Saturday, March 27, 2010

DOMINGO DE RAMOS

28 DE MARZO DE 2010

Queridos Hermanos:

El día de hoy celebramos la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén, y también leemos, sobre el profundo sufrimiento que habría de padecer y el último de Sus sacrificios.

Jesucristo nuestro rey es superficialmente bienvenido para después ser rechazado por la misma gente que lo tortura, crucifica y lo asesina. Existe una gran lección que todo católico debe aprender de todo esto.

¿Cómo recibimos a Jesucristo?

Se nos da la oportunidad de recibirlo, es decir que somos privilegiados, al poder acercarnos a recibir la Santa Comunión.

Sin embargo, por vergüenza y tal vez, por la condenación de muchos, estas oportunidades son ignoradas y pasadas por alto sin pensarlo dos veces. Muchos rechazan dar la bienvenida a Jesucristo en la sagrada comunión, por amar a sus pecados que los atormentan, en lugar del amor de Jesucristo que, les ofrece paz y consuelo en todos sus sufrimientos y tribulaciones. Rechazan limpiar su alma en el sacramento de la penitencia, de esta manera se frenan decidiendo permanecer esclavos del pecado y enemigos de Dios, cuando sería tan fácil arrepentirse y ser cubiertos de la gracia de Dios.

Existen otros que sin importarles sus pecados, reciben a nuestro Señor sin dudarlo.

Esto, aparentemente seria visto como algo bueno. Son como la multitud que le daba la bienvenida a Jesucristo en Jerusalén. Cantan sus plegarias y lo honran con sus labios, para traicionarlo al día siguiente, con su vida pecaminosa clamando Su sangre, mostrando la maldad de su corazón.

En esta Semana Santa se nos da la oportunidad, una vez más, de que pongamos nuestras vidas en orden. Es tiempo de hacer a un lado todas las consideraciones mundanas.

Debemos convencernos a nosotros mismos que no importa lo que el resto del mundo piense de nosotros. Lo único que debemos considerar es, lo que piensa de nosotros Dios N.S. Hagamos a un lado toda consideración humana al prepararnos a recibir a Jesucristo en nuestro corazón y alma.

No hagamos caso de lo “pasado” o la “falta de hombría” ó lo hipócrita que pueda parecer, llorar nuestros pecados, humildemente confesémoslos y arrepintámonos sinceramente con el firme propósito de enmienda. Al único que debemos complacer es a Dios, esto es lo que requiere de nosotros. Tampoco es necesario un espectáculo excesivo, Dios no necesita de teatros, estos funcionan para quienes esperamos engañar. Dios ve los corazones, las almas y no lo podemos engañar.

Sin embargo nuestro comportamiento y actitudes son importantes porque nos ayudan a imprimir en nosotros mismos, los sentimientos requeridos. Arrodillarse rectamente, con la cabeza inclinada, es mucho más correcto al examinar nuestra conciencia en oposición a permanecer en una postura desgarbada permitiendo a nuestra vista y mente divagar por todos lados. Debemos conservar una postura correcta, no para que nos vean los demás (aunque esto pueda ser una gracia positiva para ellos), sino porque es necesario para nosotros disciplinarnos y colocarnos en posiciones de respeto y apropiadas, para estar de esta manera mejor preparados a recibir el perdón.

De igual forma, cuando nos acercamos a Jesucristo en la Santa Comunión, debemos mantener una posición y actitud adecuada. Somos sirvientes sin merito alguno, ante nuestro Rey. Nuestras manos deben estar adecuadamente unidas sin entrelazar, no debemos nunca acercarnos o regresar de la santa Comunión con las manos en los bolsillos o nuestros costados. No estamos recibiendo a un igual, o inferior. Estamos recibiendo a Dios. Nuestra mirada debe ser recatada y no mirando por todos lados.

Nuestros labios cerrados. No es tiempo para hablar. No es costumbre de la Iglesia que la gente diga ni siquiera el “amen”. Esto fue iniciado por la Iglesia Modernista del nuevo orden. El sacerdote que esta distribuyendo la sagrada Hostia, dice todo lo que se debe decir: “El cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna, amen”. Este es el momento para un silencio humilde, simple y de respeto. Recibimos a nuestro Señor en nuestra alma y corazón. Y que limpie y purifique nuestros labios para que sólo expresen lo que Dios quiere. Que entre en nuestra mente para que sólo pensemos en complacerlo. Pero sobre todo que entre en nuestro corazón para amarlo sólo a Él. Y mientras de manera humilde y devota regresamos a nuestro lugar, después de la Santa Comunión, tratemos de conservar este momento por un tiempo más prolongado.

De esta manera podremos evitar el terrible pecado de aquellos que, vemos hoy día alabar a Jesucristo para al poco rato exigir su muerte.

Así sea.