14 DE NOVIEMBRE DE 2010
Queridos Hermanos:
El Evangelio del día de hoy es referente a la tercera parábola, relativa a la semilla, a que hace referencia san Mateo en su Evangelio. En la primera nos habla de la semilla que cae sobre diferentes tipos de tierra. La semana pasada, leímos la segunda parábola, concerniente al trigo que creció y vivió junto a la cizaña hasta el momento de la siega. Ahora nos toca reflexionar sobre la parábola del grano de mostaza. La pequeña semilla que llega a convertirse en un árbol.
Sabemos que las semillas son organismos interesantes y magníficos. Son por una parte, fuertes y resistentes en contra de los ataques hostiles del medio ambiente mientras que aparecen como muy frágiles y delicados especialmente al momento de la germinación. Son pequeños, sin embargo contienen el potencial de grandes plantas capaces de reproducir semillas en sí mismas.
Debemos tomar en cuenta que algunas cosas que son aparentemente pequeñas no son por lo mismo insignificantes. La Iglesia que se inició con Jesucristo fue como una semilla de mostaza, pequeña e insignificante, aparentemente. Frágil, por lo menos ante los ojos de los Judíos, quienes pensaron que podían destruirla crucificando a Jesucristo. De la misma manera como la semilla debe morir a sí misma para convertirse en algo mejor, de igual manera Cristo Nuestro Señor dio Su vida para resucitar con un cuerpo glorificado. Desde ese momento la Iglesia creció sobre la faz de la tierra.
Lo que aparece como pequeño e insignificante ante los ojos de mundo, frecuentemente resulta ser todo lo contrario. Por lo tanto, debemos estar atentos de los inicios en pequeños. La gracia de Dios inicia de manera diminuto en nuestra alma débil pero si cooperamos y nutrimos esta gracia se convertirá no sólo en algo grande sino que nos transformara. De la misma manera el mal por más insignificante que parezca germinara en nuestro corazón y alma creciendo de manera significativa.
La tentación que no se resiste y elimina en su etapa inicial crecerá sin lugar a dudas en un gran tamaño. Se convierte en un deseo, para convertirse en realidad en las palabras, obras y acciones. Estos pecados al no ser evitados frecuentemente se convierten en hábitos y los estos, no evitados se convierten en una “necesidad”. Esa “necesidad”, no evitada, se convierte en desesperación para terminar en la condenación eterna.
Cada paso en este tipo de progreso se convierte en algo cada vez más difícil de detener. Lo mejor es evitarlo desde el inicio. Si deseamos progresar en la vida espiritual debemos cuidadosamente erradicar el pecado, desde la primera tentación.
Debemos aprender a evitar la ocasión que nos lleva a esta tentación, para evitarla o removerla lo más pronto posible. Debemos estar siempre alerta y listos para evitar toda tentación. Debemos ir poco a poco perfeccionando nuestro discernimiento para evitar, sin lugar a dudas, los tropiezos de nuestra alma.
Cometen un grave error quienes piensan que pueden andar en la tentación y no caer en esta, o eliminar su sensibilidad para no ceder y sufrir. Es una tontería ya que sólo hace que la tentación se convierta en algo más intenso, a la persona la hace descuidada y victima fácil de caer.
Por el lado contrario, debemos ser más sensibles a los movimientos de la gracia en nuestra alma ya que existe una gran cantidad de distracciones que nos hacen perder la oportunidad de recibirla. Cuando Dios nos habla, frecuentemente lo rechazamos al estar preocupados con el trabajo, diversiones, entretenimiento, etc. Debemos evitar las preocupaciones aún en nuestras ocupaciones mismas para no estar tan ocupados, y escuchar las inspiraciones que nos manda Dios.
Debemos educar nuestro oído para que escuche la voz de nuestra conciencia, nuestro ángel guardián. Frecuentemente se están comunicando con nosotros. Desafortunadamente casi nunca los escuchamos.
Debemos apreciar el tesoro de estas gracias para buscarlas y procurar no rechazarlas nunca.
Estas pequeñas inspiraciones de la gracia, crecerán como la semilla de mostaza, si le permitimos hacerlo en nuestra alma. Llenaran nuestra mente y corazón para manifestarse en nuestras palabras, obras y acciones. Mientras más las procuremos más encontraremos, mientras más acumulamos mas se incrementara. Estas gracias se manifiestan como virtudes o hábitos buenos, nos llenarán de fe, esperanza y caridad. Finalmente serán el resplandor y florecerán en nosotros al llevarnos a la salvación eterna de la alegría del Cielo.