24 DE ENERO DE 2010
Queridos hermanos:
“Señor, no soy digno de que Tú entres en mi casa; pero mándalo con Tu palabra y quedará curado mi criado”
Los milagros tan sorprendentes y maravillosos que Jesucristo realizó, según nos lo recuerda el Evangelio de hoy, parece opacar en comparación con la humildad y fe, expresada por el Centurión. Jesucristo Mismo nos dice que no ha encontrado mayor fe en todo Israel.
Nuestra santa madre la Iglesia, pone estas palabras en nuestros labios en cada Misa antes de que recibamos a Nuestro Señor en la santa comunión.
Aunque seamos hechos a imagen y semejanza de Dios y elevado al estado inocencia y justicia por medio de la gracia santificante, debemos golpearnos el pecho y admitir que no somos dignos. Porque ¿cómo puede una criatura, sin importar lo perfecto que esta sea, ser digna de recibir a Nuestro Señor? Pero ¿Quién de nosotros puede reclamar tal perfección? Conociendo esto, debemos tomar una actitud más humilde.
El mar infinito entre nosotros y Dios puede reducirse sólo por medio de la misericordia de Dios; y esta misericordia la obtenemos por una verdadera humildad.
La humildad es verdad. Es muy importante que entendamos esto; porque existe en el mundo una humildad falsa o aparente.
Consideremos, el día de hoy, algunas verdades importantes. Aunque hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios y destinados para él, y disfrutar la gloria eterna con Él en el cielo, no somos dioses y existe una gran distancia y diferencia entre el Creador y Su criatura, sin importar que perfecta esta sea.
Consideremos también el estado del hombre, desde su primer pecado. Cuando perdemos el estado de la gracia, caemos por debajo de nuestra vocación y dignidad. Nos convertimos en algo mucho menor e inferior que lo que fuimos, menos humanos y más animales. Sin embargo, decir esto, es injusto para los animales, porque estos hacen lo que deben hacer y han sido programados a realizar según su especie e instinto.
Viven como Dios quiere que vivan. Luego entonces, el hombre se posiciona muy por debajo de los animales, que sí obedecen a Dios. El hombre aún y contando con el libre albedrio ha decidido usar este beneficio para rebelarse y desobedecer, no sólo a su benefactor, sino de manera igual, a su Creador.
Este ha sido el estado del alma del hombre desde la caída de Adán. Esto es lo que han hecho con nosotros nuestros pecados y mientras permanezcamos en ellos seremos peor que animales. Leemos en el salmo: “soy un gusano y no hombre”, esto es lo que nuestro pecado, nos ha hecho. Este es el estado de nuestra alma cuando se encuentra privada de la gracia santificante.
Vemos estas mismas palabras atribuidas a nuestro Señor, al portar los pecados de los hombres en sus sufrimientos y muerte en la cruz. Al tomar para Sí nuestros pecados, fue cada vez más desfigurado, quedaba cada vez menos restos de un ser humano, tratado peor que un animal, bruto. Tal vez nosotros tratamos mejor, ahora, a los gusanos.
Con profunda verdad podemos decir con toda humildad que no somos hombres verdaderos, sino de manera abundante indignos de que Dios nos honre con Su gracia, mucho menos con su presencia misma.
Sin embargo, esto no debe hacernos negar nuestra forma de vida en la que nos ha puesto Dios. Los padres deben actuar como tales y los hijos de la misma manera. No es bueno ni verdadero negar los dones, gracias y talentos. Eso sería una humildad falsa. Podemos ejercer la autoridad, talento y dones que Dios nos ha dado y permanecer humildes.
Evidentemente la profunda humildad en conocer nuestra miseria no debe llevarnos a la desesperación sino a una gran esperanza. “Sólo Di una palabra y mi alma sanará”. Es tan fácil para Dios decir esa palabra y levantarnos del estado de ser gusanos al de hombre digno y verdadero. El nos puede librar de la degradación terrible que hemos acarreado sobre nosotros, a la unión sublime con El.
Pero si rehusamos aceptar y reconocer nuestra miseria y maldad, jamás podremos ser curados, y si nunca pedimos ser separados de nuestra condición depravada, nunca seremos sanados.
Pide y se os dará, si no has recibido es porque no ha pedido nada aún. Y tal vez, la razón por la que no han pedido nada es, porque no han reconocido nunca el miserable estado en que se encuentran.
Escuchen al centurión que hace referencia el evangelio de hoy, aprendan la verdadera humildad y fe, para que no sólo repitan sus palabras “no soy digno” sino para recibir también las palabras de gran consuelo de voz de nuestro Señor: “Sucédate conforme has creído”
Que así sea.