21 DE MARZO DE 2010
Queridos Hermanos:
“si os digo la verdad ¿por qué no me creéis?
¿Por qué creemos las mentiras con gran facilidad y desconfiamos de la verdad?
Evidentemente existe algo malo en nosotros. Nuestra naturaleza caída juega un papel importante en esto mas no lo es todo. En el mundo de hoy muchos han sido bautizados y de esta manera, presumiblemente, ha sido borrada la mancha del pecado original.
Los caminos de Dios son contrarios a los del hombre y sin embargo nos mantenemos sujetos a los nuestros. Es de esta manera que cometemos el peor error, porque todo lo que es contrario a los caminos de Dios son mentira. Nos convertimos en mentirosos cada vez que nos alejamos de Dios.
La lógica simple y recta que, aún los niños mismos entenderían, se convierte en algo incomprensible, ante la enredada y retorcida forma de razonar de los años más “maduros” (mentiras muy practicadas).
No es tan frecuente el caso en que los caminos de Dios son incomprensibles por nuestra naturaleza. Más bien, con frecuencia, nos degradamos y minimizamos a nosotros mismos, más allá de lo que realmente somos. Si nos mantuviéramos en la humildad y honestidad de la vida espiritual, nuestra vida sería tan clara como el cristal o por lo menos mucho más claro de lo que ahora aparece. Pero por haber rechazado a Dios, nos hemos pervertido, con frecuencia nuestro intelecto y razonamiento ha sido oscurecido.
De esta manera queremos juzgas las cosas espirituales desde un punto de vista mundano y pervertido. Y al ver la gran disparidad entre ambos tratamos de justificar nuestra propia “perspectiva” y al así hacerlo con rapidez condenamos la espiritual, (la de Dios). Y raramente pensamos en que es una blasfemia, considerada en todo esto, por llamas mentiroso a Dios.
De esta manera, vemos el mismo espíritu diabólico, vivo en nosotros, como lo estuvo en las multitudes de judíos, de que nos habla el evangelio de hoy. Nada ha cambiado en estos dos mil años. La verdad es eternamente opuesta a la falsedad. Y esta continúa en su intento incansable por justificarse a sí misma y acusar de mentiroso a Dios y la verdad misma.
Lo que Jesucristo enfrento con la multitud, la Iglesia (el Cuerpo Místico de Jesucristo) lo hace de igual forma hoy día. La Iglesia enseña la verdad y la multitud continuamente la niega o la acomoda para que se ajuste a su pervertido intelecto y voluntad.
Existen quienes afirman que Cristo no dejó ninguna autoridad visible en Su Iglesia y de manera indiscriminada y abiertamente promueven la ya tan condenada anarquía del pasado en la que los “obispos” corrían por todas partes “ordenando” y “consagrando” a quienes sin o muy poca preparación se lo pedían, muy a pesar de sus constantes reclamos de madurez, y largas y prolongadas consideraciones. Y peor aún, considerando que ninguno de estos tiene algún tipo de autoridad. Existen algunos otros que profesan que los laicos que voluntariamente los obedecen, en esencia, son quienes les dan tal autoridad.
¿Qué tan difícil es creer simplemente con fe, lo que la Iglesia enseña?
El Papa León XIII lo dice claramente, los obispos sucesores de los apóstoles tienen autoridad.
“pero, si la autoridad de Pedro y sus sucesores es plenaria y suprema, no debe ser vista como la única autoridad. Porque quien hizo a Pedro, cimiento de la Iglesia, de igual forma, “escogió a doce a quienes los llamó apóstoles” (San Lucas 6:13) y así como es necesario que la autoridad de Pedro sea perpetuada en el Romano Pontífice, por el hecho de que los obispos son sucesores de los apóstoles, heredan su poder ordinario, de esta manera el orden episcopal pertenece a la esencial constitución de la Iglesia. Aunque no reciben, autoridad, plenaria, universal o suprema, no deben ser considerados como vicarios del Romano Pontífice, toda vez que ejercen un poder realmente de suyo propio, y son verdaderamente llamados pastores ordinarios sobre los fieles a quienes gobiernan” (Encíclica Satis cognitum, sobre la Unidad de la Iglesia, del 29 de junio de 1896. S.S. LEO XIII).
Esto no lo dicen los obispos de la Iglesia, sino Dios mismo, al hablar a través de la Iglesia. Los obispos son forzados a repetir con Nuestro Señor: “Si me glorío a mí mismo, mi gloria es nada. Es mi Padre que me glorifica y quien ustedes dicen que, es vuestro Dios. Y ustedes no lo ha conocido pero yo sí. Si dijera que no lo conozco sería como vosotros, mentiroso.”
La verdadera Iglesia o la fe verdadera es difícil de encontrar para quienes rechazan ser humildes, simples y honestos. Cualquier confusión o conflicto es creado por las voluntades e intelectos pervertidos que son ahora ciegos a la verdad. Y la simple verdad es:
Quien escucha a su obispo, escucha a Jesucristo que lo ha enviado. Quien no lo hace es un mentiroso y seguidor del demonio.