será el mayor, mientras que los orgullosos serán los últimos: “Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos ese será el más grande en el reino de los Cielos” (San Mateo 18:4). Dios mismo se hizo el más insignificante de los hombres para enseñarnos a complacer a Dios y ganar la gracia de la salvación. Los grandes se convierten en los ciervos de los insignificantes.

Nuestro Señor nos demuestra que lo que es importante y justo ante nuestros ojos no lo es para Dios. Desde nuestra perspectiva imperfecta parece injusto recompensar a todos por igual si han sido diferentes las horas laboradas. Lo que no podemos ver es la intención del trabajador ni el esfuerzo que cada uno pone en su labor. Dios si ve esto y sus juicios son correctos, los nuestros no. Otro punto de vista que debe ser considerado es, desde la perspectiva de la eternidad. ¿Sería el Cielo menos Cielo si alguien entra en este antes o después? En la eternidad no se considera el tiempo porque todo es presente. Lo que nosotros consideramos como primero o después es algo irrelevante.

En el Cielo, no existe la envidia. Todos son completamente felices. Lo que debemos buscan mientras estamos en este mundo es un incremente en nuestra caridad. No debemos pensar en qué es lo menos que podemos hacer para recibir mayor recompensa, por el contrario, debemos considerar como podemos lograr lo máximo por medio de la caridad y aún así considerarnos merecedores del lugar menos importante del Cielo.

El pensar y actuar del trabajador católico es muy diferente al del trabajador mundano. Este busca hacer lo menos posible y recibir la mayor recompensa. Los escuchamos decir que quieren trabajar cuando en realidad lo que quieren es menos trabajo, mayores ingresos y mejor posición. Con la prevalencia de esta forma de pensar tenemos como resultado mayor egoísmo, frio y calculador. La falta de respeto los unos por los otros en nuestras acciones diarias muestran esta lamentable situación.

El ideal del católico es constantemente estar laborando por el amor de Dios.

Purifica y santifica su trabajo de esta manera. Al hacer esto destruye muchos vicios detestables como la avaricia, la envidia, los celos etc. Esta ética, motivante del trabajo, es sólo una muestra insignificante de la ética espiritual que lo mueve a hacer pensar y hablar de esta manera.

Estos son los obreros que son llamados a laborar en la viña del Señor. Algunos son llamados primero porque así han recibido esta gracia. Muchos ni siquiera escuchan la invitación porque en realidad no están buscando colaborar. Muchos escucharán esta parábola y empezaran con un plan frio y calculador para ver cómo se puede estar entre los elegidos y laborar sólo una hora. No tienen amor real por Dios, ni por Su trabajo ni viñedo. Este egoísmo sin caridad más bien les impedirá su entrada al Reino de los Cielos.

No enfoquemos nuestro esfuerzo en la recompensa que habremos de recibir, ya que en toda honestidad no somos merecedores de esta, por la insignificante actividad que hacemos, por el contrario, merecemos castigo por ser obradores no productivos.

En lo que si debemos enfocarnos es en servir y amar a Dios con todo nuestro ser, cada instante de nuestra vida. De esta manera se vuelve un placer servir a Dios en todas circunstancias placenteras y dolorosas. Encontramos gozo en la bondad de Dios ya sea manifiesta directamente sobre nosotros o los demás. El ciervo bueno y fiel encuentra placer al ver que Dios es complacido, independientemente de su interés personal. El amor lo ha hecho olvidarse de sí mismo.

De esta manera seremos amados por Dios y no sólo se nos ofrecerá laborar en Su Viñedo, sino que encontraremos la recompensa eterna con Él, en el Cielo.

Así sea