27 de junio de 2010
Queridos Hermanos:
El día de hoy es un buen momento para que reflexionemos, cual ha sido nuestro comportamiento.
En la epístola de este día, san Pedro nos da algunas lecciones muy saludables que debemos considerar para vivir en paz y armonía entre nosotros. De igual forma nuestro Señor Jesucristo nos advierte que debemos ser mucho mejor que los Escribas y Fariseos para poder entrar en el reino del Cielo.
Ahora bien, como nos presentamos ante los demás, es decir, la apariencia, es buena y necesaria pero no suficiente. Es bueno para nosotros vivir en paz entre nosotros, pero es mucho más necesario que nos amemos los unos a los otros, desde lo más profundo de nuestro corazón. Dios ve nuestro corazón y en base a este nos ha de juzgar. La apariencia exterior contará sólo de manera secundaria y en una mínima porción, porque ésta, también es necesaria para la edificación de nuestro prójimo y la eliminación del escándalo.
Lo que guardamos en nuestro corazón es lo que Dios ve y juzga. Esto es lo que los escribas y fariseos nunca entendieron. Exteriormente vestían con apariencia de justicia pero, eran los más injustos.
Mientras que podían decir que no habían matada físicamente a nadie, en su corazón si lo habían hecho muchas veces con el odio que los consumía. Podemos matar a alguien físicamente, sólo una vez, más con el odio en nuestro corazón cometemos este asesinato muchísimas veces. Esta actitud hipócrita es la que Jesucristo rechazaba y detestaba de los escribas y fariseos. Mientras pretendían ser virtuosos y amar a Dios, lo que realmente hacían era que se revelaban violentamente en Su contra.
De igual forma sucede con el vicio de impureza, no es suficiente evitar el pecado físicamente; que es lo que hacían los escribas y fariseos. Se peca en contra de esta virtud por el simple hecho de desear hacerlo:
“Todo aquel que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón.”
¿Cuántos podemos contar, hoy día, que son culpables de estos dos pecados, de y en su corazón?
San pablo nos da la amonestación para que practiquemos las diferentes virtudes que nos ayudan a vivir en paz los unos con los otros. Nuestro señor Jesucristo nos da los medios para este fin.
Toda la maldad se inicia en nuestro corazón. No es lo que entra en el hombre que lo contamina, sino lo que sale de muy dentro de este.
Si habremos de guardar el mandamiento, no matarás, debemos empezar analizando nuestro corazón, donde la semilla del asesinato nace y crece. Debemos arrancar, no sólo el odio de nuestro corazón, sino que debemos además de esto, replantar la virtud del amor, en su lugar.
Para vivir en armonía como nos lo dice san Pedro, debemos no sólo evitar matarnos entre nosotros y hacer más que, dejar de odiarnos los unos a los otros. Debemos amarnos verdaderamente. Para ayudarnos en esto, se nos recuerda que somos todos hijos de Dios y que por lo tanto debemos vivir pacíficamente en la caridad fraterna de verdaderos hermanos y hermanas.
Debemos practicar la misericordia sobre los demás compartiendo nuestras cruces y sufrimientos, de esta manera hacemos la vida de los demás no sólo más tolerable sino más placentera, en medio de los sufrimientos y tribulaciones. La carga compartida es más liviana y el placer compartido se incrementa.
Debemos ser modestos no sólo en nuestra forma de vestir y conducta, sino que también y sobre todo en la profundidad de nuestra alma. Si verdaderamente amamos, jamás buscamos pasarnos ni ser arrogantes en nuestro comportamiento, sino que por el contrario preferimos errar al lado seguro de la humildad y modestia.
Debemos recordar siempre que debemos estar en guardia y vigilantes. Lo que permitimos escuchar y ver, es lo que entrará a nuestro corazón; de igual manera lo que permitimos nacer, crecer y enraizarse en nuestro corazón; lo que ha crecido y fortalecido en nuestro corazón es lo eventualmente se manifestará en nuestras palabras y acciones.
Para mantener nuestras palabras y acciones santas y puras delante de los hombres debemos primeramente mantener nuestra mente, corazón y alma puros, delante de Dios.
Recordemos que no es suficiente evitar el mal, debemos incrementar el bien. Mientras cortamos las rices del mal plantemos y llenemos de nutrientes la virtud. De esta manera nuestras virtudes no serán como la de los hipócritas y nuestra justicia excederá a la de los escribas y fariseos y seremos sin duda merecedores de entrar al reino de los cielos.
Que así sea.