Saturday, June 5, 2010

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES

6 junio de 2010

Queridos hermanos:

Al parecer, en cuestiones espirituales, todos tenemos siempre alguna excusa para no realizarlas.

Hacemos grandes esfuerzos y encontramos siempre tiempo para realizar todo tipo de cuestiones efímeras y mundanas, pero nos rehusamos hacer sacrificios similares cuando se trata de nuestro placer eterno y bienestar de nuestra alma.

Encontramos todo tipo de razones para salir, en horas de trabajo y realizar actividades efímeras mucho más placenteras. Ponemos en riesgo nuestra propia salud y bienestar, por lograr ventajas monetarias. Hay quienes continúan laborando, acosta de poner en riesgo su propia salud porque dicen “necesitan el dinero” o no quieren perder su empleo.

Sin embargo, cuando se trata de las cosas de Dios, no tenemos ningún temor o vergüenza en hacerlo a un lado e inventar excusas para justificar no hacer lo que El nos pide.

El evangelio de hoy, nos previene a todos. Dios pide (exige) de nosotros nuestros primeros frutos, pero siempre o casi siempre recibe migajas, si es que le damos algo.

Nos pide orar todos los días. Y si cumplimos con esto, regularmente es al final del día, cuando estamos ya cansados y no podemos concentrarnos en lo que decimos ni mantenernos despiertos. Rápidamente inventamos la excusa de que, Dios lo va a entender. Y es verdad, Dios entiende mucho más de lo que creemos. Entiende que estamos cansados y que tenemos dificultad al hacer oración después de haber entregados las mejores horas del día a los placeres de este mundo y le ofrecemos los más insignificantes minutos que nos sobran.

No olvidemos la lección de Caín y Abel. Dios quiere lo mejor de nosotros, no lo peor. Quiere ocupar el primer lugar, no el último. También Caín ofreció un sacrificio e hizo oración. Tal vez pensó que Dios entendería. Dios ve claramente y sabe cuando le estamos ofreciendo dones inferiores; tal vez esta es una de las razones por las que, no son escuchadas muchas oraciones. Ofrecemos un insulto a la dignidad y majestuosidad de Dios y nos engañamos al pensar que Dios está contento con la miseria que le ofrecemos.

Recordemos la ofrenda que hace la viuda de que nos habla el evangelio. La ofrenda fue insignificante, tal vez, pero dio lo mejor que ella tenía, lo cual implicaba un gran sacrificio para esta mujer. Le entrego a Dios su mejor y primer fruto, no el último.

Es irrelevante para Dios, en cierta manera, el tamaño o cantidad del sacrificio que ofrecemos, ya que Dios tiene todo y no necesita de nuestros sacrificios, sin embargo, si son importantes, ya que Dios quiere que lo amemos de manera que le entreguemos lo mejor de nosotros.

Si la ofrenda que entregamos, no es lo máximo de lo que mejor que tenemos, no es digna de ser entregada a Dios.

De igual manera como reducimos o eliminamos cómodamente nuestras oraciones diarias lo hacemos con nuestras obligaciones dominicales. Encontramos excusas para no asistir a Misa, o para salirnos antes de tiempo, etc.

Es muy conveniente para nosotros, planear nuestras vacaciones para salir en sábado en lugar del lunes, y decir a Dios; tengo unas vacaciones programadas por favor “discúlpame” o tengo un juego o entretenimiento que debo asistir, por favor discúlpame si reduzco el tiempo de la oración o que debo dedicarlo a ti. O lo que es peor aún, me siento cansado para levantarme y asistir a Misa el domingo, o mantenerme despierto para hacer oración, porque la Misa es muy temprano etc.

Existen algunas excusas validas y legitimas que puede perdonar Dios, sin embargo, debemos de igual manera, estar dispuestos a ofrecer algún otro sacrificio cuando de manera legítima hemos sido exentos, de alguno de ellos. Este sacrificio no sólo debe ser similar sino mucho mejor al anterior.

Si nuestras oraciones son deficientes debemos buscar hacerlo mejor la próxima vez. Si nuestras oraciones de la mañana son endebles debemos esforzarnos un poco más en las oraciones de la tarde. Si no podemos dedicarle quince minutos en un momento, dediquémosle treinta la próxima vez.

Debemos tener siempre en mente que, lo que le estamos ofreciendo a Dios es una manifestación de nuestro amor, y si ésta manifestación es inferior a lo mejor que tenemos, es algo indigno de entregar a la gloria de Dios. Todas las lisiadas excusas en el mundo jamás serán aceptadas.

Pensar en estos términos, nos hace mucho más conscientes del porque muchas oraciones no son respondidas, y entender por qué, tantas personas “piadosas” permanecen ciegas en la herejía o el cisma. No disfrutarán el banquete celestial porque han buscado siempre ser “exentos” para no hacer ningún sacrificio. Han intentado amar a Dios lo menos posible, o sólo lo suficiente. Lo cual jamás será suficiente ya que Dios pide y merece un amor completo y preferencial.



PAZ Y BIEN