Saturday, June 19, 2010

DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

20 de junio de 2010

Queridos Hermanos:

“Los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria venidera”

San Pablo, con estas palabras, de la epístola de hoy, nos trae una gran paz al alma, conforme cargamos nuestras cruces y dificultades en este mundo.

Todos y cada uno de nosotros, en este mundo, debemos cargar con algún tipo de cruces. Los católicos tenemos con la fe los medios para sujetar estas cruces y hacerlas dulces y ligeras, cosa que no poseen los no creyentes.

Los pobres incrédulos deben tolerar los sufrimientos de su cruz presente, la cual hacen aún más insoportable con su resistencia y rechazo, y si nunca se convierten, sus sufrimientos se incrementaran considerablemente y continuara, por toda la eternidad en el infierno.

El católico al amar tiene en si mismo los medios de hacer su cruz no sólo más tolerable sino que puede alcanzar el punto de regocijarse en ella y agradecer a Dios por esta. Esto mitiga y remueve el castigo merecido después de la muerte.

Si sólo pudiéramos ver y contemplar la felicidad del Cielo empezaríamos a entender que aún las cruces más difíciles que debemos cargar en esta vida son piezas insignificantes que debemos pagar por el gozo del Cielo.

Una vez que hacemos nuestro este pensamiento, no pasa mucho tiempo en el que entendemos que mientras mayor y más prolongado sea el sufrimiento en esta vida mucho mayor será la recompensa que nos espera.

De esta manera podemos entender porque los santos buscaban más cruces, deseaban ser humillados y sufrir, en esta vida, todas las cruces que les fuera posible soportar.

Sin la verdadera fe todos los sufrimientos se vuelven sin ningún valor y son una pérdida de tiempo. Esta es una de las razones por la que podemos ver a nuestro alrededor como los que no tienen fe buscan por todos los medios eliminar o evitar todo lo que signifique dolor o sufrimiento.

Mientras más buscan huir de estos sufrimientos, más intensamente se les presentan e incrementan estos. Lo que no pueden soportar en sus cuerpos lo soportaran en su alma. Siendo angustiados tanto física como espiritualmente.

En la búsqueda incesante, por una vida en este mundo separada de toda incomodidad, se “receta” algún tipo de droga, sexo ilícito, entretenimiento y distracciones de todo tipo. En esta degeneración moral, su alma empieza también a sufrir aún cuando el dolor en su cuerpo se incrementa debido al abuso que hacen de este.

De igual forma vemos el intento, sin fin, por terminar todos estos sufrimientos de parte de la sociedad. Esta gente sin fe ven los sufrimientos y pobreza de las demás gentes y están dispuestos en su “humanismo” a poner un fin a esta pobreza, enfermedad e incomodidades. Resultando en vano todo sus esfuerzos. No importa cuánto dinero regalen siempre habrá pobreza. No importa cuanta comida se regale siempre habrá gente con hambre. No importa cuanta “medicina” se distribuya siempre habrá algún tipo de enfermedad y tal vez haya más que antes, por los conocidos “efectos secundarios” de estos medicamentos.

Ayudar a los que más lo necesitan es una actividad noble y necesaria como parte de nuestra fe, sólo que necesita hacerse, por amor, no por el valor mundano o el intento egoísta por eliminar los sufrimientos de este mundo. Todos estos experimentos sabemos bien que, son un rotunda fracaso. Todo parece que estos sufrimientos se multiplican en lugar de disminuir. Luego entonces surge su lógica diabólica, de concluir que para verdaderamente eliminar el sufrimiento de los demás es eliminando a quienes están sufriendo. Este es el origen de la meta del Satánico Nuevo orden Mundial, eliminar la mitad de la población del mundo.

Que noble, engañosamente seria, asesinar a los niños aún no nacidos para evitarles un sufrimiento mayor en este mundo, o eliminar a los ancianos y enfermos para que ya no sufran más.

Podemos con una nobleza engañosa, eliminar la pobreza eliminando a los pobres en una guerra.

Como católicos, debemos encontrar el bien en todos los sufrimientos en lugar de tratar huir de ellos o destruirlos. Debemos abrazarlos como lo hizo Jesucristo con nosotros. El sufrimiento en este mundo es un pago insignificante que debemos pagar por el gozo del Cielo. Huir de la cruz es una manera tacaña de querer hacer el pago de la salvación eterna. Si no se hace el pago correspondiente no tendremos acceso.

Con esto en mente, aceptemos de manera voluntaria, libre y amorosamente todos los sufrimientos que Dios nos mande en esta vida, con la esperanza que estos sufrimientos abrirán las puertas del cielo para nosotros y tal vez para alguien más si ofrecemos este sacrificio. Es verdaderamente insignificante lo que tenemos que pagar por la gran recompensa de la felicidad eterna.

Así sea