28 DE NOVIEMBRE DE 2010
Queridos Hermanos:
El día de hoy centramos nuestra atención sobre la existencia total de este mundo. Es el inicio del año litúrgico, por lo que debemos estar inspirados a iniciarlo bien, para lograr esto, es necesario que conozcamos las metas y hacia donde nos dirigimos. Luego entonces, nuevamente nuestra atención es puesta en el fin de este mundo.
Mesclado en estas consideraciones, del inicio de los tiempos con su fin, estamos inclinados al deseo de la venida de Jesucristo, Nuestro Señor. El es el centro de todo los tiempos. Desde el momento de la creación, el hombre ha esperado que Dios venga a este mundo. Después de la caída, este deseo de la espera se hubo considerablemente intensificado en el Antiguo Testamento.
Desde el nacimiento de Jesucristo hemos visto claramente como el tiempo se ha dividido y marcado como antes de Su venida y después de Su nacimiento en este mundo. Ahora nosotros debemos estar deseosos de recibirlo en Su segunda venida a este mundo. Como preparación para su primera llegada, la navidad, de la misma manera nos preparamos de manera espiritual para recibirlo en nuestra vida y de esta manera esperar Su regreso al final de los tiempos.
San Pablo, en su carta a los romanos, que leemos en la epístola de hoy, nos da el tono del espíritu que debemos lograr para este adviento:
“Dejemos pues las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, con honestidad; no en comilonas y borracheras, no en deshonestidades y disoluciones, no en contiendas no envidias; sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo”.
En esta nuestra preparación para la navidad, es tiempo de sacar de nuestra vida, toda la maldad y todo lo que no es digno de un Hijo de Dios. Debemos renovar las promesas de nuestro Bautismo:
“Renunciamos a Satanás y a todas sus obras”.
Hemos ya seguido y escuchado las tentaciones y sugerencias de estos espíritus malignos, por mucho tiempo ya. Ahora es tiempo de una vez por todas hacerlas a un lado y eliminarlas de nuestra vida. Ahora es el tiempo de eliminar todos los malos hábitos.
En nuestro deseo por la venida de Nuestro Señor Jesucristo en nuestra vida, debemos hacer las preparaciones necesarias para que pueda llegar en nuestra alma. A Él no le interesa si tenemos ornamentos finos o caros, o corrientes y acabados. Lo que a Jesucristo Nuestro Señor le interesa es un corazón humilde, lleno de amor.
De manera voluntaria escogió nacer en un humilde establo, por lo que no importa que tan humilde sea nuestro corazón; El, sin duda alguna, lo hará su mansión. Por el contrario, rechazará todo corazón lleno de envidia, orgullo y lleno de amor propio.
Estos no tienen espacio para El. No son bien recibidos. No importa que tanto perfume se ponga, la peste del alma pútrida del pecado, resulta repulsiva para que Dios habite en ella.
Por otro lado la que está llena de humildad, sin importar que tan incómoda pueda aparecer, es el lugar predilecto de Dios para hacer de ella su morada. La clave está en la verdadera humildad.
Cristo Nuestro señor vino a este mundo por los que estaban perdidos, los pecadores. Por lo tanto la primera gracia que da es la de contrición y humildad. Si cooperamos con ella, nuestra alma le será agradable y con gusto habitará en nosotros. Tal vez pensemos que el establo sería un lugar no muy atractivo para hacer Dios de este su morada, pero más bien, rechaza el lugar donde habita, el orgulloso y vanidoso. Lo mismo sucede con nuestra alma; prefiere la humilde y pobre, sobre todas las demás.
Luego entonces, el adviento, es tiempo de penitencia, es tiempo de eliminar los pecados de nuestro pasado y empezar una vida nueva. Es tiempo de buscar, con todo nuestro ser, la venida de Cristo a nuestra alma. Analicemos como fue la espera, en tiempos de la venida física de Nuestro Señor a este mundo, para así esperarla con las mismas ansias, sentimiento de anticipación y deseo pero ahora a nuestra alma, para que la transforme de simples establos en un gran tabernáculo.
Buscamos de igual manera la segunda venida de nuestro señor Jesucristo a este mundo para que ponga total y completo orden. Sacará a todas las almas pecadoras lanzándolas a las profundidades del Infierno por toda la eternidad. Transformará este mundo renovándolo como el paraíso que debió ser desde un principio, cuando Dios lo creo todo.
Hagamos nuestra la amonestación de San Pablo y hagamos de este adviento el mejor de todos los que hayamos pasado. Consideremos todo el tiempo creado y decidamos que ahora es el tiempo aceptable. Ahora es el tiempo de preparar nuestra alma, eliminando por completo todo lo que es repulsivo y ofensivo para Dios.
Que así sea.