11 DE ABRIL DE 2010
Queridos Hermanos:
Consideremos, particularmente el día de hoy, la virtud de la fe.
Nuestro señor Jesucristo le dice a santo Tomás que, son bienaventurados quienes no vieron y creyeron. Es aquí donde nos ha colocado la Providencia Divina. Debemos creer sin ver.
Cuando consideramos nuestra vida con la de los santos que nos han precedido, frecuentemente sentimos que de alguna manera hemos sido señalados o tal vez un poco menos merecedores de la gracia y bendiciones de Dios, como lo fueron ellos.
Nos imaginamos que, nuestra fe sería más fuerte, si pudiéramos ve y tocar a Nuestro Señor Jesucristo como lo hizo santo Tomás o si tan sólo se nos manifestara en alguna otra manera, eso bastaría para ser mejores católicos. Es como si pensáramos que Dios se ha cansado con el pasar del tiempo o que no está tan seguro de ayudarnos o peor aún que no sea capaz de hacer por nosotros lo que hizo con los demás.
Todo esto es un pensamiento blasfemo que debe ser rechazado inmediatamente como pensamiento diabólico que es.
Dios es todo poderoso, todo bondad y todo amor, todo lo que hace es para nuestro bien y mejor para nosotros.
Luego entonces, se preguntarán ¿Por qué hay tan pocos milagros en nuestros días?
La respuesta tal vez sea lo que nos dice Nuestro Señor Jesucristo: “La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le será dada mas señal que la de Jonás, el profeta”. Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.
Esta es la única señal que se le da a una generación malvada y adúltera.
¿Tendremos más milagros maravillosos y simbólicos?
La respuesta es fácil. Debemos hacer a un lado nuestra vida pecaminosa de lo contrario la única señal que obtendremos será la de nuestra propia condenación y miseria.
El hecho histórico de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo debe ser gracia suficiente para la transformación de nuestra fe y forma de vida, sin embargo, frecuentemente no sucede esto, sino más bien termina convirtiéndose en evidencia que nos condene al fuego eterno del infierno.
Para quienes tienen verdadera fe, es decir, quienes no sólo la profesan con sus labios, sino que la ponen en práctica; este acontecimiento histórico es suficiente para recibir la gracia en la vida diaria.
Tal vez estamos forzados a vivir en un mundo malvado y adúltero más no somos condenados a ser uno con este. Por el contrario somos llamados a superarnos y unirnos a Jesucristo y Su Iglesia. Si cooperamos con la gracia que se nos ha dado ya, encontraremos la fuerza y el valor para seguir a Nuestro Señor Jesucristo y fortalecer nuestra fe.
Finalmente, si continuamos en recibir y cooperar con la gracia de Dios, llegará el momento en que no necesitaremos de las señales y maravillas, para creer.
Como ejemplo de esto es el haber obtenido una fe verdadera y fortalecida en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, ya no necesitamos de milagros ni manifestaciones externas para probar Su existencia.
En cierta ocasión, nuestro señor Jesucristo manifestó Su presencia en la Sagrada Eucaristía y el Sacerdote y los fieles pidieron al obispo acudiera a ver lo sucedido. El obispo, no acudió y agregó que este milagro era para los que dudaban.
El cree y no tiene dudas al respecto, por lo tanto no necesitaba ir a presenciar lo que ya sabe.
Esta es la fe que debemos desarrollar nosotros para poder contarnos en el número de los que les dice Nuestro Señor Jesucristo. “bienaventurados los que creen sin haber visto”. Tal fe descansa en la palabra de Dios. Creemos todas las verdades que la Santa Iglesia Católica enseña porque Dios lo ha revelado y no puede engañar ni ser engañado.
Hagamos nuestra esta lección tan importante que Nuestro Señor Jesucristo nos enseña a través de Santo Tomás. Evitemos los pecados de la generación malvada y adúltera, alejémonos de los pecados de este mundo.
Si en esta pureza e inocencia, Dios considera, no manifestársenos directamente, para nuestro beneficio, pidamos la intercesión de santo Tomás, para desarrollar una fe inalterable y fuerte para poder ser contados en el número de los elegidos, a quienes llama Nuestro Señor Bienaventurados.
Así sea.