4 DE ABRIL DE 2010
Queridos Hermanos:
Jesucristo es Dios y con el mismo poder que regresó de la muerte a la vida al joven de Naim, la hija de Jairo y Lázaro, Jesucristo resucita de la muerte.
Jesús expresó y predijo esta verdad cuando dijo: “Destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días” (San Juan 2:19) y de manera más clara dice: “Yo doy mi vida para volverla a tener, nadie me la quita sino que yo la doy y tengo el poder para hacerlo de nuevo” (San Juan 10; 17,18)
Vemos claramente que Jesucristo es Dios y Hombre. Sólo el hombre puede morir y sólo Dios puede dar vida donde previamente existía.
En el último día, todos vamos a resucitar de la muerte, no por poder propio sino por el poder de Dios todo poderoso. Los buenos tendrán una gloriosa resurrección, mientras que los pecadores, unirán su cuerpo en el fuego eterno del infierno.
San Pablo nos dice que nos levantaremos con un cuerpo glorificado como nuestro Señor. ”Nuestro señor Jesucristo reformará nuestro cuerpo de nuestra miseria y le hará como el cuerpo de Su gloria” (Phil. 3:21).
Tomaremos una brillantes como la de Jesucristo en el monte Tabor “Su cara brillaba como el sol y su vestimenta como la nieve” (San Mateo 17:2). Esta transformación fue pasajera, en el monte Tabor, pero fue permanente después de la Resurrección. Los buenos tomarán igualmente ésta brillantes, permanente, después de la resurrección de la muerte.
Después de la Resurrección, los buenos, seremos incapaces del sufrimiento y muerte. Jesucristo como hombre, sufrió realmente todo lo que nosotros sufrimos, hambre, sed, calor, frio y la muerte.
Después de su resurrección, ya no sufrió ninguna de estas cosas y ya no puede morir “Sabemos que Jesucristo resucitado de la muerte ya no morirá, la muerte ya no tiene poder sobre El” (ROM 6:9)
Cristo manifiesta en Su cuerpo glorificado la agilidad, no restringido al tiempo ni al espacio, poseía además la capacidad de poder pasar con su cuerpo físico como los espíritus. Todas estas propiedades las tendremos nosotros, aunque en menor grado, después de nuestra gloriosa resurrección.
Considerando este glorioso destino de nuestros cuerpos, debemos estar motivados a mantenerlos tanto nuestros cuerpos como nuestros sentidos, puros e incólumes. Debemos mantenerlos con honor empleándolos sólo al servicio de Dios.
Jesucristo conservo las marcas de las heridas en Su cuerpo, aún después de la resurrección para dar fe y que no existiera la duda que El es real y verdaderamente el mismo antes y después de Su resurrección. Estas heridas son pruebas de nuestra redención y de que a partir de ese momento ha sido abierto el cielo para nosotros.
La mirada de estas heridas mueve a Dios a compasión por nosotros.
De la misma manera que el arcoíris es un recordatorio de la promesa de Dios a la humanidad que no habría de eliminarla por un diluvio; así lo son las heridas de
Jesucristo, recordatorio de la misericordia de Dios para nosotros.
El día del juicio final estas heridas serán visibles a todos. Serán un consuelo para los justos y condenación y terror para los pecadores.
Renovemos el día de hoy nuestra firme resolución de llevar una vida buena piadosa y católica, para que las heridas de Jesucristo no sean el día del juicio, objeto de terror y consternación, sino fuente de consolación y gozo.
Si hemos previamente profanado nuestra conciencia con los diferentes pecados, limpiémosla con una buena confesión. Sujetemos nuestras pasiones y removamos todo lo que ofende a Dios.
Seamos fervorosos en la oración y practiquemos hasta donde nos sean posibles, las virtudes cristianas. Debemos seguir a Jesucristo caminando constantemente en la senda de la justicia para que algún día podamos salir de la tumba, con un cuerpo glorificado y obtener en el cielo la corona eterna de la victoria sobre la muerte, el mundo y el infierno
Así sea.